Hacía tiempo que algo tan banal no copaba todas las
portadas —con la que está cayendo— de todos los noticieros, periódicos, radios
o televisiones de todo el mundo, generando acalorados debates, cuya
argumentación básicamente se reduce, como siempre a derecha o izquierda. Si
estás a favor del bofetón, te has posicionado a la derecha del Dios Padre, si
te posicionas en contra ya estás en la siniestra, con todo lo que ello lleva
implícito. Muchos nos estamos hartando y nos cruzamos de brazos para ver cómo
discuten y discuten sin llegar nunca a un punto de acuerdo. El placer por
discutir y enervarse a muchos ya nos cansa y preferimos oír, aunque sean
estupideces, verdades a medias o los creativos memes, donde todo esto,
amalgamado, constituye una suerte de posverdad
con la que estamos conviviendo día y noche, hasta convertirse todo ello en “El gran teatro del mundo” del genial Calderón de la Barca, donde Dios es el
director que escenifica el orden del mundo como un teatro. Así es, cada uno de
nosotros representamos un papel. El mismo papel que cada actante ha desempeñado
para levantar un espectáculo que estaba en decadencia y de camino —se agradece
hasta cierto punto—desviar la atención de tanto Covid y guerra despiadada que a
todos nos tiene el corazón en un puño, sobre todo cuando alguien pronuncia el
tabú de III Guerra Mundial o ataque nuclear.
Quizás esta anécdota sea un minucia, pero nos está dando
un respiro. Pero, al mismo tiempo que respiramos, deberíamos reflexionar, es
más, no son actos incompatibles.
Somos muchos los que nos desvelábamos con aquella
irrupción de aquella pandemia letal, que supuestamente acabaría con la
Humanidad, y ahora las mascarillas empiezan a brillar por su ausencia en muchos
lares, puesto que el miedo se ha trasladado a un posible ataque nuclear, el
cual, en treinta segundos podría exterminar a Varsovia o Berlín.
Parece como si alguien, ese Creador del gran teatro del
mundo, quisiera mantenernos permanentemente acojonados, puesto que el miedo es
un arma de control. No quiero guiñar, bajo ningún concepto, a esa caterva de
gurús que pululan por las RRSS, Youtube o TikTok —no sé si se escribe así ni me
interesa—y, a su manera, van formando una serie de rebaños que luchan contra
otros rebaños y discuten, incluso, sobre la forma de la Tierra. Por esas mismas
RRSS he visto a jóvenes, y no tan jóvenes, defendiendo acaloradamente la
planicie total de nuestro planeta. Durante la Pandemia, que va variando según
la óptica, —ahora se ha travestido en gripe— un científico aseguraba que
aspirar dióxido de cloro acabaría con el bicho. He de confesar que estuve
tentado. Nunca se pierde nada probando. Pues sí que se pierde. Se pierde
nuestra capacidad para pensar o razonar y nuestra debilidad para seguir a un
santero. También se llenaron cientos de informaciones falsas (memes) puestas en
boca de científicos y filósofos, todos ellos exhibiendo su premio Nobel, que
servían para que los negacionistas esgrimieran sus irrefutables argumentos.
Curiosamente coinciden con los que repudian la guerra y al mismo tiempo
comprenden los motivos de Putin. Y ya,
más de uno, nos derrumbamos ante tanto disparate y tanta estulticia.
Por otro lado, mucha gente está percibiendo que estamos
entrando realmente en un nuevo estado de guerra de información o
desinformación, según se mire.
Muchos nos estamos planteando si estamos siendo informados
objetivamente. Incluso la objetividad se está replanteando, fulminando de un
plumazo ciertos principios y valores universales, empezando por el Bien y el
Mal
El ciudadano medio, formado meridianamente, debería reinformarse y filtrar muchas de las cosas que vemos o escuchamos. No es fácil.
Todo el mundo ha enviado o reenviado, alguna vez, una información falsa. No sé
quién o quiénes están detrás de todo este tinglado de posverdad,
desinformación, memes, verdades a medias u ocultas. Ignoro si el fin consiste
en crear un nuevo mundo distópico donde todos estemos controlados por el miedo,
la cólera hacia algo o alguien y las pesadillas nucleares o víricas.
El mismo aspaviento de la Kidman se debió a la alegría que experimentó al ver a su querida Jessica Chastain y no por ese bofetón
en medio del escenario. Supongo que nos enteraremos que todo sigue siendo un
cuento inventado por grandes actores y que aquella bofetada fue impostada para
acaparar la atención de un show que
se encuentra en horas bajas.
Creemos que nos informamos correctamente y en ello
consiste este mundo incoherente, pues hasta la misma coherencia ya resulta
ambigua. Justificamos la agresión, ya que ha sido motivada por un hiriente
chascarrillo, lo mismo que, a gran escala, muchos justifican la agresión
soviética. El asunto se desnivela porque no ha sido un blanco el que ha
abofeteado, menos mal que son de la misma raza. De repente, el foco se centra
en Jada Pinkett porque ha sido
defendida por su macho-alfa, en tanto ella se ha convertido en una muñeca de
porcelana. De ahí a poner un burka hay un abismo. ¿O no? Las feminazis se
alteran y las feministas también, pero vemos cómo Will Smith se ríe a mandíbula batiente antes de actuar, lo mismo
que Bardem le sigue el rollo,
después de haber seudomencionado a su
muñequita de porcelana. Vivimos en un mundo de grandes machos alfa, sean de
izquierdas o de derechas. No lo estoy aseverando, simplemente lo estoy
interpretando, como este Gran Teatro del Mundo, donde uno ya no sabe lo que es
y lo que no es.
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