Alguien
reza en la cumbre,
pero
la cumbre está a pie de calle
o
en el segundo piso de un edificio dormido.
En
ese Renault que chirría en la curva,
a
la vuelta de la fiesta o del trabajo.
En
cualquier parte, a cualquier hora,
alguien
reza y no siempre lo sabe.
A
oscuras las voces llaman, a solas las voces buscan,
un
ángel se lame la herida, las rejas se llenan de ojos
y
el portón brusco golpea al excluido.
Silencio.
Humanidad
sorda. O Dios mudo.
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