Acabó el colegio, por fin
vacaciones, pero Manuel sólo pensaba en los madrugones que le esperaban, en el
trabajo de sol a sol que se avecinaba, acabar el colegio para él era empezar
con el trabajo en casa, llevar las vacas a pastar, plantar todo lo que a sus
padres se les antojara y todo lo que eso implicaba, y mientras, ver a sus
amigos camino del río a disfrutar de las horas bajo el sol, refrescándose,
jugando y divirtiéndose, o verlos camino del campo de la fiesta con la pelota
en mano para echar un partidillo. Manuel se quedaba mirándolos pasar con el
entrecejo fruncido y ya no volvía a hablar en todo el día hasta que su madre,
después de la faena, le pasaba su brazo sobre el hombro camino a casa, le
besaba la frente y le decía lo agradecida que estaba por la ayuda que les
prestaba, entonces el entrecejo de Manuel se relajaba, se le hinchaba el pecho y
se sentía orgulloso de sí mismo, hasta la mañana siguiente que todo volvía a
ser igual.
Era
todavía de noche cuando su madre con un susurro lo despertó, desayunó un tazón
de tibia leche recién ordeñada y una rebanada de pan del día anterior, se lavó
la cara con agua fría para intentar espabilarse un poco, se vistió con la ropa
vieja y desgastada que estaba cada mañana frente a la lumbre de la chimenea,
como esperándolo para darle los buenos días; Manuel odiaba aquellos trapos que
se tenía que poner, sus amigos vestían más modernos, más limpios, más elegantes
y el estaba harto, quería ser como sus amigos. Media hora después de
despertarse ya estaba camino de la finca de patatas, su padre silbaba a su lado
llevando una carreta con los aperos necesarios y su madre, al otro lado llevaba
una cesta con comida sobre la cabeza, y una jarra grande de agua en cada mano,
Manuel llevaba la manta que siempre ponían en el suelo al mediodía para
almorzar, miró al cielo y pensó en el largo y caluroso día que le esperaba por delante.
Tan
pronto como llegaron a la finca el padre de Manuel comenzó a labrar la tierra
hasta tenerla suelta, Manuel iba detrás echando el abono y removiendo la tierra
para que esta fuera más rica en nutrientes y detrás de él, su madre, iba
haciendo una zanja que luego inundaría con agua
un par de veces, para luego ya por fin sembrar las patatas entre los
tres, en esas estaba Manuel cuando algo
llamó su atención entre todas aquellas tonalidades del color marrón, primero le
dio con el pie para apartar un poco la tierra y luego se agacho curioso por ver
lo que era, era una pelota minúscula, la cogió, la apretó fuertemente en su
puño, tanto que casi le dolía la mano y pensó lo injusta que era la vida con
él, que daría todo lo que tenía por estar jugando en ese mismo instante, quería
ser como cualquier otro niño.
Todo
se nubló a su alrededor, una niebla que se hacía más espesa cuanto más se
acercaba a él, ya no podía ver a sus padres, unos segundos y no veía ni sus
propios pies, se quedó inmóvil, empezaba a asustarse cuando empezó a ver de
nuevo, pero no estaba sobre tierra, bajo sus pies había grava, siguió allí
quieto, esperando, y cuando levantó de nuevo la vista estaba en el campo de la
fiesta, una pelota se dirigía a él como un fogonazo, iba directa a su cara,
pero como un acto reflejo la cogió entre sus manos y sus amigos corrieron hacia
él a celebrar el “paradón” que había hecho, sin saber cómo había llegado allí,
no le importó, siguió jugando el partido, y después fue al río con sus amigos y
se lanzaba como ellos desde una cuerda atada a la rama de un gran árbol en la
vera del río, y después de eso todos recogieron unos puñados de moras
silvestres y se tumbaron en la hierba a comerlas mientras hablaba, contaban
chistes y se reían a carcajadas.
Manuel
estaba feliz como nunca, qué tarde tan espléndida, caminó con sus amigos de
vuelta a casa cuando anochecía, fueron despidiéndose unos de otros hasta que
Manuel se quedó solo caminando, llegó a su casa, o más bien a dónde debería
estar su casa, porque allí solo había un terreno yermo, miró a su alrededor
dando vueltas, buscando su casa, corrió por los alrededores buscando el camino,
tal vez se había equivocado, pero cómo podía equivocarse si llevaba toda su
vida haciendo ese mismo camino, agotado se sentó apoyado contra un árbol y llorando, asustado y cansado se durmió, con
los primeros rayos de sol se despertó, frotó sus ojos y volvió a su casa, pero
seguía sin estar allí, corrió entonces a la finca de las patatas y se encontró con una finca abandonada, con la
hierba tan alta que casi no podía ver por encima de ella, cayó de rodillas
llorando y llamando a gritos a su madre, lloró hasta quedar agotado, sólo
entonces se puso en pie y pensando qué hacer y a dónde ir metió las manos en
los bolsillos de sus pantalones y de uno sacó la pelota que ayer encontrara
mientras ayudaba en la siembra, se acordó de lo que pensó cuando la encontró,
de lo que tanto deseara al verla, y la maldijo, la maldijo una y otra vez,
mientras culpaba a aquella minúscula pelota de todo, se dio cuenta que sólo él tenía la culpa por
haber pensado que lo cambiaría todo por poder ser como sus amigos. De pronto
volvió a estar rodeado por una espesa niebla y la esperanza asomó a sus
pensamientos, y allí estaban sus padres cuando la niebla se disipó, su padre
seguía silbando mientras labraba la tierra y su madre miraba a Manuel con
pesar, Manuel la miró, sonrió y comenzó a silbar como su padre.
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