Cada vez observo a más y más autores, tanto en el mundo real como en el virtual, que abominan de la literatura de masas y se centran en aquella que coquetea con esa inmensa minoría. Se han vuelto elitistas, porque buscan a un lector culto o, mejor, extremadamente culto; exquisitos, porque en su mundo no puede entrar nadie que no pertenezca a su mundo; pedantes, porque se unen las dos facetas anteriores en la misma facción; distantes, porque no congenian con las apetencias de los demás; arrogantes, porque no se plantean nada de lo anteriormente dicho; soberbios, porque su opinión es irrebatible.
Pues sí, me he quedado a gusto.
Trato de ir seduciendo a más lectores sin menoscabar la calidad literaria, quiero indagar en su universo e inmiscuirme en sus gustos e inquietudes. Mis alumnos, sus padres, familiares o amigos, y así más de dos tercios de españoles (me estoy quedando muy corto) están siendo arrastrados por la era de la imagen, de lo inmediato, de lo efímero y de lo cutre. Lo peor de todo es que nadie hace nada por evitarlo, salvo distanciarlos aún más.
Las televisiones y las RRSS alimentan diariamente a todos esos consumistas de lo mundano, de lo superfluo y de lo insustancial. Nosotros, los docentes, deberíamos encarrilar a todos esos lectores potenciales que no leen porque les aburre leer. Esta es la respuesta estandarizada que utilizan. Si los que nos consideramos medianamente cultos, abonamos los senderos del oscurantismo gongorino, por mal camino vamos.
El Día de Todos los Santos acudí a mi ciudad natal para cumplir gustoso con la tradición de rendir tributo a nuestros difuntos. Ni cuatro meses hace que mi madre se marchó. Aunque me siento ya malagueño, uno no puede olvidar sus raíces. Aproveché esta circunstancia para acudir a un magnífico evento literario que pretende acercar la cultura al pueblo. Ese pueblo que deseo que se aleje urgentemente de lo ramplón. Sinceramente, urge. Ha sido denominado Aula Abentofail de Poesía y Pensamiento, donde realizan excelentes encuentros a finales de cada mes. El evento fue inaugurado en 1999 por Félix Grande, al que siguieron insignes escritores, pensadores o poetas como Luis Alberto de Cuenca, Justo Navarro, Pérez Reverte, Sánchez Dragó, García Montero, Eslava Galán o Jesús Ferrero por mencionar a los más renombrados. Y así más de un centenar que encumbra a la ciudad de Guadix a un pedestal cultural digno de encomio, coordinado y presentado fenomenalmente por el accitano Antonio Enrique, nada más y nada menos. El resto de los poetas o escritores que han sido invitados no voy a decir que son menores, ni mucho menos, pero sí son grandes desconocidos para el pueblo.
La poesía es un género que estuvo y sigue arrinconado, incluso, en los lejanos anaqueles de las librerías más minoritarias. Disculpen la redundancia o el énfasis. A este paso solo se leerán entre ellos mismos en una suerte de autofagia y autocomplacencia, e irán distanciándose aún más de esa masa que se sumerge solo en el mundo de la imagen y la tecnología.
Este último encuentro fue instructivo y emotivo, la poesía debe tener una carga emocional importante, de lo contrario se parece más a una receta de cocina. No existe el poema perfecto —siento disentir—puesto que no existen las emociones perfectas. Si un autor invitado no acepta matices, ni comentarios, ni opiniones acerca de lo tan magistralmente declamado, me hace ratificarme en lo que he comentado al principio, ¡con lo que me gusta equivocarme!
La poesía y sus lectores van encaminados a convertirse en una especie de secta o congregación masónica inaccesible porque hay algunos que te cautivan por un lado, pero por otro te rechazan, puesto que se sienten instalados en el Olimpo de los Dioses —vanitas vanitatis— cuando verdaderamente no los conoce ni Dios.
Desde la humildad y la sencillez reclamo una nueva poesía dirigida a esa inmensa mayoría, como diría aquel poeta.
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