La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 18 de mayo de 2015

Duende, por ÁNGEL MARTÍNEZ MÁRQUEZ.




Le había costado más de media hora dejar quieta la superficie del lago. Esa brisa que llegaba del norte encrespaba las aguas y hacía muy difícil aquietar la imagen de su rostro reflejado. Las hondas del agua hacían bailar la verruga de su nariz como si tuviera vida propia y parecía por momentos que la verruga no fuera una, sino tres. Tres verrugas sobre una nariz temblorosa. ¡Lo que le faltaba! ¿No era ya lo bastante fea?.  Por eso utilizó con la brisa el hechizo de “la quietud”. Lo utilizaba de pequeña para ganar siempre al juego de “estatua”, sus compañeros de juego jamás supieron por qué era capaz de estar tan quieta durante tanto tiempo, sin parpadear, sin respirar. Había removido  todo lo removible, levantado todo lo levantable y volteado todo lo volteable, puso toda su cabaña boca arriba y aun así no fue capaz de encontrar su espejo de mano. Estaba ya bastante harta de aquel trasgo imbécil que un lejano día de otoño decidió quedarse a vivir en la viga del techo. ¡No podía ir por ahí con su escoba con semejantes pelos! Le gustaba recoger su melena pelirroja en un moño alto, más que por disimular lo rala y encrespada que la tenía, por evitar que se le fuera enganchando en las antenas de los tejados. Aprendió a volar muy joven cuando aún no había televisores y por tanto los tejados estaban libres de esos bosques de hierros puntiagudos a los que no conseguía acostumbrarse. Tendría que acordarse de volar más alto sobre los tejados.
La cuestión es que su espejo no apareció por ningún sitio, lógicamente el trasgo tampoco, y para qué molestarse en buscar lo que sobró de tarta la noche anterior. Así que por eso tuvo que aquietar la superficie del lago y utilizarla de improvisado espejo. Podía haber utilizado el hechizo “anudemus” para hacerse el moño, pero le gustaba tener excusas para mirarse. Había que reconocer que a pesar de su verruga y de su apanochado pelo, su rostro, si se observaba a la suficiente distancia y a la luz del Alba no carecía de cierta belleza.
En esa quietud estaba, y en esa contemplación se hallaba, cuando un leve soplo en la oreja le hizo mirar hacia atrás. Nada se movía, imposible, la brisa de la mañana, hechizada, ni parpadeaba ni respiraba. Aun así, una pequeña hoja de laurel tembló ligeramente tras ella. ¡Un momento! ¿Una hoja de laurel? ¿Cómo podía una hoja de Laurel temblar ligeramente sobre una rama de helecho?. Volvió a reclinarse sobre las aguas y terminó de centrar y anudar su moño.  Sonrió para sus adentros y decidió escarmentar a esa pequeña espía que se escondía tras aquella hoja de laurel. Pronunció en apenas un susurro su levantahechizos preferido, –Pum, catapum, chinchín- Y en un pis-pas, la brisa de la mañana volvió a soplar con una fuerza renovada. Como si durante su quietud ésta hubiera ido acumulando el aire no soplado, una fuerte racha recorrió el lago y sus alrededores. La hoja de Laurel comenzó a girar sobre sí misma, en picado ascendente primero y en picado descendente después. Sobrevoló la superficie del lago, dio tres vueltas y media de campana antes de posarse sobre las aguas. Sobre la hoja, y agarrada con todas sus fuerzas, apenas se divisaba la silueta de un pequeño ser con alas que inmediatamente se puso de pié sobre ella. Como la brisa se había convertido en ventarrón, las aguas formaban pequeñas olas que a aquel diminuto ser le debieron de parecer estupendas olas dignas de cualquier playa de Tarifa. Sin dudarlo un instante, abrió los brazos y las alas para mantener el equilibrio, separó las piernas adelantando una sobre otra y comenzó a hacer cabriolas sobre las olas del lago. Subía crestas de ola y las volvía a bajar a toda velocidad. 
Crespa. Así es como se llama, o llaman, a nuestra bruja. Tan antiguo es su nombre que ya nadie se acuerda si es su verdadero nombre o su apodo. Bueno, pues eso, Crespa sonrió al ver aquellas locas cabriolas y se asombró. O al contrario, primero se asombró y después sonrió. El caso es que hacía tiempo que no conseguía ni una cosa ni la otra con aquella pequeña hada verde tan antigua como el bosque donde vivía.
