Mi ilustre amigo el
escritor Eduardo Moreno Alarcón, al que venero como a un druida medieval porque
va por el mundo animando al prójimo con la flauta travesera de su alegre
carácter y su zurrón cargado de humildad, sapiencia y pócimas literarias con
las que dulcificar la dura existencia humana, firmó en la pasada Feria del
Libro de Madrid ejemplares de su última novela, «La proeza de los
insignificantes», galardonada merecidamente con el XIV Premio de Novela Corta
«Encina de Plata», el certamen nacional más prestigioso de esta modalidad, que
cuenta con un jurado fortificado por la editorial Premium con plumas de la
talla moái de Luis Mateo Díez, José María Merino, Luis Landero y Gonzalo
Hidalgo Bayal, de quienes Moreno Alarcón recogió orgulloso la distinción el año
pasado porque el premio se otorga seis meses antes de la publicación del libro.
Hace poco ha vuelto a reunirse con ellos para la entrega de la edición de 2021.
Como dicen los cazadores de codornices en los
llanos de Albacete: el que la sigue, la mata, y el que no, la desbarata. Eduardo
ya había sido finalista de este galardón en 2014 con su primera novela,
«Entrevista con el fantasma». Se ve que es mal perdedor y que la espinita ponzoñosa
del segundo puesto de entonces se le clavó bien hondo en la epidermis y ya iba
siendo hora de sacársela con las aceradas pinzas del premio gordo.
No es la primera vez que el albacetense
–de La Roda para más señas– logra un galardón, ni la vez primera que exhibe
palmito en la importante cita literaria madrileña. Ya firmó en la edición de 2015,
precisamente cuando se publicó «Entrevista con el fantasma». Si es un hito que
colma de alegría a cualquier autor firmar en la feria dejándose la muñeca en sentidas
jaculatorias a lectores próximos y anónimos, repetir es todo un récord del que
mostrarse orgulloso porque refuerza su solidez, su templanza y su calidad como
autor. No será la última porque aún quedan caudales ilimitados de narrativa por
extraer de tanta capacidad creativa como almacena Eduardo en su rubicunda molondra,
hipertrofiada hasta la última dendrita de lecturas, conocimientos e
imaginación.
De hecho, cuando nos vimos el pasado mes
de septiembre en la caseta de la feria, le pregunté por sus proyectos futuros.
«Me apostaría el herraje, las orejeras y hasta la mielga a que ya tienes otro
libro en puertas», le dije. Efectivamente, me confesó que se ha lanzado por fin
a escribir la gran novela que todo literato sueña y anhelan con impaciencia sus
fieles lectores (esto no lo dijo él, que es pura modestia, esto lo digo yo).
También le recordé que tiene otro asunto
importante pendiente de publicar, que esperemos vea pronto la luz en formato papel,
pues lo leí por entregas hace tiempo en el periódico digital «Crónica de La
Roda»: «Los Paragnostas», un relato viscoso, surrealista, alienígena, que
podría servir como guión para una serie de irse de vareta en Netflix. Está
redactado a cuatro manos con su amigo y también escritor albacetense Pedro
Pastor Sánchez, otro crack de la truculencia fantástica con quien Moreno
Alarcón ha escrito además «Visionarios», un relato que engancha desde el título
combinando las vicisitudes de Von Braun y su cohete V2 durante la II Guerra
Mundial, las intrigas rusas y americanas en torno a la conquista espacial y las
aventuras de la NASA y los astronautas del Apolo XI en su periplo lunar. Esta extraordinaria
invención, de la que ambos firmaron ejemplares en la pasada feria, forma parte de
«Efeméride», obra editada también por Premium que recopila ocho relatos de
ciencia ficción de diferentes autores para conmemorar el 50º aniversario de la
llegada del hombre a la luna.
«La proeza de los insignificantes»
Fruto de la inquietud de Moreno Alarcón por
explorar nuevos horizontes narrativos surge «La proeza de los insignificantes»,
que fue publicada en abril de este año y obtuvo excelentes críticas. Al poco de
ser alumbrada, el autor, emocionado con la llegada del nuevo retoño literario,
que traía ese primer premio bajo el brazo, me confesó: «Personalmente, escribir
esta novela fue una experiencia maravillosa, liberadora y divertida... Ojalá
pueda llegar a los lectores con la intensidad que disfruté al escribirla».
