Háblanos un poco de ti
como escritora:
Aunque escribo desde que tengo uso de razón, nunca pretendí ser
escritora. Me dediqué a la música hasta los treinta y dos años, ocho de ellos
viviendo en Barcelona, y solo cuando se disolvió el grupo en el que cantaba me
planteé volver a Granada y retomar la tesis doctoral que en su momento había
abandonado. Al mismo tiempo, empecé a escribir poesía y armé mi primer libro, La
vida en los ramajes, que ganó el Premio Miguel Hernández. Eso ocurrió en
2013 y desde entonces la escritura se ha convertido en mi sostén económico y,
por tanto, en mi profesión. Me gusta decirlo porque los adalides de la pureza
estética se llevan las manos a la cabeza ante quienes nos consideramos obreras
de la literatura, trabajadoras de la cultura que, efectivamente, amamos nuestro
oficio, pero también dependemos de él para comer. Llevo doce años entregada a
los muchos trabajos que bordean lo literario (talleres, correcciones,
conferencias, artículos, prejurados, recitales…) y utilizando el dinero de los
premios que gano para seguir escribiendo.
Pero, al margen de
esto, hay una necesidad de escribir. Y una razón para hacerlo. En mi caso, principalmente escribo
para hacer del dolor algo soportable, pero, sobre todo, para colectivizarlo,
para convertirlo en algo que me conecta con las otras. Escribo para tocar con
mi dolor el dolor ajeno o, mejor, para entender que no existen un dolor propio
y otro ajeno, que nuestro grito es siempre el grito de muchas. En el momento en
que comprendes que no estás sola en el daño, ese dolor se politiza (se
convierte, por tanto, en una herramienta de transformación, revolucionaria,
capaz, efectivamente, de salvarnos). La escritura es para mí una forma de
interrogar a eso roto que somos y de denunciar las estructuras de poder de las
que esa herida colectiva surge. Me inscribe en el mundo y me hace entender que
no estoy sola en él. Me permite abrazar a las otras. En cierto modo, vuelve lo
inhóspito habitable.
Creo en la escritura como tejido sin
principio ni fin. Como decía Blanchot, estamos constantemente escribiendo el
mismo libro, un libro que siempre está por venir. Mirando mi escritura en
perspectiva, creo que hay unas preocupaciones teóricas, ideológicas y éticas
que atraviesan toda mi obra y la convierten en un único libro que no deja de
ampliarse, que crece sin voluntad de clausura.
¿Qué podemos encontrar en
este libro?
Mañana habla de dos mujeres que, en el borde del lenguaje y de la vida, buscan el modo de contar su historia. Virginia, antes profesora de Literatura en la Universidad de Barcelona, huye de su ciudad y de su propia lengua tras la muerte de su hija Moira para marcharse a China. Tras unos meses viviendo en Pekín, acaba instalándose en una cabaña cerca de los bancales de arroz de Yuanyang. De día, trabaja como jornalera y guarda escrupulosamente silencio. De noche, emprende la escritura de un diario para intentar salvarse. En ese texto aparecerán por igual el tiempo compartido con su hija Moira, su vida en China y sus reflexiones sobre el lenguaje, el dolor, la literatura, con las que Virginia trata de entender su propia herida. En paralelo, Sùyīn vive en la aldea en la que ha nacido y trabaja en los bancales de arroz a los que ha llegado esa extranjera silenciosa de la que nadie sabe nada. Está casada con un hombre al que odia y trata de sobrevivir a la violencia de su marido aferrándose a la caligrafía, la amistad y la figura fantasmática de la recién llegada. Cuando las voces y los cuerpos de ambas mujeres se mezclen comenzarán un proceso de reconstrucción, y el amor, como una chispa pequeña, prenderá en ellas, transformándolas.
Bordeando los límites entre la poesía, el ensayo y la narrativa, esta novela es, sobre todo, una indagación en el dolor y en la pérdida, en lo torcido del ser, en la insuficiencia o la impotencia del lenguaje para afrontarlos, en la búsqueda de lenguajes distintos (los del cuerpo, los del deseo, los del amor) donde sean posibles el encuentro, la reconciliación, la redención: esa astilla de paz a la que aspiramos todas.
¿Por qué elegiste ese título?
La clave de ese
título está en el propio texto. Mañana (míngtiān en chino) es la
palabra que usan las protagonistas para despedirse. Ellas evitan decirse adiós
cada vez que se separan y conciben esa palabra como una promesa de futuro,
depositan en ella su fe en el reencuentro. Así lo explica Sùyīn en el texto:
«Nos decimos míngtiān porque en el adiós siempre hay una muerte pequeña,
un duelo diminuto que no queremos hacer. Intentamos mantener lejos ese cadáver,
pues ya hemos llorado suficiente».
¿Qué aporta la literatura al mundo?
Pues depende de qué literatura. Lo literario es una institución de saber/poder más y no puede entenderse ingenuamente como un todo indistinto ni abordarse desde un pretendido idealismo humanista que a menudo da a luz una mirada acrítica y acomodaticia con respecto al mundo que habitamos. Siempre que alguien hace una loa a la literatura aferrándose a los valores ilustrados (poniéndola incluso por encima de la vida, tal y como ha pasado, por ejemplo, con quienes defendían la publicación de El odio estas semanas), le recuerdo que Mi lucha de Hitler es también literatura, como lo son La Biblia o los tratados médicos que durante siglos justificaron con pretendidos argumentos científicos la inferioridad de las mujeres o defendieron la animalidad de las personas racializadas.
El concepto de
literatura, como nos enseñó Juan Carlos Rodríguez, es un concepto blanco,
patriarcal y burgués que surgió en la Modernidad y que demasiadas veces ha
actuado como correa de transmisión de la ideología del poder, sirviendo para
apuntalar los sistemas de opresión/explotación en torno a los que el mundo se
levanta. Es una noción histórica, lejana a la universalidad con la que han
pretendido revestirla. Por tanto, no hay una literatura sino infinitas
literaturas, tantas como textos, que apuntan hacia espacios éticos, estéticos e
ideológicos muy distintos.
A mí la literatura que
me interesa es la que, lejos de invisibilizar esa huella de la explotación
capitalista, colonialista y patriarcal, la saca a la luz. La literatura que me
ayuda a entender el mundo en toda su complejidad, señalando las trampas del
poder y apuntando hacia otros mundos posibles. Como marxista, me interesa la
literatura que es de un modo u otro revolucionaria. Esa literatura no ha de
tematizar forzosamente lo político, pero sin duda está atravesada por ello (un
poemario de Anne Carson o de Chantal Maillard me parecen en ese sentido igual
de iluminadores que el teatro de Bertolt Brecht o un ensayo de Angela Davis).
¿Si tuviera que elegir un título para este texto cómo lo llamarías?
Llegué sin reserva porque para eso
soy cliente habitual, pero no quisieron darme la única habitación que les
quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se ofrecieron a buscarme una
suite en otro hotel de la cadena, mas yo estaba muy cansado y subí sin hacerles
caso.
La decoración no era la misma de
las otras habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos
apenas reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en
la pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido. Me
dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.
Un clavo de frío me despertó, y
junto a la cama una mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: «¿Por qué
has sido tan imprudente? Ahora te quedas tú». Desde entonces sigo esperando que
venga otro, para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.
Lo llamaría "La habitación"
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