Elvira, nada más levantarse, se acomoda
la bata a su nuevas proporciones, y se da cuenta con pánico que el cinturón
cada día le queda más corto, mira a su alrededor, reconociendo el desorden que
le rodea, puro reflejo de su malestar. Y es que la CRISIS asciende y se
extiende. Tropieza con la pierna de Paco, que últimamente duerme con
calcetines, ya que han tenido que sustituir la calefacción por dos mantas
adicionales, y él siempre ha sido muy friolero. Lo escucha roncar con espanto,
el extremo de su descuidado bigote se agita con cada resoplido y la pierna le
tiembla como si repentinamente lo atravesara una corriente eléctrica. De nuevo
la asalta ese sentimiento de rabia hacia Paco, al que hace casi dos meses que
no soporta, desde el día en que la condujo casi a rastras hasta aquel lugar
para vender sus joyas, último testimonio de sus días de gloria. Y es que como
bien dice el refrán: cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la
ventana.
¡El amor! Hoy es día de San Valentín,
casi se ruboriza el pensarlo. La fecha señalada en el calendario con una cruz
de rotulador rojo, para que Paco la distinga, aun así para él los días
señalados pasan totalmente desapercibidos, pero a Elvira le gusta marcarlos en
el calendario, como denuncia a su falta de atenciones.
Se ducha, se viste con desgana el
uniforme del supermercado, desayuna apresuradamente y sale. Todos los años por
San Valentín Elvira se levanta con la esperanza renovada, presintiendo que a la
vuelta siempre la espera una sorpresa: un escandaloso ramo de orquídeas o un
collar de perlas cultivadas…, pero Paco hace años que ha abandonado la buena
costumbre de agasajarla con un detallito siquiera. Entonces echa mano a la
imaginación y piensa en un admirador anónimo, que algún día la rescatará de las
estrecheces que en los últimos tiempos la mortifican.
Lo primero que se encuentra al entrar en
el supermercado donde trabaja de cajera, es un montón de pack de regalo
Especial San Valentín. Vanessa, la reponedora, está colocándolos en la sección
de perfumería. Una coqueta cestita que contiene un bote de colonia, una leche
hidratante corporal y en medio de los dos frascos, un osito de peluche
abrazando un corazón en el que puede leerse: I LOVE YOU. Todo por el módico
precio de diez euros.
- Buenos días Elvira ¿A que son monos?
–le pregunta Vanessa visiblemente entusiasmada.
- Buenos días Vanessa ¡moníssssimos! –
responde alargando la “s” con un gesto de repugnancia.
“Como se le ocurra a Paco regalármelo, no
tendré más remedio que apuñalarlo…” – piensa-. Antes de que Vanesa pudiera
acercarse para mostrárselo de cerca, Elvira se pierde entre las estanterías y
se dirige a las taquillas de los empleados
para dejar allí su abrigo y su bolso,
modelo Versace de hace dos temporadas. Después va directamente a la caja para
atender a los clientes, que sin perder el tiempo comienzan a entrar. Desde que
trabaja en el supermercado, no falta un solo día en el que Elvira no se flagele
recordando tiempos mejores. Cinco años estudiando, dos de masters, otros tantos
trabajando en el Departamento, para terminar aquí… ¿cómo he podido llegar a
esto? – se pregunta mientras pasa una y otra vez un paquete de papel higiénico
por el lector de códigos de barras, para finalmente tener que introducir la
serie interminable de números a mano. Uno de los pack especial San Valentín se
desliza por la cinta trasportadora, junto a un paquete de preservativos. Un
joven perforado por los piercing deja caer un billete de veinte euros con
desgana. Elvira le ofrece una bolsa y el chico se apresura en meter la compra,
especialmente los preservativos. Mirar el pack de nuevo le hace pensar en Paco.
Su memoria asociativa la conduce otra vez al enigma ¿Cómo he podido llegar
hasta aquí?
Llega a casa casi a las cuatro de la
tarde agotada, no hay nadie, como de costumbre Paco habría salido a buscar a
los niños al colegio, aprovecha estos minutos de soledad para relajarse, se
quita los zapatos y se tiende cual larga es en el sofá. Al entornar los ojos,
como siempre comienza a ver la cinta trasportadora llena de productos, una
imagen que desde hace meses tiene impresa en la retina, los abre entonces y su
mirada va a parar al calendario, donde el aspa roja sigue allí marcando el día
14. Recorre con la vista la habitación sin demasiada esperanza, por si a Paco
se le hubiera ocurrido mirar el calendario, incluso se levanta para buscar en
el dormitorio, pero nada, ni rastro de flor o paquetito. Se sobresalta al oír
el timbre de la puerta, no espera ninguna visita a esa hora, a no ser que a su marido
hubiera olvidado las llaves. Abre, es el chico de la floristería con un
destartalado ramo de flores.
- ¿Es la casa de Doña
Elvira González?
- Sí aquí es –responde ella
desconcertada.
Elvira
se queda sin habla cuando el chico se lo entrega y antes de marcharse le dice:
- Les acompaño en el
sentimiento.
