Género: Relato
La Oruga Azul.

La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),
jueves, 25 de marzo de 2021
Bases de la convocatoria del I Certamen de Relato "El sombrero de tres picos"
Género: Relato
domingo, 28 de febrero de 2021
ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 52, 28 de febrero de 2021" El árbol de las palabras".
ASOCIACIÓN CIVIL QUERER LEER A. C. (Villahermosa, Tabasco, México)
CARPE DIEM, por Juan Jiménez Caballero.
De un tiempo a esta parte,
he dejado de darme con un canto en los dientes.
Con una piedra en las espinillas.
Me he negado a crucificarme
y he pintado
mi cuerpo desnudo
de color, de colores.
De un tiempo a esta parte,
ando hablando solo.
Voy mirando a la gente,
a los ojos.
Como haciendo una pregunta.
La pregunta.
De un tiempo a esta parte,
he tirado los relojes.
Y miro al sol, a las estrellas.
Y a mi ombligo.
Y a mi ingle.
Me baño en vino.
Evito el Chanel nº 5.
De un tiempo a esta parte,
ya no me maldigo por perder,
por haber perdido tanto tiempo.
El tiempo vivido.
Perdido.
Ganado.
JUSTICIA (¡QUÉ PALABRA!), por F. Javier Franco Miguel.
¡Qué
palabra: justicia!, nos reclama,
y
nunca, sin embargo, le encontramos
igual
significado, si luchamos
todos
bajo esta idéntica proclama.
Ilusos
son los sueños de esta flama
que
en su ardor tanto quema y naufragamos
entre
llamas y lágrimas, soñamos
para
dejar los sueños en la cama.
Son
tus banderas mis banderas, son
mis
heridas las tuyas, barricadas
de
palabras que dicta el corazón.
¡Justicia,
qué palabra! Derrotadas
sus
sílabas por la ingenua traición
de
no querer ver las cartas marcadas.
UN CANTO DE PRIMAVERA, por Consuelo Jiménez.
Las palabras acercan el horizonte
que se contrae en las miradas.
Ensimismada en la azotea hormiguea la curiosidad,
son las cosas y sus nombres lo que encandila al verbo.
Hay un remolino de imágenes furtivas en la solana
deslizándose tras el piar de un noble pájaro.
Ningún otro, parece querer acoplarse a su estrofa.
Presto los oídos a su silbido,
hilvano tonos azules en la página.
Si él, supiese que tarareo su canto,
amasando las palabras en lo alto del árbol.
¿Dónde tendrá el nido?
Decido que soy afortunada,
escuchando su gorjeo, y con él, este poema.
BUTRÓN, Tomás Sánchez Rubio.
Habían
comenzado a planear la acción, con croquis en papel milimetrado, flexo y
lápices del 2 incluidos, a principios del mes de marzo. El 22 de abril, San
Agapito Papa, se pusieron a cavar el pozo en el patio de una casa cercana
abandonada ante la desconcertada y atenta mirada de cinco o seis gatos: un
negro agujero como alma de pecador se iba abriendo entre una pileta de agua
sucia y un limonero obstinado en seguir regalando sus imposibles frutos a pesar
de la soledad reinante.
Una chapa de gran tamaño maltrecha
por el paso de los años, en otro tiempo anuncio de cierta popular bebida
refrescante, cubría el abismo al finalizar cada jornada. La tierra húmeda que
salía de aquel vacío ojo de cíclope era extendida por el patio que cada semana
veía subir su superficie sobre el nivel del resto de la casa, del mar y de la
calle.
El 29 de septiembre, Santa Catalina
de Siena, domingo, estaba ya todo preparado. Esa mañana, muy temprano, entraron
en el túnel con aire decidido. Los tres habían dormido por la noche de manera
intermitente, del mismo modo, ni más ni menos, que en las últimas veintitantas semanas
.
Todo habría sido distinto si el
dueño de la librería hubiese accedido a venderle a Clara lo que quería… Aún no
alcanzaba a comprender el porqué de su negativa; seguro que para aquel hombre
no tenía el mismo valor que encerraba para ella...
Al final, solo habían tenido que
hacer saltar las cuatro baldosas de terrazo desde abajo. Al fondo del cuarto se
encontraba la estantería, plena de polvo y de olvido; en ella, en la segunda
balda empezando por arriba —tal como Clara lo
recordaba de la última vez—, se hallaba el libro de poemas que su padre,
un hombre aficionado a las efemérides y a los crucigramas, había escrito a
ratos durante años, al humilde resplandor de la farola que daba a la ventana de
la salita, a fin de no molestar al resto de la familia ni gastar electricidad. La
edición la costeó él mismo de su propio bolsillo.
Pensaron huir enseguida con el
ejemplar, pero la muchacha deseaba leerles algo a sus cómplices: muy seria y en
apariencia tranquila, se lo propuso. Clara, Pedro y Anselmo se sentaron en el
suelo de la librería. En silencio, bajo la tenue luz que entraba por los
visillos de una alta ventana de postigos entreabiertos, empezó, con voz
emocionada, por la dedicatoria:
“A mi hija Clara con cariño. A lo
largo de tu vida, nunca cejes en nada de lo que te propongas...”