La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

miércoles, 30 de junio de 2021

EL SECRETO DE JIMENA, por Dori Hernández Montalbán.






SIGLO XI (1.102)

Jimena hubo de defender la ciudad de Valencia tras la muerte de su esposo Rodrigo Díaz de Vivar, con ayuda de su yerno Ramón Berenguer  III,  aunque fue complicado.

Mazdali permitió la salida honrosa  de  los cristianos, tal como siempre había hecho el Cid con sus enemigos musulmanes derrotados.

Doña Jimena salió al frente portando los restos del inmortal Rodrigo Díaz de Vivar,  por miedo al saqueo de la mezquita-catedral. Antes de abandonar la ciudad, los propios moradores incendiaron sus hogares                            

 

                                                            ****

 

La escena que propongo, se desarrollaría en algún punto del itinerario Valencia, Monasterio de Cardeña, Burgos. Durante  este traslado, Alvar Fáñez, lugarteniente del  Cid, será requerido por Jimena, con la que habría de encontrarse en el lugar acordado. Ya en tierras de Castilla, los cristianos hincarían tiendas a la espera de Albar Fáñez (Minaya). Jimena, a jugar por los datos disponibles, además de ser gobernadora de Valencia, debió contribuir a la reconquista como nieta  y biznieta de reyes, así como dama favorecedora de otras empresas inéditas en pro de la reconquista.

 

I

 

Sobre la cruda llanura de Castilla cae el sol a plomo. Suena el graznido de un ave rapaz  que planea el lugar. Una nube de polvo se alza tras el paso de las mesnadas cristianas. Tras el arrastre de carros y caballerías, se distinguen algunos vasallos del Cid; en otro tiempo valerosos guerreros defensores  de Castilla,

Hacia su tierra pelada y parda se dirigen, vencidos, que no rendidos, tras verse obligados a  evacuar Valencia, en dirección al monasterio de Cardeña, para depositar los restos mortales del Cid. Unos a pie, otros a caballo, y Jimena al frente como custodia dora y capitana.

Alguna torre abandonada se divisa. Al fondo de la polvorienta llanura, despuntan  unas colinas coronadas por viejos árboles, anunciando cobijo a la soldadesca.

Aún restan algunas jornadas para llegar a las márgenes del río, pero será aquí, en mitad de la llanura inhóspita dónde se ordena hincar tiendas en espera de Albar Fáñez. Todos enmudecen y el silencio reina en el sopor del  atardecer.

¿Dónde quedó la opulencia de Castilla? Se pregunta Jimena, al observar, ahora, con detenimiento, a la mesnada  venida a menos y miserables condiciones de los soldados. Que no han de poseer algunos, a juzgar por el indumento, ni techo que los cubra.

 

Declinando y como apagándose  el sol en ascua viva, hasta aquí llega un débil tañido de campana. Se oscurece el campo y dibuja al fondo la imponente silueta a caballo de un erguido caballero, no es otro que Albar Fáñez. Descabalga, y con el yelmo en mano, rodilla en tierra, se inclina ante Jimena.

JIMENA: Levantad, por  dios, mi buen Minaya y tomad el humilde asiento que para vos se ha improvisado. Pronto caerá la noche para ensombrecer aún más mi pesar. Minaya, amigo, como bien sabéis  nos vimos obligados  a salir de Valencia. Y atravesando por estos duros caminos hacia Castilla, esta comitiva se me antoja una vieja dama, vestida de harapos que a duras penas puede avanzar con  el viento en contra.

MINAYA: Noble y buena señora de mío Cid, no desfallezca vuestro ánimo que ésta tierra aún dispone de valientes para vengar afrentas y presentar batalla, si dios lo quiere.

JIMENA: Leones, leones necesitaría Castilla para echar al enemigo, mi buen amigo, y no tantos abades bien nutridos y sumisos. Y aún nobles, parapetados en sus castillos. No alcanzo a comprender cómo el rey, nuestro señor, contempla  impasible tanta miseria.

MINAYA: A los vasallos de mío Cid nunca les ha de faltar casa y alimento, siempre dio buen galardón.

JIMENA: Sin embargo  se nos dice que no llegó a tiempo el clamor de Valencia. Alfonso  ordenó la evacuación y no nos pasaron a cuchillo porque el moro se sintió en deuda con mío Cid. El siempre dejó marchar al vencido, si es que ese era su deseo. Llevamos con nosotros los restos de Rodrigo para dar nueva sepultura, por esto os mande llamar, y porque quiero asegurarme de que lleguen intactos a Cardeña. Muy a mi pesar los hemos tenido que sacar de la mezquita-catedral, por miedo al saqueo y profanación. Hemos quemado las casas, sus moradores sacaban lo poco que podían llevar consigo. Más parecía aquello botín de guerra; no perdían la batalla, a juzgar por sus rostros, ganaban, Minaya, ganaban porque sabían que el féretro de mío Cid salía con ellos.

