Al igual que
ocurriera con el célebre Drácula de
Stoker, el cuento La pata de mono parece haber eclipsado el
resto de la obra de William Wymark
Jacobs. Y es que pocas son las antologías de relatos de terror que no
incluyan esta pieza maestra del escritor inglés.
Adentrarse en
las narraciones de Jacobs es un ejercicio tan recomendable como fascinante. Se
trata, en mi opinión, de uno de los grandes maestros del relato breve. De
estilo ágil, directo y cautivador, su manejo de la prosa resulta brillante y
eficaz. La forma de abordar los registros de una mente atormentada por la
obsesión, el remordimiento, las premoniciones más oscuras y el consecuente
destino trágico es absolutamente soberbia. Inocula el miedo en el lector como
un veneno letal, haciéndolo, además, desde lo cotidiano, transformando la
realidad que percibe la agitada mente del protagonista (quien crea, cuenta o
describe la situación inquietante). Ejemplos de su talento son Cuidando
al prójimo o La interrupción.
Sin embargo,
hubieron de pasar años para que este funcionario de correos —escritor de
vocación—, fuera descubierto y comenzara a publicar en la prestigiosa
revista The Strand Magazine (la misma que diera a
conocer a Conan Doyle). A partir de ahí, su carrera literaria despegó,
alcanzando un éxito notable. Tanto es así que llegó a ser considerado el mejor
escritor de humor en lengua inglesa de su tiempo. Curiosamente esta faceta —la
del humor—, permanece hoy prácticamente olvidada.
Especial
mención merecen sus relatos de terror ambientados en el mar. No en vano, su
padre fue administrador de un puerto y, desde pequeño, el mundo marino impregnó
el alma del joven William. Cuentos como El barco desaparecido, con
escenas sobrecogedoras, o Apareció por la borda, que recrea una
atmósfera propia de su compatriota Hodgson, son muestra de la mejor escuela
literaria que haya dado la vieja Inglaterra.
Ya lo saben. Es
hora de quitar el velo y descubrir lo que se esconde tras La pata de
mono. Un universo literario de secretos portentosos. Pero ándense con ojo,
no vaya a ser… Están advertidos.
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