Cuando a galope de la última ola llegó a la orilla, el hada verde saltó ágilmente de su hoja y se quedó revoloteando a unos centímetros de la arena. La mirada iluminada por la emoción y las mejillas sonrosadas por el esfuerzo. ¿Dónde has aprendido eso Eterina?, le interrogó Crespa. –En mi último viaje- respondió el Hada. Eterina era un Hada verde bastante peculiar, al contrario de sus hermanas no era grande y atractiva. Era como las hadas de los cuentos, como las alas de fuego o como las del aire, pequeñas y etéreas, como su nombre. Había viajado recientemente a las playas de Florida, en pos de un Elfo mal encarado que la convenció de que si tomaba el sol de aquellas playas cambiaría el verde de su piel por un tono amarillo tostado, más acorde con su tamaño y poder abandonar de ésta forma el último rasgo que le quedaba de hada verde, el color de su piel. Toda una promesa de definitivo transformismo que ilusionó a la ilusa de Eterina.
Eterina se acomodó en la palma de la mano abierta de su amiga y se dispuso a contarle las maravillas de los días de sol y olas en los que aprendió dos cosas, a hacer Surf sobre un hoja de Laurel y a no fiarse de las vacías promesas de los Elfos. Su transformador Elfo acabó abandonándola por un Hada del Norte, las muy arpías. En pleno relato Crespa la interrumpió. -¿Has visto por ahí a Bufo?. O lo que es lo mismo. ¿Has visto mi espejo de mano?- Eterina como única respuesta, replegó sus alas entre las piernas como un gato con su cola y arrancó a llorar desesperadamente. Entre gimoteos y ruidosos sorbos de nariz atinó a decir. –Ese trasgo tuyo no me echa cuentas. – No es mío-, se apresuró a interpelar Crespa. – Bueno, pues ese trasgo de tu casa-, -mi casa no tiene un trasgo-, -sí que lo tiene-. –Los Trasgos sólo viven en casas sucias, y una será bruja, pero limpia. Y ahora querida niña cuéntame qué te ha hecho ese Trasgo okupa.
Eterina le confesó estar enamorada de Bufo desde hacía por lo menos un siglo y medio, que Bufo se vino a vivir a la viga de la cabaña de Crespa para vivir en el mismo bosque que ella. Que le había prometido matrimonio para el siglo que viene. Que hacía ya más de diez años que no paseaban solos por el bosque. Que la evitaba. Que para Bufo ella era como casi transparente. –Es que eres casi transparente-, intervino Crespa. Y lo peor de todo, que le había contado un mago, amigo común de ambos que Bufo había cambiado de bando. -¿Cómo que ha cambiado de bando?- preguntó la bruja. –¿Se ha hecho Trasgo Gallego, no era un trasgo Asturiano?. -No, no es eso, es peor, es doblemente peor-
Crespa aguardó en silencio le respuesta del Hada, Eterina aguardó por el gusto de hacer un silencio teatral. Tras unos breves pero intensos segundos, la pequeña hada culminó su relato. –Ya te dije que es peor, olvídate de tu espejo, no lo volverás a ver. Ni al espejo ni al Trasgo. –Explícate pequeña, se impacientó Crespa. Eterina, transfigurada por la furia y a pleno pulmón, o pulmoncillo en este caso, se explicó. Bufo, el trasgo que vivía en la viga de la cabaña de Crespa, se había fugado esa misma madrugada con un duende.
El silencio volvió a adueñarse de aquel paraje. La bruja con la boca abierta interrogaba con su mirada a no se sabe bien qué o a quién. Preguntó, -¿Un duende?, ¿Qué tipo de duende? ¿Un Naomo, un Ginn, un Puka irlandés o tal vez un Goblin de esos que atraen a la energía?. –No, respondió airada Eterina, ya te dije que era peor. Un duende gitano, si, como lo oyes Crespa, un duende gitano, con su melena, sus anillos, sus cadenas de oro y su piel morena. El silencio, se volvió a adueñar de aquel paraje. Un silencio total, un silencio que abarcaba todos los silencios, incluso el teatral. De pronto, la atmósfera se fue espesando, los árboles fueron perdiendo su contorno. Las aguas del lago se cubrieron de una espesa niebla de la que fueron ascendiendo, en dirección a las estrellas, frases escritas sobre fuego y oro en las que se podía leer:

No arruguéis el ceño
ni le deis vueltas al texto.
Esto ha sido sólo un sueño
Del autor de éste invento.
Ni tiene finalidad
Ni tiene fundamento.
Como podéis imaginar
justo aquí acaba el cuento.


viernes, 15 de mayo de 2015

ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 23, 15 de mayo de 2015 "La guerra"



Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul", 
laorugazul2013@gmail.com
ISSN 2340-8634




SUMARIO



PORTADA, del pintor SOCRAM.




ARTE DIGITAL: 





POESÍA: 

















RELATO: 









Entre guerras, por TOMÁS SÁNCHEZ RUBIO




Y Lázaro se levantó,
y nos dejó a todos inmóviles y boquiabiertos
ante un amor tan grande que
sacaba a los cadáveres de sus fosas
y metía la fe en las almas
como entra la arena en los resquicios
de vacías pirámides.

No abundan ya los milagros,
ni nos anonada la confianza de quienes aman
gratuitamente.

La soledad nos hace surcar una desierta nada
de mutilados guerreros sin gloria,
mientras esperamos a un salvador
que nos libre del azul del mal
por los siglos de los siglos,
amén.

En trincheras de lodo nos tocamos y nos hundimos
los unos a los otros,
sin saber por qué el oro sigue siendo
lo único que reluce
entre tanta sangre esparcida.

No vendría mal que alguien nos devolviese
la esperanza que perdimos
entre el denso hatajo de sombras huérfanas
que rodea este impresionante
e inerte
bosque inanimado.






Voluntarios, por ANTONIO J. QUESADA.



Cara al sol, con la camisa nueva / que tú bordaste en rojo ayer / me hallará la muerte si me llega / y no te vuelvo a ver.

- Padre, madre, tía Virtudes, abuelo, Merceditas... Os he reunido a todos para dar una importante noticia –nunca había estado el salón de casa tan concurrido-. Me he alistado.
Tenso silencio. No había que decir dónde se había alistado: en aquellos días se sabía perfectamente sin necesidad de especificar nada más. Se palpa la tensión. El padre cierra los puños con violencia y hace un gesto inequívoco con la boca. La madre se lleva las manos a la cara. Merceditas, directamente, solloza.
- ¿Por qué, hijo? –la madre rompe el tenso silencio familiar-. ¿Qué necesidad tenías de hacerlo? –remarca el “tú”, para que quede claro.
- ¿Necesidad? La de defender Europa de los rusos, madre. Debemos actuar antes de que esos asiáticos se metan aquí, cierren nuestras iglesias y violen a nuestras mujeres.
- Pero Pablito, por favor. Si tenemos fijada la boda para dentro de dos meses –Merceditas habla, entrecortada-.
- Tendremos que retrasarla, Mercedes. De todas formas, si los rusos entrasen aquí daría igual casarnos o no casarnos, porque ya no valdrían los matrimonios. Estos defienden el amor libre y vivir como los animales. Y, además, quemarían los registros civiles.
- Pablito, por favor, cuida tu lenguaje, que hay señoras –el padre sigue intentando asimilar la noticia.
- Nos hemos alistado varios chicos del Frente de Juventudes. Vamos a pelear bajo bandera alemana, con uniforme alemán y con armas alemanas –su ánimo crece-. Es excitante defender la civilización occidental como soldado alemán.
- Hijo, eso sí es una aventura y no la guerra que yo viví –comenta el abuelo, con ojos soñadores. Hasta entonces estaba callado y observando todo, somnoliento.
- Abuelo, por favor, no le anime usted. Como si no estuviera la cosa ya torcida, usted, encima, le anima... –la madre sigue conmocionada.
- No se puede hablar en esta casa, por Dios bendito –el abuelo, visto lo visto, vuelve a encerrarse en sí mismo.
- ¿Volverás, Pablito? –Merceditas coge su mano.
- Claro que sí, mi amor. ¿Me esperarás?
- Siempre. Te esperaré siempre. Y cuando vuelvas nos casaremos.
- Cuando hayamos acabado con esos criminales y hayamos salvado a Europa, nos casaremos y podremos seguir viviendo tranquilos. Volverá a reír la primavera, Mercedes, ya lo verás.