MINAYA: Duros hombres, como ésta tierra dura, y valientes…

JIMENA: Aún así, guardo un viejo recelo para con los asaltantes, la razzia y escaramuza. En esta nueva aventura me acompaña mi yerno Ramón Berenguer; le fue otorgada por mío Cid la espada Tizona. Bien sabéis, que nos fue devuelta en las cortes de Toledo por aquellos infames de Carrión, y valerosamente blandida en duelo por Diego González, en reparación por el maltrato infligido a mis hijas. La Tizona ha de ser esgrimida por gurrero valeroso, y mi yerno,  aún siendo digno caballero, todavía es demasiado joven e inexperto. En unos años, será digno caballero en la batalla. Por lo tanto, la tizona, ha de quedar junto a mío Cid en Cardeña. Allí estarán a buen recaudo, si así lo quiere dios. Gracias por salir a mi encuentro, Minaya, que dios te lo premie.

Después de esto, besó, Alvar Fáñez, las manos de Jimena y se retiró a descansar.

Crepita aun la leña en las hogueras. Las bridas de los caballos amarradas a los carros, descansan. Los caballos, aliviados de monturas, y la luna alzada traspasada por algunas nubes negras. El relincho del caballo de Alvar Fáñez  lo pone sobre aviso, que sin hacer ruido alguno, se desliza por su tienda y sorprende a un grupo de velados desertores del grueso almorávide, intentando robar los carros tras haber degollado a la guardia.

Dio la voz de alarma por no saber cuántos de ellos había. Y todos, chicos y grandes, prestos a defenderse fueron. Jimena corrió a empuñar la Tizona, dando muerte a uno de ellos y presentando combate a otros tantos. Después de pasar a cuchillo a los demás, hablo asombrado Alvar Fáñez:

ALBAR FÁÑEZ: Pero decidme ¿dónde y cuándo aprendisteis a manejar la espada?

JIMENA: En  Valencia, una vez muerto Rodrigo, fui adiestrada  por un valeroso guerrero, muy noble caballero venido de tierras lejanas, vasallo leal a mío Cid. Así lo había dejado dispuesto. Pero os ruego, Minaya, que de aquesto guardéis secreto. No fue tarea fácil gobernar una ciudad siendo mujer y viuda de mío Cid. Básteos saber que tal caballero cristiano es y, según dijo, monje y soldado a la par.

 

II

 

Al alba, los castellanos de aquellas tierras, oidores de lo acontecido, les iban saliendo al paso. Rodilla en tierra, alzaban plegarias al cielo por el Cid, que en buena hora nació. Entre ellos hablan algunos, y dicen que por sus campos, aún, el fantasma yerra. - ¡Aun  cabalga mío cid!-grita una voz de los que entre allí estaban. Se escuchan vivas:- ¡Viva Rodrigo Díaz de Vivar! ¡Aquel que rodilla en tierra y espada hincada juro en nombre del criador lealtad a su rey! ¡Viva, Viva! Hoy de nuevo, y ya muerto a cruzar los campos llega.

Estos humildes labriegos de Castilla sufren  escasez y aún hambre. Y todavía les quedan fuerzas para llorar la derrota de sus amos, piensa para sí Jimena.

-Señora, mi señora, -se atreve a gritar un pobre apenas vestido de estameña- no temáis. La simiente está echada y si dios quiere, las mieses crecerán y habrá pan, y con él ventura. –Animado, otro también alzó la voz -Dará la encina leña para el fuego. -Se escuchan vítores, alzando aperos  y lanzas: ¡Mío cid, mío cid, mío cid…! -Los ojos de Jimena se humedecen y dice para sí - Estos hombres, al roble se parecen. Quiera dios que nunca falten gentes como estas en Castilla.

Una jornada más y llegan a Cardeña, ya muy menguada la comitiva, pues muchos de ellos en sus tierras fueron quedando. Una vez en el monasterio son recibidos por el abad y algunos monjes. Allí se entraron, Albar Fáñez, Jimena y su dueña,  el joven Ramón Berenguer  y su esposa María Rodríguez. Se celebraron exequias y se cantaron misas por el alma de mío Cid.

Más tarde se procedió al entierro. Allí también quedó expuesta y a buen recaudo la espada Tizona.

Antes de partir Alvar Fáñez, Jimena lo volvió a requerir y, en la intimidad de aquel regio claustro,  en dónde ya descansaba el Cid, con estas palabras habló:

JIMENA: Vos, Minaya, sois noble caballero, lugarteniente del Cid, entre nos y Dios, quede este asunto sellado. Un último favor os pido me hagáis, coged la Tizona y ponedla sobre mis hombros; os ruego me nombréis  dama y defensora de la fe cristiana. Y si ha de ser con las armas, también a ello me comprometo, en el nombre de Dios padre. Tomadme pues juramento, pues mientras vida me quede, así lo he de hacer. Así hizo Alvar Fañez.

ALVAR FAÑEZ:  Quede con dios noble señora. Guardado queda en mi corazón tal juramento por toda la eternidad. Y si así no lo hiciera que dios me lo demande. Señora, he de partir sin demora, la mesnada espera.

JIMENA: Id y que dios os guarde, Alvar Fáñez.

ALVAR FAÑEZ. Que así haga también con vos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                     

           

 

 

 

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