Que está llegando a los lectores es
notorio porque en seis meses ha cosechado un meritorio éxito de ventas, y que
es gozosa su lectura lo aseguro yo que la he leído tres veces y he disfrutado
como un gorrino hozando salvaje en un edén patatal. Bien es verdad que tiene
poco mérito la crítica por mi parte porque soy un adicto confeso a los textos
de Eduardo y me declaro adorador circunspecto y mitómano de su narrativa, lo
que me hace poco imparcial a la hora de juzgar su obra.
Mas esa debilidad no me impide resaltar
con justicia sus variopintos méritos, aunque suene a nenia lastimera. Si bien
no voy a cometer la imprudencia de calar el melón de su argumento, pues cada
palabra de lo escrito cuenta y está estudiada para sorprender al lector, diré que
el narrador de la historia es un escritor que no quiere publicar la que será su
última novela pero se empeña su editora. Los hechos comienzan en el bucólico
paisaje del Maestrazgo turolense cuando una bola luminosa se desploma del cielo
sobre los huertos de la localidad de Tronchón. La investigación del meteorito
atraerá a un geólogo planetario del CSIC y asesor de la NASA y a una
catedrática de cristalografía y mineralogía de la Complutense. Las vidas de los
protagonistas y de los habitantes del pueblo se verá afectada por este suceso,
pues deberán afrontar la proeza de seguir adelante con su vida asumiendo los
cambios acaecidos.
Sí puedo afirmar sin temor y sin ambages que
se trata de una metanovela original en su concepción, divertida en su argumento,
de tinte costumbrista y fantasía desbordada y cargada de recursos narrativos. Literatura
pura trazada con desparpajo y maestría épica y una imaginación fuera de lo
común. En su línea y con todas las características del estilo personal al que
ya nos tiene acostumbrados el escritor rodense, cuya obra, desde el primer
cuento a la última novela, es reconocida por una prosa rica en epítetos, denso
vocabulario y aroma poético, rebosante de simbología, con imágenes grotescas,
delirantes, bañadas de expresividad y complejidad psicológica, con párrafos
cortos, precisos y armados de ritmo musical, golpes efectistas y metáforas
medidas que son certeros trallazos a la conciencia del lector.
Sus geniales creaciones, fruto de la
investigación, de la intuición y del conocimiento exhaustivo y extremo de un lenguaje
que domina a la perfección y las más variadas técnicas expositivas, que domina
con soltura como escalpelos forenses y sin constreñirse a un único género,
invitan a la reflexión y despiertan el ansia por la lectura porque desarrollan
con intensidad tramas, ora complejas, ora hilarantes, ora tremendistas,
cuajadas de sorpresas y trampas para osos. El autor sabe recrear ambientes con una
singular tensión poética en las anécdotas, en las situaciones y en los
personajes que saprofitan la atención del lector y actúan sobre su ánimo como
ondas expansivas… como si este tuviera el cerebro embutido en una campana de
bronce de iglesia gótica repicando a medianoche o a la sagrada hora del
Ángelus.
De casta le viene al galgo
Eduardo Moreno Alarcón puede escribir
sobre lo que quiera porque sabe, se esfuerza y se divierte. Y escribe
divinamente, escribe como los ángeles. O mejor dicho, como si fueran los mensajeros
del cielo quienes le dictaran las divinidades que escribe, como cuando a San
Isidro le cultivaban la besana los rollizos y alados angelotes mientras se
echaba la siesta. Una vez, disertando sobre la profesión de escritor, dije de
él que era un erudito de raza y bajo su apariencia de geniecillo informático,
de científico despistado, de famélico y menesteroso monje del Himalaya, o de
perito con mesiánica vocación política de redentor de pueblos, se escondía una
mente cartesiana, lúcida, analítica, creativa, ingeniosa y trufada de proyectos
y delirios literarios. Todo eso desbocado no hay barrera material que lo frene.
Si a las pruebas nos remitimos, poco me
equivocaba. Destacan en la poliédrica capacidad creativa de Moreno Alarcón las
facetas de músico (pertenece a la banda de música Virgen de los Remedios, de La
Roda), actor de teatro y autor de piezas teatrales y, sobre todo, la de escritor
pertinaz, prolífico y aficionado a coleccionar triunfos, que a su producción
novelística añade la de guionista de proyectos artísticos, prologuista de poemarios
y novelas ajenas, jurado de premios literarios, analista de opúsculos, coordinador
del club de lectura de literatura fantástica en la Casa del Libro de Albacete y
la colaboración asidua en brillantísimas publicaciones literarias electrónicas como
«Absolem», y portales digitales relevantes tal que «CosmoVersus».
