Háblanos un poco de ti.
Soy poeta y actriz, aunque como decía mi padre, cada uno se gana la vida como puede: trabajo para la Administración de Justicia y soy Experta en Criminología. Tengo voluntad para la organizar eventos, aunque no soy gestora cultural. Desde 2015 coordino un Festival, que tiene su origen en República Dominicana, ideado por la poeta y diseñadora gráfica, Jael Uribe, Grito de Mujer. Con él he recorrido toda la provincia de Córdoba, con recitales poéticos y musicales, y exposiciones de obras de arte. Marzo de 2024 será nuestra décima edición. Son muchos los artistas que han pasado por este festival, y yo estoy francamente orgullosa de haberlo mantenido durante una década, en defensa de la mujer y contra la violencia de género, ambos aspectos tan necesarios en la sociedad de hoy en día. También colaboro, siempre que puedo, en festivales y eventos con carácter solidario o social. Para mí, este matiz es fundamental. Casi todos mis libros tienen una intención, una denuncia. Y si en alguna ocasión se me ha pedido que definiera mi poesía, he dicho que es social, sin lugar a duda.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Campanas de libertad?
Campanas de libertad es un ejemplo claro de este tipo de poesía con mensaje social: aborda la problemática del juego patológico. Es una llamada de atención, una alerta contra esta situación: nos venden el juego por televisión; en internet es accesible incluso a menores, y todos nuestros barrios están plagados de salones de juego.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
Creo que está en la dulzura y la ironía de sus poemas: en la forma de presentar al “jugador”, la esperanza de la curación, la comprensión y en el respeto hacia el enfermo y su entorno; las anécdotas y los juegos infantiles que ocupan la parte central del libro.
¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?
Soy una escritora que se toma su tiempo: he intentado que mis libros no sean uno el calco de otro. Y eso me lleva sus horas de reflexión. Aunque como he dicho, no se pierde esa orientación social en cada uno de ellos, al menos he intentado que en la forma sean diferentes: utilizando métricas o gustos estéticos dispares. Por ejemplo, en mi libro Miembro fantasma, con el que obtuve el Premio Solienses en 2016, dediqué un capítulo al haiku; seguidamente en La libertad de la herida, solo utilicé esta métrica, y aunque me gusta mucho, no he vuelto a utilizarla. Es cierto, que la poesía breve es mi favorita, y en Campanas de libertad, era necesaria una poesía desnuda, que permitiera al lector la reflexión y dilucidar sus propias conclusiones. Debemos tener en cuenta que no es un tratado, ni un estudio sociológico, sino un libro de poesía que habla sobre la ludopatía. Aunque en su forma, hay quién me ha dicho que conecta con mi primer libro: Lyrica 75, éste también surge de una necesidad personal y algún día contaré si volviera a editarlo.
¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?
Ahora mismo estoy leyendo “El libro de la desobediencia” de Rafael Courtoisie, que tiene como escenario un Japón fantástico y milenario. Soy tallerista de este escritor uruguayo e intento conocer su obra. Tengo pendiente, me lo acaban de regalar “Donde anida el rayo” de la poeta también uruguaya Amanda Berenguer
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Tengo dos libros que saldrán de forma inminente “Días ridículos”, que curiosamente escribí hace más de veinte años, y se quedó en un cajón. Ahora lo ha recuperado la editorial Aliar de Granada, para su colección Averso. Esta ciudad es muy importante para mi trayectoria, fíjate que los primeros poemas que publiqué fueron en la ciudad de Guadix, en un libro colectivo llamado Menacir. Y me llena igualmente de satisfacción la antología Distopía (en femenino) recopilación de Pepa Merlo, también con la granadina, Elenvés editoras, publicada este mismo año.
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