Pintura de Carmen Alonso Álvarez |
En un pueblo tranquilo, la corriente
del río transcurre por debajo del viejo puente de piedra y arena; un niño
solitario juega a las canicas; el pueblo duerme la resaca de la noche anterior;
las empedradas calles denotan un vacío silencioso, solo roto por los golpes de
las canicas. El niño, ajeno a todo, sigue solo y únicamente se oyen levemente
sus golpes contra un enemigo invisible.
Hasta que una conocida voz le llama:
¡Voy mamá! ¡Déjame que dé este último golpe! Y…, efectivamente, fue su último
golpe. Un coche extranjero de alta gama apareció de pronto de la nada; sin
percatarse el conductor de que en la calzada había un niño que jugando.
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