- Gracias – responde ruborizada –“Estos
jóvenes atolondrados…, confunden ya las felicitaciones con los pésames”
–piensa.
Se queda de piedra mirando el enorme ramo
envuelto en plástico transparente. Lirios morados, rosas, crisantemos… ¡Pero
qué mal gusto tiene Paco! Busca la tarjetita nerviosa pero sólo encuentra una
con la publicidad de la floristería y una banda que dice: ¡SU ESPOSO E HIJOS NO
LA OLVIDAN…! – Un escalofrío la recorre, siente como el vello se le eriza de
los pies a la cabeza. Por unos segundos se siente la protagonista de una
thriller. “Ha debido ser un error-piensa- Paco siempre ha tenido talento para
el
humor negro, pero no creo que se haya
atrevido a llegar tan lejos…”. Entra al cuarto de baño y llena un cubo de agua
para meter el ramo provisionalmente.
Paco
y los niños entran por la puerta y encuentran a Elvira sentada escuchando la
radio, comiéndose un trozo de lasaña que previamente ha calentado en el
microondas y que al hincarle el diente se da cuenta de que aun está fría.
Los
niños se acercan a ella y le dan un beso. Alberto, el menor, lleva la mano
escondida tras la espalda, le entrega un corazón de papel que ha hecho en el
colegio y le dice:
- ¡Feliz día de los
enamorados!
- ¡Gracias mi amor! –responde Elvira,
después mira a Paco y se sonroja.
Paco le dirige una sonrisa, que más
parece una mueca y entra en el cuarto de baño, para salir casi al momento con
cara de póquer ¿qué hacia aquel ramo de flores allí? ¿Quién lo habría traído?
Elvira no necesitó más señales para darse cuenta de la sorpresa de su marido,
él no lo había enviado, entonces no había duda, tenía que haber un error.
- ¿Quién ha traído eso?
–preguntó señalando en dirección al baño.
- Eso mismo me pregunto yo
–respondió en todo acusador, por si las moscas…
- Supongo que no habrá
venido volando ¿Lo trajo alguien no?
- Claro, el chico de la
floristería, lo que me pregunto precisamente es ¿quién habrá sido el gracioso
al que se le ha ocurrido una broma de tan mal gusto?
- A mí no me mires Elvira
–dijo con una risilla nerviosa- ¿conoces a alguien…? quiero decir…, hay otra
persona…?
- Pues claro que no ¿qué
insinúas?
- Yo nada…
- ¡Aún no estoy muerta!-
contestó indignada.
- Que no estás muerta es bien notorio
¿Qué tiene eso que ver con el ramo?
Al parecer Paco no se había percatado de
la esquela de la cinta. Elvira entró en el cuarto de baño y sacó el cubo con el
ramo dentro.
- Este ramo es para un
difunto –dijo mostrándole el lazo.
- ¿Entonces por qué lo ha dejado aquí?
-Preguntó Paco con cara de pasmo.
El murmullo de la música en la radio fue
bajando de volumen para dar paso al tañir de unas campanas. La locutora
trasmitía las noticias necrológicas: “La Señora Elvira González de Ledesma
falleció esta pasada noche los 89 años de Edad. La misa de funeral tendrá lugar
en la Parroquia de Santa Eulalia a las 5 de la tarde. Descanse en paz”. Elvira
y Paco se miraron incrédulos, el enigma se
había resuelto de un modo tan inverosímil
como se había producido. Elvira se puso el abrigo, el bolso, sacó el ramo del
cubo, secó el agua con papel absorbente y se dispuso a salir.
- ¿Dónde vas? –preguntó
Paco.
- A la Parroquia de Santa Eulalia,
quédate con los niños.
Eran las cinco y diez de la tarde, con un
poco de suerte llegaría a tiempo para devolver el ramo a su verdadera
destinataria. Cuando llegó a la iglesia, casi había finalizado el funeral.
Elvira preguntó a una señora por la familia de la difunta que en ese momento
recibían el pésame de la gente que se acercaba para dar el último adiós a la
otra Elvira.
- Aquel anciano que ve usted allí
delgadito, es el Señor Valentín, el viudo, los que están junto a él son los
hijos y las nueras. Figúrese usted el pobre, precisamente hoy que es el día de
su Santo…
Elvira se puso en la fila con la demás
gente, hasta aproximarse a donde estaba la familia, después de manifestar sus
condolencias, explicó como pudo lo ocurrido y entregó a Don Valentín el ramo,
que tras pasarlo a uno de sus hijos sostuvo las manos de Elvira y le agradeció
su atención.
Al
llegar a casa, sobre la mesa de recibidor, encontró una rosa roja sobre un
paquete envuelto en papel de regalo, cuajado de corazones rojos. Lo abrió con
el alma en un puño presintiendo sin remedio el contenido. La sonrisa de un
osito de peluche la saludó con sarcasmo detrás del papel, pero Elvira estaba
tan cansada, que decidió posponer para otro día el asesinato de su marido.
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