Se acabó, de
hoy no pasa. La frase que a diario repetía
mientras se ajustaba la corbata parecía haber perdido toda semántica.
Debo darme prisa. Aguzó el oído pero no percibió señal alguna. No ha salido,
estoy seguro. Apretó la oreja contra la pared y permaneció inmóvil reteniendo
la respiración, como si el bombeo de su pecho fuera a delatarle. Al otro lado
el silencio le inquietó. Aún no es la hora, es imposible que se haya ido. Una
cisterna derramó el agua y un sutil taconeo se alejó por un momento. Está a
punto, todavía tengo un par de minutos. Corrió al baño y decidió probar otro
perfume. Este es más juvenil. Para un hombre dinámico y atrevido, rezaba en la
caja. ¿Un poco también en el cuello de la chaqueta? Mejor no, es un espacio
pequeño, podría provocarle rechazo, o tal vez ¿la atraeré hasta rozar mi
cuello? Sonrió infatuosamente ante el espejo. Su imaginación recorrió una vez más
los territorios ignotos del mapa femenino, concitando una delectación cálida
que de inmediato notó en la entrepierna. Apartó la ensoñación al devolverle el
espejo el rubor lascivo que le apabullaba cada mañana. Este orate no es propio
de un caballero. La invitaré a un café, lo estará deseando seguro. ¿Y si no
toma?, entonces un té , seguro que ella es más de té, tan refinada y elegante,
y luego un paseo por el parque. Nos sentaremos en el banco del fondo y le
explicaré las bondades de las especies arbóreas autóctonas, nos acercaremos al
estanque a ver los patos y lanzaremos migas de pan. Sí, aquí está en el
bolsillo. Le contaré los beneficios de mi reciente jubilación, hablaré de mis
virtudes y exquisita educación, aunque eso ya lo ha notado. No debo parecer
petulante, pero tampoco apocado. Ella me hablará de su trabajo y lo agotada que
llega a casa cada tarde para luego
relajarse con un baño bien caliente. Yo pondré cara de cándido. No diré que a
esa hora, mientras escucho el agua de su bañera, también me sumerjo en la mía y
cierro los ojos para verla, para enjabonar su espalda y envolverla en la toalla
hasta que su cuerpo seco repose en el mío, amartelados.
El taconeo
enérgico recorrió el pasillo acercándose hasta arrebatarle el onanismo mental.
La llave giró dos veces. Era la señal. Dijo adiós a su madre y descorrió el
fechillo. Ella había pulsado ya la llamada al ascensor. La miró arrobado. ¿Qué podría
ofrecerle yo? ¿una pensión de funcionario y una madre enferma? Habrá tenido
parejas meritorias, seguro que le habrán hecho gozar con el sexo, en cambio yo,
pobre diablo, soy un desastre en la cama, eso seguro, por algo estoy solo.
—Buenos días,
¿al bajo?
—Sí,
gracias.
¡Qué gozada de texto, Gloria!
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