Coronada por su más reciente actividad de
dramaturgo, que le ha llevado a estrenar el 21 de octubre de 2021 en el Teatro
de la Paz, en Albacete, la obra «Esconde la mano», producida por Teatro Thales
e incluida en la red de artes escénicas de Castilla-La Mancha, la andadura de
Eduardo Moreno Alarcón en el mundo de las letras se remonta a su infancia, allá
por los primeros años ochenta en los talleres de la «Imprenta Samuel», perteneciente
a su familia, impresores de La Roda de toda la vida, donde el chaval creció viendo
a su padre trasegar entre minervas, legajos almacenados en anaqueles y manipulando
cubos de tinta y resmas de papel, lo que un día no muy lejano habría de orientar
definitivamente su irrenunciable vocación hacia la escritura.
Podríamos decir, por tanto, que juega con
ventaja y que de casta le viene al galgo, pues generosa es su herencia de larga
estirpe rodeña emparentada con la cultura local. Sin restar un adarme de mérito
a su currículum, Eduardo lleva en el genoma la profesión de escritor, igual que
se transporta en el ácido desoxirribonucleico el color de los ojos, la forma de
andar, la pulsión suicida, el instinto asesino o el afán depredador de libros.
Por parte de padre, Eduardo es nieto de
Samuel Moreno Romero, impresor e intelectual de la época del Ateneo rodense, en
los primeros tiempos del siglo XX; e hijo de Eduardo Moreno Martínez, que regentó
el taller tipográfico durante buena parte del siglo pasado. Por si fuera poco, en
el lado materno es bisnieto de Arturo Alarcón Santón, autor del Himno a La
Roda, gran músico y pianista, compositor de zarzuelas que se estrenaron con
éxito en los años veinte. Su hermano, y tío bisabuelo de Eduardo, fue el
catedrático y arabista Maximiliano Agustín Alarcón Santón, una de las figuras
más destacadas de la sociedad rodense de principios del XX y el mejor amigo,
compañero de juegos, de lecturas y de estudios que tuvo el gran filólogo
rodense Tomás Navarro Tomás, miembro de la Real Academia Española y una de las
luces incandescentes que ha tenido nuestra lengua en toda su historia.
Una fulgurante carrera
Los primeros poemas de los años mozos dieron
paso en la adolescencia de Eduardo a la creación de comics emulando los tebeos
de la época, con los que se fue forjando en su mollera, en la imprenta sita al
pie del «Faro de La Mancha», la torre de la iglesia de El Salvador de La Roda, la
más alta de la provincia de Albacete, la tramazón de su incipiente vocación de
juntaletras. Sin embargo, contra todo pronóstico, su subconsciente –podríamos
pensar que manifiestamente mejorable en aquella época– le llevaría a Madrid a licenciarse
en Psicología en vez de en Filosofía y Letras. Aunque, cuidado, porque viendo
ahora los resultados pienso que pudo ser un error premeditado.
Sabiéndose los principios regidores de
nuestra lengua y grabado a fuego el impulso guerrero de las letras en lo más
profundo de sus islotes de Langerhans, seguramente era más práctico para él de
cara al futuro entender los problemas psicológicos del ser humano y el alcance
de los esguinces neuronales de las mentes criminales. Así ha podido extraer de
sí mismo las abundantes dosis de jugo literario con que ha creado personajes
tan inquietantes como magnéticos con los que salpicar sus truculentas historias.
Prosigo. Con la pluma al ralentí y la
carrera liquidada, fue dando tumbos desorientado ganándose la vida como técnico
en Prevención de Riesgos Laborales y Medio Ambiente, hasta que el grisú estalló
en su conciencia y obró la criatura en consecuencia. Despuntó en 2008 llevándose
de calle el concurso de relatos de terror «Nexus Outsiders», que volvió a ganar
en 2009, quedando al descubierto su «yo» de narrador omnisciente.
Numerosos artículos publicados y dos primeros
libros, compendio de relatos breves de misterio y ciencia ficción con títulos
tan horripilantes como «Lo que vino de las profundidades» (2010), prologada por
nuestro paisano y dramaturgo Pedro Manuel Víllora Gallardo, y «Oscuro
parentesco» (2014), revelaron su estatura de gran novelista y genial visionario.
Su virtud creadora nos obsequió con unas incursiones estremecedoras en el mundo
del terror, la alucinación y lo sobrenatural que nada tienen que envidiar a los
mejores relatos fantásticos de Irving, Lovecraft, Tolkien, Stoker, Dickens, Poe,
Verne, London, Chéjov, Kafka, Asimov o Stephen King, por citar solo la docena
de sabios a los que en el altar de mis devociones atufo de incienso a diario.
