Tierra
de crepúsculo agridulce sobre el valle tostado de sus senos; con viento de
fragua ruda que recorre su vientre yermo. Agua que resbala y enjuga sus
prematuros pliegues; cuarteada de papel donde se plasma aguada tenue. Música de
gemidos monocordes y suspiros de viento de nevada; aspereza de tomillo con
amargura de retama. Maraña mínima sobre monte imberbe. Espesura de juncos junto
a hendidura soberana que la riega el amor de primavera, y en el estío la corean
legión de canto de cigarras. Frío de manto de mármol y fría su hendidura
sazonada de mil sensaciones imposibles donde los sentidos estallan cuando un
amante experto y apasionado acaricia con premura su piel de arcilla y su quebradura
sazonada de mil sensaciones imposibles donde los sentidos estallan, y luego
admira su amanecer de crepúsculo agridulce. Su monte de maraña mínima, su
viento de fragua que recorre su vientre yermo y humedece sus poros y sus
sentidos hasta la locura de desear amar y ser amada.
Parajes
de páramos yelmos de vida escondida en tierra de sedientos y resecos parajes de
arcilla, donde un sol de plomo y el tiempo inmisericorde en su constante
devenir levanta esfinges de arcilla modeladas por viento tenaz y lluvia
torrencial y efímera. En las nítidas noches de cielo transparente y límpido
donde se dan cita miríadas de estrella, saetas fugaces cruzan el cielo de la
tierra de greda y una luna hechicera vigila escondida tras una gran mole de
vida. Entonces, en el entorno embrujado, como por ensalmo, cinco proscritos
comienzan a rasgar la noche agridulce con ahogados quejidos de poesía.
Entretanto, se desliza el amor de forma furtiva por veredas sencillas, y tras
centinelas de adobe se manifiesta el candor de vida que empieza y de pasión que
nunca termina.
—¡Dime, amor mío! ¿Por qué has venío?
—¡Porque
aquí dentro yo lo he sentío! –dijo él exultante exhalando un gemío—.
¡Tú bien sabes que a ti siempre yo te he querío!
—¡No te expongas de esa forma!, ¿y si nos ve
mi marío?
—¡Yo
por tu amor traspaso barreras! Y a nada ni a nadie miedo yo nunca he tenío.
—¡Amor
mío, calla tus labios y sella los míos! Deja que acaricien mis manos tu cuerpo
y acaricia tú el mío hasta que nuestros corazones latan al unísono, con un solo
latío.
La tarde en deceso siembra de sombras aquel lugar
escondío y un susurro de besos se encuentra la noche como resuello tardío.
La luna acaricia con risas, festejando la dicha de aquel amor prohibío.
Y los silbos del viento extienden y esparcen el gozo y la dicha por aquellos
seres sentíos. En la madrugada viene la calma, la luna triste se esconde
y el viento cesa en su soplío. Ya la tragedia se masca en la sombra,
como untura espesa de puchero esaborío. La noche se rasga de fuego y las
notas de muerte hacen su recorrido. La aurora se tiñe de sangre y el aire se espesa,
propagando la muerte con terrorífico aullido. El amor yace a los pies del
verdugo; entrelazados los cuerpos, en sus caras, como un rictus de culpa del
posible pecado cometío. Pero no hay tal pecado, solo el amor desbocado,
impregnado de pasión y de lumbre, de dos seres que se han amado con un amor correspondío.
Ya
la noche se desliza con su manto de vieja y los cinco proscritos prosiguen rasgando
el cendal de la noche ahora con sones de pena. Más tarde, una luna de plata
juega con las sombras de las exiguas veredas y el amor, al principio candoroso
y alegre, se diluye ahora en madrugada de velo tenue, y las notas se esparcen y
se mecen en aurora de sueño. Los cinco proscritos callan ya extenuados y un
silencio espeso se extiende por la ladera de arcilla hasta llegar al cauce de agua
rala que se enerva y proclama, con voz monocorde y quebrada, que ella ha
contemplado una noche de amor trágica con balada de pena y es coreada por los álamos de la orilla. Y
pájaros madrugadores le preguntan a ella por la infausta noche de amor de los
dos churumbeles allá tras los centinelas de adobe y bajo el cielo de arcilla.
Pero el agua altiva los ignora; y continúa su periplo con su loca coplilla, y
cuando ahíta y cansada en el remanso se para, le dice al sauce que se yerga y
no llore, porque ella ha visto la noche pasada en su alta ribera, como dos
churumbeles con loco ahinco se amaban en hoya de vega de ensueño, tras
centinelas de adobe y sones proscritos con luna de plata y parajes de arcilla.
Y
el mirlo alcahuete sobre los pasos del agua vuelve; contando con su voz
chillona a todo el soto de vida, desde el chopo a la breña, la funesta historia
de amor que el agua cuenta en su remanso del llano al sauce que llora y que
sueña.
Que
sucedió una noche de embrujo en hoya de sueño y sones proscritos, tras
centinelas de adobe y parajes de arcilla, que dos churumbeles con loco ahinco
se amaron; gozando el amor aun despreciando la vida. Y con su grito monocorde y
su errático vuelo, tras traspasar las laderas de arcilla y los centinelas de
adobe, llega hasta la cuna del agua la mole de vida que, tras escuchar el
relato, pletórica de alegría, se viste su manto de blanco encaje y vierte sus lágrimas
sobre la rala espesura. Y tras cruzar de nuevo la llanura, vuelve hasta las
laderas de arcilla y centinelas de adobe a contemplar el lugar en que dos
churumbeles con loco ahínco se amaron ensalzando el amor y despreciando la vida.
Un relato poético y descriptivo que nos sumerge en un amor verdadero aunque clandestino, que encuentra su final a manos de la doble moral donde el amor herido no es más que posesion y venganza. Relato que con mínimas frases nos hace reflexionar.
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