No sé si gritarle al viento que corra,
que no se detenga
en el pálpito del laberinto.
Voy a cerrar la mirilla.
Voy a quedarme en el pomo de la puerta,
como un verso apoyado en el renglón,
confiando que las palabras tornen del espanto.
Si me narran,
lameré el crimen de los otros,
hasta que la lluvia barra mi rabia
y sus cenizas.
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