Formaré junto a mis compañeros / que hacen guardia sobre los luceros. / Impasible el ademán están, / presentes en nuestro afán.

La juventud española unirá su sangre a la juventud alemana. A la juventud del Eje. A la juventud sana, con ideales, que hace frente al ateísmo marxista. Aplausos. Gritos: “¡Arriba España!”, “¡Franco, Franco, Franco!”.

El tren estaba muy adornado con banderas. Banderas, banderas, banderas.
Banderas españolas, con águilas imperiales y grandeza de siglos. La grandeza devuelta, reconquistada.
Banderas alemanas, con esvásticas imponentes sobre fondo rojo de sangre de los enemigos.
Hasta se podía ver banderas italianas, con sus hachas y sus cuerdas que ahorcan a los enemigos.
Banderas de Falange: yugos y flechas en rojo y negro.
Banderas, banderas, banderas.
Los voluntarios, vestidos de falangistas, se despiden de sus familiares. Visto desde arriba, una nube de boinas rojas. Debajo de esa nube, una inmensa marea azul dentro de la estación.
Esta división es, realmente, una división azul. No se puede negar.

Si te dicen que caí / me fui / al puesto que tengo allí. / Volverán banderas victoriosas / al paso alegre de la paz, / y traerán prendidas cinco rosas / las flechas de mi haz.

Si el camino de Berlín quedara abierto, un millón de bayonetas españolas defendería al Führer. Aplausos. Vivas. Banderas. “¡Arriba España!”, “¡Franco, Franco, Franco!”.

- Padre, madre, os presento a Alfredo. Alfredo es el camarada con el que me afilié para ir a Rusia.
- Señor. Señora –les saluda con respeto.
- ¡Alfredito, Alfredito! –suena una voz de mujer. Alfredo se da la vuelta y ve como una señora mueve la mano hacia él. Se acercan a él una señora, que le abraza llorando y besándole, un señor serio y triste y un niño de pocos años.
- Madre, por favor, que ya no soy un niño. Mire, padre, le presento a la familia de mi camarada Pablo.
Las familias se saludan. Revuelo en la estación. Última llamada.
- Alfredo, ¿me traerás la pistola del primer ruso que mates?
- Claro que sí, Miguelito –le coge en brazos y besa-. Te traeré hasta tierra de Moscú, ya lo verás. Pondremos allí muchas iglesias. Todas las que quitaron esos criminales.
- Hijo, cuídate. Y pórtate como un hombre.
- Pablito, cuídate mucho. Y escríbeme.
Suben al tren, que se pone en marcha entre los sollozos y gritos que convierten la estación en un espectáculo único.
Banderas, banderas, banderas y más banderas.

