La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 30 de octubre de 2021

LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL, por Tomás Sánchez Rubio.

 

Pintura de Mustafa Yüce

Los alumnos y las alumnas salieron cabizbajos, en una apretada fila, del gran edificio escolar en dirección al autobús que aguardaba en la puerta exterior. Cruzaban el patio tensos, esforzándose por disimular su miedo e inquietud. A algunos se les secaba la boca, si bien aparentaban un ánimo sosegado, manteniendo la mirada fija en un punto lejano; otros, por el contrario, temblaban de forma involuntaria pero perceptible.

El profesor de matemáticas, Arístides Gamboa, cruzados los brazos en actitud desafiante, escupió ruidosamente en el suelo al paso del grupo. El de filosofía, el señor Krupp, con una brillante chupa de cuero negro que contrastaba con la enfermiza palidez de su rostro, blandía una cadena de grandes dimensiones con la que golpeaba la sucia pared, ennegrecida por la persistente humedad... Horacio Manuel, el maestro de letras latinas, con un cigarrillo mal envuelto en los labios y  aquella gran cicatriz cruzándole el rostro, arrojó contra el frontal de una papelera la lata de cerveza formando un gran alboroto. Un sonoro eructo salió de su garganta encallecida por el tabaco y el alcohol barato. Junto a él, con ojos desquiciados y enrojecidos, la profesora de música, Eileen Moldova, rio con una estridente carcajada, más parecida al graznido de un cuervo atrapado en una zarza que al  sonido emitido por una garganta humana.

La fila de chicos y chicas, todos uniformados, llegó por fin al autobús. No podían dejarse llevar por las provocaciones...

Carla, la delegada de su clase, sin levantar la vista, tomó asiento detrás del conductor. Éste, con expresión entre preocupada e irónica, sentenció: Todos los viernes igual; en cuanto terminan las clases... No sé cómo los soportáis. Pobres muchachos.

Carla sonrió y dijo en voz baja, más para sí, que para él: ─Bueno, una se acostumbra a todo. En el fondo no son peligrosos…

Mientras pronunciaba estas palabras, Carla acariciaba el colt 45 que llevaba oculto en la mochila: todo un clásico que le habían regalado sus padres en su último cumpleaños.

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