Háblanos un poco de ti como escritor.
Mi trabajo como escritor está, en
cierto modo, condicionado por mi trabajo como profesor de literatura. Esto hace
que mis libros dialoguen siempre con la historia literaria, a veces en forma de
crítica, otras de parodia y otras, finalmente, de homenaje.
Hasta ahora he publicado cuatro
libros de aforismos (“Jugador de ventaja”, Desaforado”, “Mudo pez en el mar” y
“El demonio meridiano”) y uno de relatos muy breves titulado “Eclipse total”. Siempre
he cultivado los géneros breves.
¿Qué podemos encontrar en este
libro?
La era espacial es una
selección de aforismos procedentes de mis cuatro libros publicados junto con
una sección inédita con el título de “Las tiranías serviles”. Mis aforismos
son, sobre todo, éticos: intentan comentar aspectos de la vida cotidiana y de
mis lecturas a través del aforismo, como forma de expresión condensada y, en
ocasiones, ingeniosa.
¿Por qué elegiste ese título?
Porque soy un amante apasionado
de la ciencia ficción. También porque este libro cubre 25 años de escritura y
de vida; y siento que todos estos años forman una etapa ya cerrada de mi vida,
tal como la era espacial, que comenzó en los años cincuenta y terminó en los
setenta.
¿Qué aporta la literatura al mundo?
Es una pregunta difícil. En esto opino lo mismo que Antoine Compagnon y
cito sus palabras: “"Leemos porque, aunque leer no sea indispensable para
vivir, la vida es más agradable, más clara, más rica para aquellos que leen que
para aquellos que no lo hacen. En un sentido más simple todavía: vivir es más
fácil (...) para aquellos que saben leer, no solamente las noticias, las
instrucciones de uso, las ordenanzas, los periódicos y las papeletas de voto,
sino también los textos literarios" (Compagnon, ¿Para qué sirve la
literatura? Acantilado).
Creo firmemente que la literatura
materializa un ideal humano, que encarna la aspiración ilustrada a una sociedad
educada y pacífica que entiende la lectura como una dedicación buena y honesta.
¿Si tuvieras que elegir un título
para este texto, cómo lo llamarías?
Llegué sin reserva porque para eso soy cliente habitual, pero no quisieron darme la única habitación que les quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se ofrecieron a buscarme una suite en otro hotel de la cadena, mas yo estaba muy cansado y subí sin hacerles caso.
La decoración no era la misma de
las otras habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos
apenas reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en
la pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido. Me
dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.
Un clavo de frío me despertó, y
junto a la cama una mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: «¿Por qué
has sido tan imprudente? Ahora te quedas tú». Desde entonces sigo esperando que
venga otro, para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.
Es un microrrelato de Fernando Iwasaki que me gusta mucho, porque reúne algunos elementos a los que aspiraba, modestamente, en mi libro de relatos “Eclipse total”: la brevedad, la tensión narrativa y la dimensión fantástica o terrorífica. Yo no lo habría titulado “La habitación maldita” (que es su título original) porque pienso que adelanta demasiada información al lector y le quita algo de sorpresa. “La espera” sería un buen título, pero, con un sentido parecido, ya lo ha usado el director Francisco Javier Gutiérrez en su película de 2023); quizá lo titularía “El despertar”.
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