Querida Alicia:
Espero que estéis bien papá y tú. Yo lo estoy. No os preocupéis por mí. En este momento me encuentro haciendo guardia a la entrada del campamento. No somos muchos: el destacamento es pequeño, y los turnos, por tanto, son largos. No tengo sueño. Creo que mis compañeros hacen como si durmieran, pero no lo hacen. Nadie puede dormir esta noche: por una parte, mañana temprano tendrá lugar lo que los oficiales llaman “la gran ofensiva”; por otro lado, no ha parado de llover en todo el día. Todavía sigue lloviendo. Es como si el cielo, enfadado con nosotros, no dejara de llorar de rabia. También se siente abandonado por Dios... Las gotas que golpean el suelo son como lágrimas heladas que agujerean el barro. Ojalá se les pase pronto el odio a todos...
No sé si leerás lo que estoy escribiendo ahora, Alicia. Me gustaría que te llegara algún día. Quisiera ser yo quien te lo diese en mano tras un largo abrazo, pero no sé si esto será posible.
Esta mañana temprano, llegamos a una casa de campo abandonada. Tenía un jardín bonito, pero descuidado, aunque no tanto como cabría esperar en una situación y en una tierra como éstas. Debió de tener moradores hasta hace poco. Se veía que habían salido huyendo con prisas, pues se habían dejado ropa en los armarios y comida en la despensa. Me vino a la cabeza lo bien que tenía mamá nuestro jardín y nuestra casa. Cómo velaba por sus flores y sus plantas, por su ropa blanca y su vajilla... Me emocioné mucho al ver en el salón, tirados en el suelo, algunos cuentos troquelados y cuadernos para colorear. Entre unos y otros, también yacía una carpeta con folios de bordes amarillentos desparramados, sin vida; a su lado, una caja nueva de lápices. Creo que el sueño y el cansancio acumulados hicieron que se me formara un nudo en la garganta al tiempo que se me humedecían los ojos. Veía esos colores desamparados, como me veo yo ahora lejos de papá y de ti. Cogí uno de esos cuadernos, así como un lápiz azul, y me los guardé en la chaqueta, pegados al pecho... En la última hoja del bloc es donde estoy escribiéndote esta carta.
Alicia, quiero sobre todo darte las gracias por el tiempo que me has dedicado estos años, sobre todo tras la marcha de nuestra madre: las noches en vela junto a mi cama, la comida que nos hacías... He crecido a tu sombra, hermana, y me has hecho valorar aquello que de verdad lo merece este mundo a veces tan extraño y absurdo...
Siempre recordaré las primeras navidades después de habernos dejado mamá: papá se había sentado en el borde de mi cama ─yo llevaba varios días con anginas, si bien se me había pasado ya la fiebre─. Con gesto apesadumbrado, los hombros caídos, y sin mirarme a los ojos, me dijo que ese año no habría regalos. Aquella noche, tal como me ocurre en este momento, no pude conciliar el sueño. Por ello, percibí que, tras cenar con nuestro padre en silencio, te encerraste en tu habitación. Me levanté de madrugada para beber, y vi que seguía habiendo luz debajo de la puerta. Pegué el oído. Fue la primera vez que hice eso, te lo juro... Me pareció oírte sollozar, pero me di cuenta de que, como te había escuchado en alguna ocasión mientras hacías las tareas de la casa, a la vez canturreabas; quizá para alejar de ti la desesperación, o bien para mantenerte despierta... Volví a mi cama, me tapé, y fue entonces cuando me fue posible dormir...
Al despertar por la mañana, vi encima de la cama una especie de osezno con grandes orejas, recosido con varias telas distintas y con botones a manera de ojos: uno de ellos algo más grande que el otro y además partido. Me hacían gracia porque no estaban muy centrados, la verdad. Me reí y luego lo abracé y no paré de llorar en un rato, en silencio, apretándolo contra mis ojos y mi cara. Llamé al muñeco Oso Bisojo.
Me viene a la cabeza, también en estos momentos, nuestra despedida en el andén. Fue hace casi un año, pero me da la sensación de que hace más, mucho más tiempo. Pudiste acompañarme, ya que habías conseguido que la vecina, Concha, se quedara con papá. Lo hizo refunfuñando, como lo hace todo, pero una vez más demostró ser buena persona en el fondo. Volvía a ver en tus ojos, a pesar del cansancio y la tristeza, ese orgullo y ese amor de hermana mayor con que siempre me miraste.
Te quiero, hermana. Yo sí que estoy orgulloso de ti.
Besos míos y de Oso Bisojo…
Qué preciosidad!
ResponderEliminarEmotivo y entrañable.
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