La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 2 de mayo de 2015

Dejad el balcón abierto, por JULIA A. GARCÍA NAVARRO (1º Accésit II Certamen de relato breve "Guadix en el Día del libro").

Dibujo de María Rosa Sánchez Salmerón


Papa, la muerte te ronda. Lo sabes y yo también lo sé.
Pero tú no quieres irte. Tienes un asunto pendiente, un deseo de moribundo que insistes en cumplir. Me pides que te lleve al hogar de tu infancia; la vieja casa de la plaza a espaldas de la catedral.
Me cuentas que sueñas con asomarte al balcón.
Y yo, que diría cualquier cosa insensata por hacerte feliz, te prometo que irás aunque tenga que llevarte en brazos como a un niño. Y también que verás la vega verde, la fuente nueva iluminada y a los niños llamándote por la cuesta del paseo.
Pero la amiga muerte no me da una tregua. Tiene prisa, te acecha, te ahoga y me asusta.
Me suplicas que te deje ir.
Te retengo y te recuerdo que tienes que luchar para que hagamos un último viaje. Me acuno a tu lado y te abrazo para que no tengas miedo, pero sobre todo para no tenerlo yo.
Ya no te queda aliento, pero aun eres el padre que vela y conoce a sus hijos. Intuyes que me matará la culpa si no cumplo las alocadas promesas que te hice. Me quieres y me enseñas, como lo haría un maestro antiguo. Recitas a Lorca despacito:
Si muero, 
dejad el balcón abierto. 

El niño come naranjas. 
(desde mi balcón lo veo). 

El segador siega el trigo. 
(desde mi balcón lo siento). 

¡Si muero, 
dejad el balcón abierto!

                                                                                 
Con tu mano valiente sosteniendo la mía asustada, te marchas en paz.

Tu cuerpo y mi corazón muerto detrás, hacen juntos el camino a Guadix.  

Colocamos el catafalco frente al balcón y velamos en tu noche negra.
Como tantas veces antaño hay llantos, risas y caldo.

Ya de madrugada los demás duermen rendidos. Abro tu ataúd y dejo el balcón abierto.

Siento tu alma forjada en relatos de mesa camilla, tertulias de casino, tardes de libros y noches de cine. Ponemos nuestros espíritus al habla, como tantas veces, viajando juntos a ninguna parte.

Con el sol visible en el cielo, unos párvulos suben la cuesta con churros en las manos. No son tus nietos pero la suerte nos es favorable y gritan llamando a su abuelo.

Cumplida mi promesa, beso tu mejilla helada y cierro la caja con la llave de latón que conservo en mi llavero.


Julia A. García Navarro


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