Gian Paolo Barbieri |
Le juro
señor juez, que intenté por todos los medios no enamorarme de él, pero ¿cómo
resistirse a la profundidad de sus ojos negros, a su aroma varonil y a sus
sensuales palabras? Verá señoría, a mí se me conquista por el oído. Lo
entendería usted si hubiese padecido
como yo una serie de acúfenos
recurrentes desde la más tierna infancia. Mi mundo se componía de imágenes,
olores y ruido. Absorbía las voces por el tacto. Me convertí en una sobona.
Claro que aprendí el lenguaje de signos y me especialicé en kinesia, pero a mí
me gustaba palpar. No había cuerpo que se resistiera al calor de mis manos. Era
mi forma de percibir el color y el matiz de mi interlocutor.
¿Puede usted imaginar el impacto que me
sacudió cuando el tratamiento a base de hidroxietilalmidón y pentoxifilina me
devolvió mi atrofiado sentido? Me sorprendió comprobar que no me había
equivocado al asignar a las personas
cercanas su propia melodía. Por eso cuando le conocí y me susurró al oído, no
pude más que rendirme.
Reconozco que los anteriores nunca llegaron a
su nivel, sus voces eran más atildadas o demasiado ásperas, pero los amé a mi
manera.
El asunto del coleccionismo es inherente a la
naturaleza de la rama femenina de mi familia. Puede su señoría preguntar a mis
amigos y todos corroborarán mi afición.
Guardo de todo: sellos del mundo entero, el
" ojos de buey" me salvó del hambre en una ocasión; lepidópteros de múltiples
especies, tendría usted que ver mi Ornithoptera Alexandrae; el santoral
completo en estampitas clasificadas por año de canonización, mis diez mil
vinilos de música afro-cubana...por eso cambio a menudo de domicilio.
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