Volverá a reír la primavera / que por cielo, tierra y mar espera. / ¡Arriba escuadras a vencer, / que en España empieza a amanecer!

¡Rusia es culpable! ¡Arriba España! ¡Franco, Franco, Franco!

Las familias de los dos voluntarios quedan en la estación. El tren partió. Los héroes marchaban en busca de su parte de gloria en esta nueva Cruzada contra el comunismo.
El padre de Alfredo propone tomar un café, todos juntos. Las mujeres se toman del brazo, con los niños, para charlar de sus cosas. De las cosas propias de su sexo. Los dos padres quedan delante, con sus cosas de hombres. Todo como debe ser. Todo como Dios manda.
- Así que usted es el padre del famoso Alfredo. Mi hijo habla mucho de él.
- También mi hijo habla mucho de Pablo. Son como hermanos.
- Sí. Esperemos que todo salga bien y vuelvan juntos.
- Esperemos. Ahora los llevan a Alemania, ¿no?
- Sí, allí les van a dar uniformes alemanes y se integrarán dentro del Ejército alemán.
- ¡Dios santo! –el padre de Alfredo no puede evitarlo-. Si en el fondo son unos niños, ¿no cree usted?
- Bueno, son jóvenes. Pero está bien que se hagan hombres.
- Ya, pero no en Rusia. Que esos perros rusos están muy acostumbrados a la guerra, y nuestros niños son muy inocentes. Veremos a ver...
- Eso también es verdad –mira para atrás, a las esposas-. Ahora que no nos oyen las madres, ¿cree usted que volverán?
- ¿Con sinceridad?
- Por favor...
- Quiero creer que sí, pero no sé ni qué pensar. No me gusta este ambiente de victoria. Y no sé si Hitler podrá conquistar Rusia –mira para todos lados-. Napoleón era infinitamente más inteligente y sucumbió, no lo olvide. Y todo general ruso, por muy comunista que sea, en el fondo lleva un Kutuzov dentro. Nunca me fiaré de Rusia.
- A lo mejor lleva usted razón –pensativo-. Aunque le digo una cosa: la maquinaria bélica alemana es increíble.
- Sí, pero si algo demuestra la Historia es que cualquier gran ejército puede ser vencido. Cualquiera.
- ¿Sabe usted lo que hice anteanoche? –mira para atrás para comprobar que las señoras andaban en lo suyo, en sus sentimentalismos femeninos, y no se enteraban de lo que hablan los hombres-. Me llevé al chico a casa de la Lupe.
- ¿No me diga que hizo eso?
- Sí señor, porque es demasiado inocente. Yo ya había hablado con la Lupe, para que me hiciera un favor especial con el chico. Que era la primera vez, que quería una cosa sensible, alguna niña nueva de esas recién llegadas del pueblo...
- ¿Conoce usted a la Lupe? –pregunta, con mirada malévola.
- Bueno, digamos que tenemos conocidos comunes –defensivo-. Y me aseguró que no había problema. Acababa de llegar una niñita de Andalucía que era un primor. No hablaba bien, porque a los andaluces no hay quien les entienda cuando hablan, pero la vi y físicamente la chiquilla era guapita. Muy joven, era ideal. Y como tampoco la quería para que diera una charla, pues en eso quedamos. Quise que mi hijo conociera el mundo antes de ir a la guerra. El mundo, decía un amigo mío –mira para atrás, asegurándose de que nadie les escuchaba-, tiene forma de coño de mujer.
- Hizo usted muy bien, sí señor. Yo no tuve la suerte de tener un amigo como el suyo que me abriera los ojos respecto de mi hijo, pero habría hecho lo mismo con mi Pablito. En fin, ya no tiene remedio. A la vuelta lo llevaré –queda pensativo-... espero. Entremos a tomar un café.

Entraron en el café. Gracias a Dios que encontraron el café, pues ya empezaba a hacer frío en la calle. En fin, ya se sabe cómo es Madrid por estas fechas.




