Pintura de Ernest Descals |
El tiempo que he vivido
está lleno de esquinas,
de inútiles ausencias,
de enredaderas negras
que me impiden andar
y me confunden.
El círculo se cierra
delante de mis ojos
y no puedo moverme.
Todo se me hace miedo.
Un miedo verdadero,
intransferible,
que se vuelve real todas las veces.
Miro hacía atrás
y pienso
que no nací llorando
sino muriendo a voces.
Ahora
¡cuánto silencio gris,
cuánto silencio!
¡Por qué no contestáis?
¡Prestadme gritos blancos
para lavar mis culpas!
¡Cuántos muertos cargados a mi espalda
que al paso de las horas
son cada vez más grandes
y me hacen heredero de lo oscuro!.
Dejándome sin luz, me aterrorizan.
Me escondo en el rincón más alejado
y me acurruco.
Ya casi no respiro
y temo
como un niño pequeño teme las pesadillas.
Y espero
la mano más amable que me aleje el fantasma,
el siniestro fantasma de los gritos ausentes.
¿Quién me puede asistir
en esta muerte,
agónica sentencia de mí mismo,
que a veces pesa tanto
que ni Dios la soporta?
¿Por qué no lo entendéis?
De toda la maraña confusa de mis días
todo el tiempo que vivo
está lleno de esquinas,
perfiles de cristales empañados
que condenan mi vida
a cadena perpetua.
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