La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 29 de mayo de 2022

FRACTALES, por Pedro Pastor Sánchez.

 


La señora Romanescu se quedó estupefacta mientras contemplaba a aquel hombrecillo de aspecto estrafalario, que portaba una voluminosa maleta. A pesar de que se lo acababa de explicar, no acertaba a comprender el motivo por el que se presentó allí, en su morada campestre, un paraje tan alejado de cualquier núcleo habitado, y que le hacía desconfiar de sus intenciones.           

     —¿Cómo dice que se llama? —volvió a preguntarle extrañada.

            El hombre empujó sus gafas de pasta sobre el puente de la nariz, y le respondió con una sonrisa en los labios:

            —Mandelbrot, profesor Mandelbrot.

            Receló de aquella mirada que le pareció concupiscente. Trató de disimular sus nervios y le interrogó de nuevo.

            —Y decía que había venido hasta aquí para…

            —Solo quiero hacerle unas fotografías —la interrumpió—, si me da usted su permiso, por supuesto.

            —¿Fotografías? ¿Qué tipo de fotografías? —inquirió sin disimular un sentimiento de intromisión.

            —Verá, no es fácil de explicar… —sacó un pañuelo del bolsillo y lo restregó contra las lentes al tiempo que les lanzaba una vaharada—. Soy científico, más concretamente, me dedico a las matemáticas. Estoy recorriendo el mundo buscando ejemplos que expliquen mis teorías. Entiendo que le parezca extraño pero, desde que supe de su existencia, soñaba con poder conocerla. Es usted exactamente lo que estaba buscando.

            Ya desde niño, Benoît Mandelbrot se había interesado por la extravagante belleza de la naturaleza. En más de una ocasión su madre le regañó por no atender a las llamadas para acudir a comer. Se quedaba absorto contemplando las espirales de las conchas de los caracoles que guardaba en una caja de zapatos. O tumbado sobre el césped mirando a las nubes que sobrevolaban el cielo de su Varsovia natal. O ensimismado ante el plumaje de los pavos reales que su abuelo tenía en la granja. En más de una ocasión lo encontraron con la nariz pegada a los flósculos de los girasoles que crecían junto al camino. U orillado al estanque, tratando de capturar alguna libélula, que luego miraba al trasluz para maravillarse ante el entramado de sus livianas alas.

            Más tarde, cuando su curiosidad científica le llevó a interesarse por las matemáticas, trató de encontrar en aquellos patrones naturales algo que los demás no habían visto. La geometría euclidiana no podía explicarlo todo, demasiado simple. El orden que surgía del caos debía obedecer a algún criterio, si no divino, como algunos pretendían atribuir al número áureo, al menos matemático, como ya adelantara Fibonacci. Simetrías y proporciones estaban allí, a la vista de todos, esperando a que alguien las explicara usando el razonamiento científico.

            Encontró ejemplos para sus teorías lanzando una mirada a los confines del universo o a nuestro interior. Con los actuales medios tecnológicos éramos capaces de ver tanto lejanas galaxias como la intrincada geometría de nuestro propio ADN. Pero no hacía falta mirar tan lejos o tan cerca, era mucho más sencillo buscar ejemplos cotidianos, cercanos.

            La señora Romanescu seguía sin comprenderlo. Su anodina existencia no parecía que fuese reclamo para que alguien se interesara por ella.

            —¿Pero por qué yo?

            —Porque es usted única.

            La lisonja caló en el alma de la viuda. Sabía lo efímera que es la vida. Su marido, que jamás regresó de aquella comilona a la que fue invitado, nunca le dijo nada parecido a un halago.

            —¿Y tendré que desnudarme? —preguntó con cierta vergüenza.

            —Tendrá que mostrarse tal cual es, por decirlo de alguna forma —fue la respuesta de aquel hombre de peculiar acento.

            Benoît apenas percibió el rubor de la señora Romanescu dado el profundo color verde de su poliédrica tez. Ella accedió. Dispuso el trípode y preparó luces y cámara rápidamente para iniciar la sesión, no fuera a ser que la desconfiada cambiara de opinión.

            Meses más tarde, el fruto de aquel encuentro culminó en la portada del libro que Mandelbrot publicaría con el título La geometría fractal en la naturaleza.

 

2 comentarios:

  1. Como siempre, en tus relatos hay 'sorpresa' y siempre aprendo algo nuevo. Una forma divertida de acercarse al conocimiento de la geometría fractal. Gracias.

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    1. Aprender es uno de los leitmotiv de mi vida. Un placer compartir conocimiento y gusto por la lectura. Espero sorprenderte también en el próximo. Gracias por comentar.

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