Cartas
que nunca escribí.
A la gaviota
y el mar.
No puedo
hacerlo de otra manera; así tengo que recordarte: ligero como un gorrión y con unas
alas tan fuertes como las de gaviota, y tan grande de corazón, que no te cabía
en el pecho.
...El calor del verano ya quemaba la piel en su pleno apogeo, mientras que a nosotros se nos congelaba la
sangre al paso por nuestras venas. Se fue la luz del día, pasó otra larga noche
y llegaron otra vez los rayos de luz en su interminable viaje de ida y vuelta.
Aquella noche pasada, creo que tuvo
un sueño…
Su
último sueño sobre la tierra y el mar.
Una gaviota volaba al alba y era una
gaviota hermosísima. Flotaba en el azul del cielo vestida con sus alas de plata
y las plumas de cristal.
¡Sólo quería volar…!
Y volaba sola y decidida sobre el agua que
besaba las arenas, mientras le brillaban las alas al reflejo del mar.
Todo cuanto se veía le pertenecía: el
cielo, el mar, la arena…
¡Tanto que se presenta a sus ojos y ella
sólo quería volar!
De pronto, sus alas se resquebrajaron y
perdió el vuelo, pero la gaviota, aún con las alas rotas, quería seguir
volando.
Cayó al agua y se confundieron sus plumas
de cristal con las transparencias de la mañana; en su zambullida, despertó a la
luz del mar y se vieron a los peces traspasando su cuerpo y a sus alas de plata
y vidrio.
Nos llegó la luz que venía del mar, pero
fue tan corta, que al segundo llegó de nuevo la oscuridad... En el tiempo que duró la luz vimos como los
peces la agredieron hasta morderle los ojos.
¡Y sólo quería volar…!
De nada le valió su fuerza y coraje, los
peces la convirtieron en mil pedazos…
Luego vimos el resultado: la gaviota eras
tú; el mar tu sueño, y nosotros..., sólo la oscuridad.
…¡Ya nunca podrías volar…!
...A mi padre.
Antonio Medina Guevara, un escritor de palabra limpia corazón grande y sueños sin límite, me encanta todo lo que escribe porque su sentimiento es latido puro del hombre sencillo que creció pegado a la humildad de la tierra.
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