Eres inercia, abandono, indiferencia, frío
corazón, hoja de acero sin conciencia que permanece quieta. Cae sobre ti la
noche y te cubre de impiedad, de escarcha. Sin embargo, ni la lágrima resbala
por tu mejilla. No sufres, no amas, no hieres, no matas, no salvas, no te alzas
frente al mundo. Nada esperas.
El bosque destila savia helada, que después
arroja sobre ti la alborada, pero tú permaneces inmóvil. Sobre ti grabó el
hálito del espíritu sus signos sagrados, pero a pesar de ello, nada ves, nada
dices, nada escuchas. Nada pueden contra ti. Ni contigo. Únicamente el rayo
azul podrá herirte, pues sabido es que naciste de las entrañas candentes de una
estrella lejana.
El viento llueve alfileres sobre tu piel, los
vendavales abren las puertas secretas de la tierra hasta encontrarte. Ante ti
los hombres no son más que suplicantes de ansiada caridad que nunca llega,
ángeles guardianes de un mundo deshabitado, exiliados llamando incesantemente a
las murallas infranqueables de la felicidad, la promesa incumplida, el muro de
humo, la torre destruida por el rayo.
Acaso sea necesario no sentir como tú oráculo
mudo. No sentir para no morir súbitamente, para sentirse a salvo, para no
someterse a la conjura de los necios ¿Por qué se empeña el hombre en perseguir
el misterioso anhelo que hace posible un mundo efímero, un mañana incierto?
Inevitable es la muerte contigo, diosa de la
guerra. Se inclinan ante ti los príncipes. Soportas la cagada de los pájaros,
la corrosión de la sal, el temblor del cataclismo y hasta el avasallamiento del
tsunami, y a pesar de todo perduras. Pero algún día el mundo terminará,
terminará el mundo y tú permanecerás en ese rincón sombrío cegada por el musgo.
¿Quién se podrá reflejar mañana en el oráculo de
tu vientre, quién descifrará los mensajes ocultos?
Rompe la lanza de los antiguos sacrificios y
libera a los hombres de la esclavitud. Deja de ser la implacable diosa de los
muertos, la inconmovible, y vuelve a ser la hermosa criatura que vino del
granizo, espejo caído del cielo. La joven guerrera que acunó en sus pechos el
sueño del hombre, aquella que vino a salvarnos
del abismo.
La ola surge de lo más profundo de las
corrientes marinas para contemplarse a sí misma. El mar, corriente indiferente
a su certeza, la fecunda, la revierte, la propulsa a otra conciencia más sutil
que la interroga.
Hay ya en la tierra demasiados tótem de
sobresalto a los que adorar, demasiadas diosas de la fertilidad a las que
ofrecer pleitesía y sacrificios, nefastos señores de la guerra comerciantes de
vidas humanas, ángeles de mármol, demasiados tesoros arrebatados a la madre
tierra, diamantes de sangre, ídolos de oro sin capacidad de amar. Es hora ya de
que el sabio nigromante desentrañe el secreto oculto de la luz.
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