(Del poemario El
alba inacabada)
Nadie podrá saberlo,
ni la piedra,
ni el aire,
ni el
quejido del agua,
ni el ángel que ha pasado
destrozando el misterio.
El
sembrador del tiempo
se ha
dormido.
Cuando el reloj sacude
su corazón de acero,
todo
tiembla y se pierde,
todo
se hace desdicha.
Silencio por los cerros.
La
tierra se alimenta
del deseo,
del deseo que brota
de mi
triste esperanza.
Nadie a
mi alrededor.
Nadie puede turbar
mi
soledad de invierno.
El recuerdo se mece
en las voces
lejanas
de los niños.
Entre
el cielo y la tierra,
quietud y sueños vivos.
Este silencio blanco,
sin espinas,
reconforta
la tarde
y la
paz se hace eterna,
como
si nunca hubiera
sucedido nada.
Nadie podrá saberlo.
Nadie
podrá saber
lo que esconde mi alma
cuando todo el silencio
se me
muere en los brazos
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