Guerra, por ISABEL REZMO

Pintura de Salvador Dalí


Guerra en los renglones floridos,
en esquinas que rompen las letras
como el tornado en los secuestros.
Igual que Babel confundiendo los charcos,
igual que el señuelo
en los seseantes panfletos
de los oídos vespertinos.

Igual que la resta multiplicada por la odisea
de ser o no aforismos engendrados en la cornisa.
Las tejas galopan entre ruidos y vaivenes
de un Dios que agita la coctelera pensante,
atrayente, en una pendiente que resbala
como heridas de viejos soldados camuflados
en treguas menguantes, acicalando, peinando
mis manos entre el temblor, de consumir
entendidos y pareceres.
Eso sí, mi diestra se asemeja
a la zurda, en el querer y no poder.





Desde Málaga a Almería, por MARINI RIOS.



En el rojo del atardecer triste,
cuando la muerte ronda
en la búsqueda de almas
con las que su sed calma…

En el fuego que explota
de aquellos barcos,
arribando al verde
de los árboles,
se exhala el hediondo olor,
azufre y hielo,
mostrando la desolación
que sale a flote.

El fusil clama venganza,
de la tierra brotan lágrimas,
desalmada carne
que deambula por caminos
de hambre y tierra.

Entre letrinas se esconde la esperanza.


Si me miras así... mi niña, de CARMEN HERNÁNDEZ REY.




Tendré que romperme
 en llantos, de pena
 tendré que preguntarme
 ¿ Los porqué que encierras
 en tu mirada?
 ¿Dónde el hilo
 de tu cometa?
 ¿Por qué el rosa es tan rosa
 y el verde tan poco verde?
 Ella la única alegría sin hilo
 y viento que la alce
 y donde te cobijas
 si la luna para ti sale.


Si me miras así, mi niña

Me pregunto.
 ¿Por qué yo no fui tu madre?
 te tuve entre algodones
 te amamanté hasta que -tus dientitos
 jugaran con mi carne-?
 ¿Por qué sangre de mi sangre
 carne de mi útero
 por qué...tú
 si eres hija de mi madre
 de hermana, por qué?

Yo muy cobardemente
 te pregunto... y me pregunto
 ¿Por qué antes de robar
 no te miramos detenidamente?

Robar... ese calor, el pan
 la sombra, la risa
 ¡a tu madre!
 Si me miras así...
 niña mía esta noche
 esta noche...solo podré dormir
 intentando olvidarte
 -para olvidar-
 que soy cobarde.


La guerra, por MARÍA FERNÁNDEZ MONTALBÁN "Yedralina"


Tierra, por INMA J. FERRERO.

Pintura de Toni Guerra


En esta tierra desierta
niños muertos juegan.
Ya no se oyen los gritos,
ya sólo el polvo la puebla.

En esta tierra desierta,
los árboles, afiladas cuchillas,
al cielo agujerean.
Los ríos lodazales,
los bosques cenizas despierta.

Ya no se oyen los cantos,
ni ciudades, ni colmenas.

En este lugar intransitado,
los esqueletos se aglomeran...
cuerpos,
carne,
pellejos...

Tristes huesos en la tierra.
En esta tierra desierta:
se paró el sol,
se quemó el mundo,

se murió la arena.

Semillas de clemencia, por ISABEL PÉREZ ARANDA.




Cuando el sentido acuse tanto horror,
no habrá tiempo, no habrá nada.
De la tierra nacerá más tierra,
de la mar  nacerá más mar y así,
se despojará de los minúsculos parásitos que la asfixian y
remolinos de viento aventarán.
Cuando ya la mano del hombre
no pueda destrozar cuanto toca,
resurgirán las flores por doquier,
ramajes de hiedra y de jazmín
poblarán cemento y hormigón,
rebrotarán por resquicios y por grietas
conquistaran la faz.
Cuando la mente del hombre
no pueda especular con el mal,
florecerán las rosas sin espinas
que cubrirán fronteras y murallas,
se vestirán desiertos de amapolas,
llanuras de trigo y azahar.
Y la espera de otros tiempos, en este momento,
cuando la esencia de hombre y de la tierra sean una,     
ramificarán los bosques en el orden prudencial,
retornarán las formas

y nacerán semillas de clemencia.

