La mujer del
cráneo aplastado
se mira al
espejo.
Y como es joven
muerta
busca las
flores blancas de su tumba
para atusarse
el cabello.
Es tan lento
y monótono
el día a día
de los difuntos.
Pero la joven
maquiladora
no tiene flores
para adornarse.
Cuesta
muchos dólares
desenterrar
la calavera
de la sangre
reseca
y el peine
de cristal.
Cuesta desenredar los nudos
de esta larga
melena.
Cuesta tanto
desempolvar
la agonía
de las
Desaparecidas.
Que ahí
siguen, Muertas
con sus juegos
macabros:
pintando de
rojo los labios
con el
caudal de su sangre,
meciendo en
su pecho las muñecas
que no
huyeron
con sus
gritos despavoridos.
Y seguimos contando historias.
¿Piensan que
este cráneo inventado
pudo siquiera
a alguien dar lástima,
en cualquier
lugar del mundo
o tan
siquiera en Juárez?
¿Qué
esperamos de los bárbaros
traficantes
de la muerte?
¿Qué leyes
les defienden?
¿Piensan si
este cráneo no se peina
podría cambiar
la historia de esta ciudad?
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