Dibujo de María Rosa Sánchez Salmerón |
Papa,
la muerte te ronda. Lo sabes y yo también lo sé.
Pero
tú no quieres irte. Tienes un asunto pendiente, un deseo de moribundo que
insistes en cumplir. Me pides que te lleve al hogar de tu infancia; la vieja
casa de la plaza a espaldas de la catedral.
Me
cuentas que sueñas con asomarte al balcón.
Y
yo, que diría cualquier cosa insensata por hacerte feliz, te prometo que irás aunque
tenga que llevarte en brazos como a un niño. Y también que verás la vega verde,
la fuente nueva iluminada y a los niños llamándote por la cuesta del paseo.
Pero
la amiga muerte no me da una tregua. Tiene prisa, te acecha, te ahoga y me
asusta.
Me
suplicas que te deje ir.
Te
retengo y te recuerdo que tienes que luchar para que hagamos un último viaje. Me
acuno a tu lado y te abrazo para que no tengas miedo, pero sobre todo para no
tenerlo yo.
Ya
no te queda aliento, pero aun eres el padre que vela y conoce a sus hijos. Intuyes
que me matará la culpa si no cumplo las alocadas promesas que te hice. Me
quieres y me enseñas, como lo haría un maestro antiguo. Recitas a Lorca despacito:
Si muero,
dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(desde mi balcón lo veo).
El segador siega el trigo.
(desde mi balcón lo siento).
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!
Con tu mano valiente sosteniendo la mía asustada,
te marchas en paz.
Tu cuerpo y mi corazón muerto detrás, hacen
juntos el camino a Guadix.
Colocamos el catafalco frente al balcón y velamos
en tu noche negra.
Como tantas veces antaño hay llantos, risas
y caldo.
Ya de madrugada los demás duermen rendidos. Abro
tu ataúd y dejo el balcón abierto.
Siento tu alma forjada en relatos de mesa
camilla, tertulias de casino, tardes de libros y noches de cine. Ponemos
nuestros espíritus al habla, como tantas veces, viajando juntos a ninguna
parte.
Con el sol visible en el cielo, unos
párvulos suben la cuesta con churros en las manos. No son tus nietos pero la
suerte nos es favorable y gritan llamando a su abuelo.
Cumplida mi promesa, beso tu mejilla helada
y cierro la caja con la llave de latón que conservo en mi llavero.
Julia A. García Navarro
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