A mis padres y mis abuelos
En
la penumbra sin horas
de
luto pasa el silencio,
se
va muriendo la vida
pegada
junto a un cuerpo,
la
vida entre la fe muere
decorando
a un madero…
No
hay nada que decir:
dobla
un tambor de silencio.
Y
en las horas alargadas
más
allá de los deseos,
la
noche de cirios vela
entre
esperanzas y miedos,
limpiando
la noche oscura
las
rendijas tras su velo…
¡Oh,
soledad, soledad
pisada
por el silencio!
El
tambor sigue doblando
en
su espalda de pellejo,
hecha
de funda de amor,
de
corazón y de tiempo.
La
calle, la fosca calle,
con
negrura de aire quieto,
ve
pasear por las nubes
un
dios de sí prisionero
evaporando
las culpas
un
tambor entre silencio.
Luciérnagas
inaladas
dibujan
luz en el viento,
en
el aire gris del paso
de
pausado movimiento.
Las
heridas de la talla
evocan
muerte en lo eterno,
mortandad
tan infinita
que
va muriendo por dentro
gota
a gota, gota a gota
con
lagrimal de veneno.
Llama
la oscuridad, llama
al
llanto perdido y viejo,
llama
al tambor redoblando
entre
notas de silencio.
Un
heraldo de redobles
anunciando
por el cielo,
anunciando
monocorde
las
tenues notas de un duelo,
anunciando
de negrura
que
Jesús hoy está muerto.
¡Silencio!,
dobla un tambor.
Son
redobles de silencio.
Guadix,
marzo de 1993, basado en el romance ‘Jueves Santo’ de
1985.
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