Saca mi cuerpo de la guerra, por MAR BLANCO.




Hay personas que apagan la esperanza
y otras que siempre justifican el daño que les hacen.
Yo quiero comprender lo que hay detrás del café frio. Deja que te observe y hasta que diga tonterías, quiero creer en los ojos que me miran. Saber qué somos está cada vez más cerca. Todas las cosas por hacer están sobre mis manos. Presta atención: Dónde vayas, saca mi cuerpo de la guerra. Presta atención: Necesito enfrentar las cosas esenciales de la vida -sin armas- para saber volver.

La contienda, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.

Foto de Jorge Pastor Sánchez

En aquel acerbo de miembros amputados,
de pupilas congeladas 
en el punto de la sinrazón,
se mezclaba la sangre en un reguero confundida.

Una bandera desgarrada
tremolaba ridícula
con el viento de la muerte.

¿Cómo hemos llegado a esto?
Parecían preguntarse los cadáveres tras la contienda.

La respuesta llegó después de la carnicería,
porque pregunta y respuesta quedaban implícitas 
en el resultado,
todos iguales ante la muerte,
cada muerto es una derrota.

Nací en medio de la guerra, por ESNEYDER ÁLVAREZ.


Pintura de David Alfaro Siqueiros


Nací con las balas cortándome el cordón umbilical,
crecí en medio del camino de la guerra,
debo cuidar mis pasos, pues una mina me puedo encontrar.

Yo vivo en medio de la guerra,
donde los niños no se respetan,
y las madres los ven caer en medio de ella.

yo vivo recordando como mis amigos de niñez fueron alcanzados por las balas,
como cada uno moría en medio de los sueños de libertad,
como sus madres les decían que debían ser hombres de bien.

Yo nací desobedeciendo mi destino “la muerte”,
yo nací sembrando la semilla de la esperanza. “el campo para el campesino”,
yo nací asegurando que un día las balas se acabaran. “sin guerrilla”,
yo nací soñando que en mi país a las armas al exilio mandarían. “solo amor en los corazones”

Yo vivo esperando que un día antes que la muerte me alcance

la guerra solo sea ficción. 

El tiempo que he vivido (El soldado), por ALICIA MARÍA EXPÓSITO.

Pintura de Ernest Descals

El tiempo que he vivido

está lleno de esquinas,

de inútiles ausencias,

de enredaderas negras

que me impiden andar

y me confunden.

El círculo se cierra

delante de mis ojos

y no puedo moverme.

Todo se me hace miedo.

Un miedo verdadero,

 intransferible,

que se vuelve real todas las veces.

Miro hacía atrás

y pienso

que no nací llorando

sino muriendo a voces.

Ahora

¡cuánto silencio gris,

cuánto silencio!

¡Por qué no contestáis?

¡Prestadme gritos blancos

para lavar mis culpas!


¡Cuántos muertos cargados a mi espalda

que al paso de las horas

son cada vez más grandes

y me hacen heredero de lo oscuro!.

Dejándome sin luz, me aterrorizan.

Me escondo en el rincón más alejado

y me acurruco.

Ya casi no respiro

y temo

como un niño pequeño teme las pesadillas.

Y espero

la mano más amable que me aleje el fantasma,

el siniestro fantasma de los gritos ausentes.

¿Quién me puede asistir

en esta muerte,

agónica sentencia de mí mismo,

que a veces pesa tanto

que ni Dios la soporta?

¿Por qué no lo entendéis?

De toda la maraña confusa de mis días

todo el tiempo que vivo

está lleno de esquinas,

perfiles de cristales empañados

que condenan mi vida

a cadena perpetua.