La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

viernes, 14 de marzo de 2014

La revelación, por JAVIER FRANCO.


Hace mucho tiempo que no duermo, no lo necesito. Mi cerebro está fresco como una flor en primavera, es joven, joven y en el momento más preciado de su madurez, y ahí, en ese punto magnífico, se mantiene. Se mantiene en tan buena forma que ya ni precisa del cuerpo, he sido capaz de ponerlo a funcionar casi al ciento por ciento, lo que era impensable, pura ciencia ficción hace apenas unos cuantos lustros. No necesitaría escribir estas notas, no es preciso, no me es preciso, puedo comunicarme con vosotros sin que siquiera seáis conscientes de que lo estoy haciendo, pero esto de los escritos de manifestación pública es una vieja tradición, tan arraigada, que no vislumbro un porqué para su ruptura.
Podría deciros que nací de la nada, ya ha habido otros antecesores que lo han hecho, pero el que lo sepáis no me impide seguir siendo quien soy, porque dejaréis de saberlo en cuanto yo lo desee.
Al principio –al principio de lo que yo os quiero contar, evidentemente– yo era un ser humano vulgar, tan vulgar que llegué a ser considerado por debajo de lo vulgar y acabé en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau; si era judío, comunista, homosexual, testigo de Jehová, gitano o libre pensador, lo mismo da, el caso es que acabé allí. Y de allí, la buena o mala fortuna, ya estoy por encima de esos conceptos, me llevó a la Universidad de Estrasburgo, donde un doctor llamado August acaparaba conejillos de Indias para sus experimentos, en su mayor parte escogidos –recogidos, más bien– de aquel campo. El aprendiz de brujo, convencido de la maestría de su ciencia, amparada por el uso sin cortapisas morales ni materiales de cualesquiera medios que propusiese, había llegado a la conclusión de que el cerebro jamás envejece, degenera, que sus constantes se mantienen intactas e incluso su capacidad de rendimiento puede ir aumentándose progresivamente en ciclos casi inagotables, de no ser por el envejecimiento, la decrepitud del resto de los órganos del cuerpo, que hace que le llegue cada vez menos oxígeno o en peores condiciones, que la sangre no lo circunde con la fluidez necesaria. La solución sería mantener un cerebro siempre joven en un cuerpo joven, permanentemente joven, pero ¿cómo conseguirlo?
Había otro doctor, que luego alcanzaría la fama, especialista en experimentos genéticos, de apellido Mengele, quien estaba iniciando una experimentación revolucionaría sobre la capacidad de obtener réplicas exactas de seres vivos a través del desdoblamiento de núcleos celulares, en fin, nunca he sido científico por lo que tampoco entendí mucho de los pormenores, el caso es que fui designado para formar parte de la experiencia.
Consistía ésta en crearme una réplica, que llamaban clon, y trasplantar a ésta, más bien a su cuerpo impoluto, mi cerebro y comprobar si la capacidad neuronal de éste se mantenía o incrementaba, al ser alimentado por un receptor nuevo, con unos órganos jóvenes y sanos. De ser así, y repitiendo la operación una y otra vez, un cerebro en plenas condiciones podría llegar a ser infinito. E infinitas podían mantenerse o incluso incrementarse en una cadena evolutiva las capacidades de su führer, que podría dirigir personalmente los mil años que vaticinaba para su Reich.
Yo fui la primera fase de su experimento y como ella hubiera concluido, cuando irrumpieron las tropas norteamericanas, de no haber sido recuperado para la ciencia de los libertadores invasores, en uno de sus múltiples programas secretos. Y mientras mi cerebro se mantenía igual de joven e impecable pasados años, lustros, décadas…, mi capacidad de poder arrancar de él cada vez mayores posibilidades, en una evolución exponencial, llegó hasta el punto de poder ya prescindir del cuerpo, de ser sólo “idea” –en su sentido más puro: puro conocimiento– y, como tal, tan sin límites que ya no precisé de nada ni de nadie. Su experimento concluyó en el preciso momento en que yo decidí emprender mi experimento.  
Ya era idea: idea pura, absoluta, libre. Ya podía “crear”, sí, crear, el estar por encima, más allá, de todo lo material me permitió no ya cambiar el mundo, convertir el mundo en otro, sino crear mi propio mundo a medida.
Y para ese mundo escribo este testimonio, esta “revelación”, para vosotros que me llamáis con un nombre que nunca me ha gustado utilizar y que otros como yo se han empalagado en reiterarlo, sí, ese nombre tan repetido a lo largo de la Historia, mejor dicho de “las Historias”, esa palabra que ya estáis intuyendo: DIOS.

P.D. No lo he dicho, pero ahora creo que sí es oportuno el descubríroslo: antes de ser detenido era un implacable y voraz agente de bolsa en Frankfurt del Mein. Por eso, mi mundo, este mundo no podía ser concebido de forma distinta a cómo es.


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