Horacio coloca
la canga de tiro a sus vacas cuando aún no ha amanecido. La palmera maravilla a
la derecha, y la panadera a la izquierda. Con las primeras luces despierta a su hijo y se dirigen a las tierras del alcalde.
El muchacho puya a las reses con la punta metálica de la vara de madera.
—¡Goj!— Al
golpe, las bestias se ponen en marcha.
—Flojo Juanito
que son mansas y quieren cariño. Controla a la trigueña, que no se abra.
—¡Vamos!—esta
vez el toque acarició el lomo.
Mientras el
padre asurca la tierra, el hijo esparce estiércol y guano. Siembra de media en
media las papas bonitas, las azucenas y las coloradas.
Ya baja el sol
trasluciendo las montañas. Los pinares silban a retirada. La tierra ampara la
semilla y se preña hasta el verano.
—¿Nos regalará
unos sacos papá?
— Me ha dado su
palabra.
* * *
Aristarco
ordena los pergaminos por género y nombre de autor. Hay trabajo acumulado con
el cargamento del puerto. Demasiado
esfuerzo para un bibliotecólogo. Conoce cada papiro y el lugar
donde se aloja. Guarda tablillas y rollos en arcones, jarros, cestos, nichos y
anaqueles. Ayuda a los filólogos a copiar los manuscritos confiscados. Guarda
el original y da la copia al propietario.
Aristarco escucha disertar a los sabios que
acuden a la Biblioteca. Aprende rápido de lo que ve y de lo que oye, pero sobre
todo de lo que come. Hace tiempo que por su boca salen palabras que su mente
desconoce. Lo descubrió por casualidad cuando decidió alimentarse también de
palabras. Al principio las tomaba de rollos defectuosos y las soltaba en
cualquier conversación, sin venir a cuento. Ahora las domina y las usa en
tiempo y forma. Los filósofos le escuchan con admiración. ¡Cuánto aprende
Aristarco!
De unos meses a
esta parte descubre que algunas le producen temblor y le incitan a la acción.
Quiere probar con los textos prohibidos, las del rollo “Verba venire”, seguro que le valdrá el
respeto de la Reina y será profesor de
príncipes.
Es el día del
asedio. Aristarco temeroso toma una lámpara de aceite y se esconde en la sala
prohibida. A lo lejos se oyen las órdenes de César. Las naves del puerto arden.
Apresurado las
engulle por decenas. Esta es extraña. Pirómano. Traga sin masticar. De repente
el temblor.
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