He de ser la única tripulante en esta nave fantasma flotada sobre un mar de silencio. Nadie vendrá por esta ignorada ruta, nadie me salvará del naufragio; ni tan siquiera él, el arcángel que habita en lo más recóndito del sueño de los hombres. Pues nadie hay en este lugar, nadie, no hay aquí ni hermanos, ni amores, ni hijos..., nadie en este rincón en donde el hombre se medita.
¿Y quién podría habitar estos parajes? Quién habría aquí, sino seres prometéicos atados a sus rocas, confinados por los dioses a los que una vez más desafiaron.
Este es el reino de las cosas perdidas, de las emociones ultrajadas. Nadie, nadie. La naturaleza aquí devora y aniquila, estas son las latitudes de los caranchos, de las águilas y los cóndores, el espejismo atávico de las sombras.
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