¿Es el poeta un hombre con el alma esplendorosa
que nimbado por la aureola
de los encajes de la vida
pretende pintar como Sapho el corazón de la espina,
o es el poeta un soñador
con la memoria de arcilla a medio esmaltar
que vislumbra tras el cristal frágil remembranza
el fulgor sugerido del horizonte quebradizo
de la palabra?
Puede que en el empeño de alcanzar su Ítaca
bogando la singladura del Renglón
muera extasiado en las Sirénidas
a mitad del periplo
o tal vez derrame como hierro fundido
tinta del tuétano de
los sueños
en los labios inmaculados del Papel
que recorren los desconcertados ojos de los incrédulos.
De cualquier forma fue es y será Vulcano,
Trata de forjar siempre
los poemas con una armadura fulgente
sometida al fuego lacerante de las lenguas
con su daga de luz
y de memoria
horada las permeables paredes del agónico Cronos
y sucumbe ante las fauces inauditas
de la eternidad
se transmuta en
un recital de sombras
sobre un ramillete de argucias
subsistiendo bajo la cal gomosa del desierto blanco
tratando de apresar el mundo indescifrable
que arranca pedazos del yo propio
a horcajadas sin consuelo de la espuma de la ficción
de la tiniebla
y a veces de la desidia
espanta las sanguijuelas de su garganta desusada
y aprieta los dientes buceando en el abisal mundo del
vocablo definitorio
qero ve ofuscado que como un pez se le escapa
de entre sus labios ateridos por la impotencia
Una y otra vez
Lo peor es el mordisco del remordimiento
la desesperanza de lo inasible
y la agonía de la impotencia
porque de todo punto la belleza es inalcanzable
y persiste mucho más allá del deseo.
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