A Miguel Blazquez Carrasco
En el cielo -una inmensa llamarada
del espacio infinito donde arde
el crepúsculo caduco de la tarde-
viste el sol su púrpura encarnada.
La atmósfera, de luz deshabitada,
diluye el firmamento en un alarde
a la espera que Dios la salvaguarde
del orco de la noche, de la nada.
Y abajo, inevitable oscuridad,
la sombra se reclina de costado
borrando los vestigios del color
y todo se transforma en oquedad
en horizonte apenas dibujado,
tal vez, el dulce lecho del amor.
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