Conocí un lugar que tenía trozos de vidrio por nubes
y el agua que de ellas caía no mojaba la tierra de oro
sino de pétalos translúcidos
En ese lugar los niños y los ancianos dormían en encajes bordados
igual que brillantes libélulas
de las que bailan minué sobre las estrellas de los ríos
Las orquestas tocaban con liras diáfanas yámbicos heroicos y marchas triunfales
cuando el crepúsculo de cretona violáceo sustituía la gasa azul del cielo
Las montañas como trozos de hielo no estorbaban a la vista
sino que dejaban ver sus vetas amarillas y ocres como caprichosos dibujos de lumbre
y en el mar solo había un pez múltiplemente reproducido
con escamas metálicas de verde sideral
Monté aquel caballo blanco de estirpe árabe con alas de querube y belfo noble
que me llevó a la Gran Gruta
y allí me presentó al Rey sin forma precisa y color indefinido:
“su majestad Los Sueños”-me dijo y desapareció.
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