Última carga.
Último
día.
El batir de los
cascos levanta una nube de polvo
que se pega a las gargantas. Sudor de
hombres y bestias tras días de lucha por una tierra fragmentada.
Alá frente a Dios.
Nobles fieles a
Rodrigo o enemigos reclutados para empuñar la espada contra al bereber..
Musulmanes leales al lugarteniente de Musa ibn Nusair.
Tariq aguarda
a lomos del hermoso Al-Lakko. Elige un terreno favorable que contrarresta la
inferioridad de su ejército. Espadas jinetas, mortíferas dagas, certeros arcos
y expertos ballesteros, lanzas que la fuerza de un brazo clava en certera
estocada. Banderas de media luna
bombeando sangre a las sienes en espera de ser entregada o aplacada.
Rodrigo
acaricia las crines negras de Orelia. Su cabeza coronada se yergue ante una
caballería exhausta, que enarbola la enseña de la cruz dorada y llena el aire
con arengas de valor.
Ya colocan cascos y yelmos sobre el almófar. Lanzas y
adargas esperan la orden del
rey-caudillo, que ocupa el primer lugar en la columna central. En el ala
derecha, Sisberto, y en la izquierda, Oppas, sorprenderán a Tariq por los
flancos. Un ataque convergente con tres cuerpos sobre el grueso musulmán desde
varios puntos independientes. La estrategia definida y la victoria segura. Pero
una traición pactada se esconde y aguarda.
Ya galopan los cristianos, sorteando el pedregoso
terreno.
Clamor de aceros. Espadas separando cabezas de sus cuerpos. Ballestas horadando
corazones y vientres. Brazos mutilados
al roce del alfanje. Cotas de malla escupiendo sangre, atrapando jirones de
piel. Cráneos sin yelmo aplastados por las cabalgaduras, rostros con ojos
desorbitados.
La tierra traga voces muertas que escapan por el hueco
que deja la hoja toledana en la yugular.
Rodrigo ve su
victoria ondear en la loma, pero la sorpresa acelera la derrota. Los flancos de
apoyo desaparecen para unirse a las tropas de Tariq. El rencor por la legitimidad de un trono usurpado, había
firmado tiempo atrás, un pacto de
traición desertora que asesta el golpe final a un reino visigodo,
gastado y decadente.
Una alfombra de cuerpos desmembrados tapiza el
lugar con un hedor metálico. Cerca, junto al río, resopla asaetado un bello animal azabache con
bridas de oro sin cabalgadura.
Mientras, Tariq
ibn Zivad galopa hacia las puertas de Al- Andalus.
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