Llegó
sin avisar. Al abrir los ojos, Lucía lo vio sentado en una silla al pie de la
cama, muy derecho pero a la vez con gesto cansado. El sol de abril le bañaba el
rostro. Al principio contempló su perfil, pero el joven volvió la cara de
pronto y la miró sonriente. Era como si hubiese presentido que por fin ella
había despertado. No sabía cuánto tiempo llevaba en el hospital. Su último
recuerdo es que estaba lavando los cuatro cacharros de la semana, en su
banquito frente al fregadero -dichosa artrosis...-, y se puso todo negro...
Había sentido, durante todo el día, un fuerte dolor en el pecho... Habría
cogido frío seguramente...
“La
saqué a paseo.
Se me constipó...”
Se me constipó...”
Le
era familiar esa frescura en la mirada: unos ojos claros, alegres, fijos en los
suyos. Aunque estaba sentado, lo adivinaba alto, como ella: la “larguirucha” de
la clase...
“Eres
alta y delgada
como tu madre...”
como tu madre...”
Su
presencia, no sabía bien por qué, le recordaba aquellas tardes a la salida del
colegio junto a sus compañeras; un colegio que pronto fue obligada a dejar por la muerte de su
madre. Tenía que ocuparse de su padre y de sus hermanos.
“Debajo
un botón, ton, ton,
que encontró Pachín, chin, chin...”
que encontró Pachín, chin, chin...”
Después
se casó, pero Juan la dejó pronto. Se reían sus vecinos porque era más bajo que
ella; sin embargo, se trataba de un ser de corazón enorme. A diario se acordaba
de él...
“Yo
soy la viudita
del conde Laurel...”
del conde Laurel...”
Pasó
el médico y le dijo que estaba recuperada, que esa misma mañana le daría el
alta y podría volver a casa. No, no tenía hijos. Solo un sobrino que de vez en
cuando la visitaba. Sin embargo, su vecina, Asunción, estaba siempre pendiente
de ella... Asunción, que tenía una llave, fue quien la encontró “caída a todo
lo largo” en la cocina...
Bueno...
La verdad es que “casi” tuvo un hijo. Se malogró poco antes de
cumplírsele los seis meses de embarazo: una caída en la azotea mientras tendía
la ropa... Ahora sería un hombre alto, moreno como ella...
¿Dónde
está? ¿Lo ha visto usted, doctor? Estaba ahí sentado. No, no era familia...
Adiós,
adiós....
“Mambrú
se fue a la guerra,
Mire usted, mire usted, que pena... “
Mire usted, mire usted, que pena... “
No tiene parangón el perfil de tu pluma, amigo mío. Sinceramente, una preciosidad que, como siempre, me emociona.
ResponderEliminarUn beso.