Háblanos
un poco de ti como escritora.
Reconozco que en el contexto de ser escritora, aún me cuesta reconocerme, quizás porque la palabra tiene una enorme trascendencia.
Sin embargo, cuando escribo como contadora de
historias, aquí me siento cómoda, y encuentro
en la poesía un hilo conductor
que se va conformando como la fórmula que me completa.
Escudarse en ella abre una válvula de escape
al tiempo y a la veracidad de lo cotidiano, donde habitualmente
encuentro
la inspiración.
Los diálogos se entrelazan como un baile de auroras que exploran
los límites entre lo tangible y lo onírico, entre la claridad de un pensamiento
y la ambigüedad de las emociones.
Es entonces cuando el poema se interpreta y se construye desde un
lenguaje estético, se ensambla como si fuera un puzzle
sin apenas figuras literarias, pero con una mirada
reflexiva y un estilo que desea conjugar precisión y belleza.
Desde el primer momento “Boreal” se condujo
como la esencia de los poemas, y en el proceso de búsqueda e información se cerraba un círculo casi perfecto.
¿Qué aporta la literatura al mundo?
Un juego donde las palabras nos cautivan y nos
regalan vidas y otras realidades.
La decoración no era la misma de las otras
habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos apenas
reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en la
pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido. Me
dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.
Un clavo de frío me despertó, y junto a la
cama una mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: «¿Por qué has sido tan
imprudente? Ahora te quedas tú». Desde entonces sigo esperando que venga otro,
para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.
Lo
llamaría, “La última habitación” por la sensación de condena,
pero también podría ser “El huésped eterno” que da la sensación de
estar atrapado,
como en el limbo.
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