Sería por esta época, quizás antes, cuando
tomó la sabia determinación, mancomunada con la «Musa del Omaña», Marién, su
santa, de dejarse de martingalas y arbitrar su espantada del mundanal ruido
para sumergir su cuerpo entero y su arte palpitante en la pila bautismal de su pulsión
por contar historias y untarse con los óleos del sagrado –y maldito– oficio de
escritor, como el seminarista se entrega sin pensarlo a Dios, a la oración y al
celibato. No es poco riesgo el que asumió al afirmarse en tal oficio en un país
empecinado en ignorar, cuando no despreciar, la dedicación absorbente a la
literatura.
Una vez rota la cadena laboral y retirado a
su guarida en el Nueva York de La Mancha –Azorín dixit–, llegaron las novelas a
cascoporro para confirmar lo acertado de la resolución. Media docena de obras publicadas
en pocos años dan la talla de Moreno Alarcón como máquina de producir
secuencialmente literatura explosiva, como deflagran con cadencia de
milisegundos los detonadores en las voladuras controladas. Cada distopía, cada
mutación, cada evisceración mental suya que se ha visto retractilada en la
encuadernación, ha superado el reto de ser bendecida con algún espaldarazo
literario de ámbito nacional, e incluso internacional como el «Naji Naamen
Literary Prize» de El Líbano, en 2019.
Aparte de «La proeza de los
insignificantes» (2021), ha publicado otras cuatro novelas y la antología de
cuentos «Sucesos del otro lugar» (2020), prologada por el escritor granadino
Francisco José Segovia Ramos, que reúne lo mejor de su demencial y premiada cosecha
de la última década. Las novelas se titulan: «Entrevista con el fantasma»
(2015), ya mencionada, finalista del VIII Premio de Novela Corta «Encina de
Plata»; «La fuente de las Salamandras» (2017), finalista del II Certamen
Alféizar de Novela, que tuve el honor de presentar con el autor en La Roda;
«Sonata de mujer» (2018), finalista del XXXVII Premio Felipe Trigo, prologada por
el escritor argentino Alejandro Mansilla; y «Apuntes del espejo» (2019), premio
Jerónimo de Salazar de Novela Histórica.
Con otros mimbres publicados por distintos
mecanismos, imposibles de reseñar aquí por ser legión, ha recolectado variopintos
galardones. Al ya mentado «Nexus Outsiders» hemos de añadir ser finalista en la
IV edición de los premios «Mallorca Fantástica», en 2011; el tercer premio en
el concurso de relatos «Víctor Chamorro», en 2012; ganador del II certamen de
relatos de terror «Sueños de Opio», en 2013, además de finalista de este premio
en la edición de 2014; y primer accésit en el I certamen literario «Guadix,
primavera y vino», de 2017.
Un oficio brillante y premiado
Eduardo lleva en el sacerdocio magisterial
de las letras poco más de una década, pero ha producido un material literario inmenso,
altísimo y de calidad extraordinaria. Ojalá esta obra tuviera más reconocimiento
en los medios y estuviera para su disfrute al alcance de cuantos más lectores
mejor. Por desgracia, vivimos una época extraña en la que publican con
facilidad los marrajos de la prensa rosa, los políticos mediocres –valga la
redundancia– y los presentadores y tertulianos levemente estreñidos que pululan
por las televisiones, a los que las grandes editoriales publicitan con
prioridad para garantizarse las ventas. No es que eso esté mal, porque lo
importante es que la gente lea, aunque sea una rasilla de hueco doble, pero
sería mucho mejor que se diera el equilibrio entre ambos extremos, la
alternancia promocional entre famosos y noveles. Por fortuna, hay otras editoriales
más modestas, como Premium y su «Encina de Plata», empeñando cuerpo, alma y
peculio en sacar a orear a los escritores solventes como Eduardo para darles un
empujón en su carrera, lo que en este cicatero mundo siempre es de agradecer.
Por todo lo aquí escrito, y desde mi
pétrea gárgola capitalina, exhalo un deseo que es a la vez una premonición de
arúspice interpretando la voluntad divina en las entrañas del animal
sacrificado: que su obra recibirá el reconocimiento abrumador que por trabajo,
actitud, rigor, empeño y talento le corresponde. Es la justicia que merece la
carrera literaria del eximio escritor rodense Eduardo Moreno Alarcón, cuya
proeza está en sacrificar ilimitadas dosis de paciencia y un mantenido esfuerzo
de trabajo cotidiano a su pasión por la literatura, repartida entre la
dramaturgia, las colaboraciones editoriales y las novelas. Pasión de la que ha
hecho un oficio tan brillante y tan premiado.
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