Aún no han
concluido los ecos de la aburrida fiesta de los Goya –todo hay que decirlo-,
cuando siguen resonando en las RRSS, como siempre, los furibundos ataques
contra determinados actores, su talento, su forma de pensar o de sentir. Cuando
era mucho más joven no terminaba de entender la cruenta confrontación que se
mantuvo en España y que concluyó con aquella despiadada y sanguinaria Guerra
Civil. Ahora lo comprendo mucho mejor.
El transcurrir
de los años y la ponderación que conlleva – no siempre- la madurez, me han
hecho apreciar que el español, como el ser humano en general, son capaces de
llegar a matar a sus propios hermanos: lucha cainita y fratricida. ¿Hay algún
placer – aún- en el hecho de agredir, insultar, menospreciar y así
sucesivamente hasta llegar a matar? Yo diría que sí. Es por placer. Percibo
cómo salivan unos y otros, y se recrean en ese placer psicópata que les otorga
el desprecio a lo diferente, la agresividad o el ataque -casi siempre al más
débil, y ello denota la cobardía implícita de los agresores-.
Las Redes
Sociales son el termómetro del sentir general. Desde ahí, escudado en el
anonimato, muchos son capaces de soltar las palabras más abyectas y
destructivas, la mayoría de las veces amparados por la propia jauría que los
alienta y alimenta.
Vergonzosa,
despiadada y cobarde lapidación contra determinados personajes públicos:
actores, políticos, empresarios, deportistas. Casi nadie se libra. Son juicios,
mejor dicho, prejuicios carentes de argumentación, basados exclusivamente en el
insulto y el ataque gratuito –no sé si hay motivos para un ataque en cualquier
caso-.
A Javier Bardem
lo han despellejado y, por ende, la dulce Penélope tampoco ha salido bien
parada; obviamente Almodóvar no se libró de la refriega, ni todo aquel que se incline
por lo público, las subvenciones o que defienda, de alguna manera, su
territorio profesional. Los grandes actores o directores generan riqueza y
prestigio para nuestro cine. Ya lo manifestó Cate Blanchett al referirse a
Buñuel. Pero, ¿cómo podemos renegar de los nuestros de tal manera? Tan
absurdamente gratuita. Ignorancia, incultura y odio: supongo que van ligados.
El último en ser
lapidado, como siempre, ha sido Eduardo Casanova. A ver, Eduardo, bonito,
cuándo vas a aprender que debes vestir como dictan las reglas de la elegancia y
la masculinidad. Dicen que ibas como un adefesio. Creo que es hora de lapidar
también a nuestra Agatha Ruiz. De todas formas, aunque vayas con tu smoking
formal, esa pluma alborotadora no la
vas a perder y te van a fustigar igualmente. Pobrecito mío. Entre otros
insultos, un anticuado energúmeno lo tildó de sidoso. No sé si la libertad de
expresión nos sirve para expresarnos correctamente en libertad, o a todos estos
habría que graparles la boca durante una temporada, en beneficio de la propia
libertad. Lo único que me repatea un poco del chiquillo- no solo de este- es
cuando menciona el pronombre todes o elles. Pero logro controlarme porque eso,
concretamente y precisamente, no es insultante, en todo caso es inclusivo y
quizás no esté preparado para entenderlo, si bien me va a costar trabajo dada
mi profesión, aunque no me cierro a cualquier avance –coherente-. Eso sí, he de
agradecerle los ratos distendidos y amenos que me hizo pasar en Aída. Gracias.
Ese odio no solo
se propala desde el ala derecha. Tampoco voy a jugar al “y tú más”, no es mi
estilo. Mi estilo es la moderación, aunque esto sea lo que a todos disgusta. Si
no te posicionas en el algún bando del odio, estás realmente perdido (o
perdida).
También me
repugnan los odios que despierta Rafa Nadal por ser sencillamente abanderado de
nuestro país y por sentirse orgulloso de ser español. Sigo sin entender esa
inquina que, desde el otro bando, despierta, como aquella vez que se puso a
limpiar las calles de lodo, tras las tormentas que hubo en Sant LLorrenÇ. Ahí
lo acribillaron, pobrecito mío. Pues se trataba de un simple postureo para
salir en la foto, etcétera. Y es que la inquina está ahí latente. Hagas lo que
hagas van a lapidarte de cualquier manera. Como las aversiones que despierta
uno de los empresarios que más riqueza y empleo ha generado en la historia de
nuestro país: Amancio Ortega. Tan solo con pronunciar ese nombre, la izquierda
más extremista se revuelve entre sus propios prejuicios. Seguro que en Cuba
viviríamos mejor: los amantes del régimen castrista que viven a tutiplén en
España, de cervecitas y viajando por nuestro hermoso país. Pura coherencia. ¿Y
qué hacemos? ¿Liarnos a guantazos otra vez? Es cierto que algunos podemos amar
y odiar al mismo tiempo porque todo es un conglomerado de vicios y virtudes.
España no se iba a librar, mejor dicho, su clase política en general. Por esto,
a veces, veo lógico que algunos deseen separarse de un país que se desliza a su
antojo por la corrupción a diestro y siniestro, pero claro, siempre recuerdo lo
del cazo y la sartén, lo digo por los indis, sin duda, donde la corrupción, el
clientelismo y el nepotismo son monedas distintivas, ello sin aludir a su
evidente prepotencia.
Dentro de la
izquierda y la derecha existe una banda de extremos que habría que reconducir.
Entiendo muy bien eso del voto de castigo. Es más, dentro de esos presuntos
extremos, se ocultan los verdaderamente peligrosos. Los que son capaces de
matar y contagiar ese odio.
Así empezó todo.
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