Jimena hubo
de defender la ciudad de Valencia tras la muerte de su esposo Rodrigo Díaz de
Vivar, con ayuda de su yerno Ramón Berenguer
III, aunque fue complicado.
Mazdali
permitió la salida honrosa de los cristianos, tal como siempre había hecho
el Cid con sus enemigos musulmanes derrotados.
Doña
Jimena salió al frente portando los restos del inmortal Rodrigo Díaz de Vivar, por miedo al saqueo de la mezquita-catedral.
Antes de abandonar la ciudad, los propios moradores incendiaron sus hogares
****
La
escena que propongo, se desarrollaría en algún punto del itinerario Valencia, Monasterio
de Cardeña, Burgos. Durante este
traslado, Alvar Fáñez, lugarteniente del
Cid, será requerido por Jimena, con la que habría de encontrarse en el
lugar acordado. Ya en tierras de Castilla, los cristianos hincarían tiendas a
la espera de Albar Fáñez (Minaya). Jimena, a jugar por los datos disponibles,
además de ser gobernadora de Valencia, debió contribuir a la reconquista como
nieta y biznieta de reyes, así como dama
favorecedora de otras empresas inéditas en pro de la reconquista.
I
Sobre
la cruda llanura de Castilla cae el sol a plomo. Suena el graznido de un ave
rapaz que planea el lugar. Una nube de
polvo se alza tras el paso de las mesnadas cristianas. Tras el arrastre de
carros y caballerías, se distinguen algunos vasallos del Cid; en otro tiempo
valerosos guerreros defensores de
Castilla,
Hacia
su tierra pelada y parda se dirigen, vencidos, que no rendidos, tras verse
obligados a evacuar Valencia, en
dirección al monasterio de Cardeña, para depositar los restos mortales del Cid.
Unos a pie, otros a caballo, y Jimena al frente como custodia dora y capitana.
Alguna
torre abandonada se divisa. Al fondo de la polvorienta llanura, despuntan unas colinas coronadas por viejos árboles,
anunciando cobijo a la soldadesca.
Aún
restan algunas jornadas para llegar a las márgenes del río, pero será aquí, en
mitad de la llanura inhóspita dónde se ordena hincar tiendas en espera de Albar
Fáñez. Todos enmudecen y el silencio reina en el sopor del atardecer.
¿Dónde
quedó la opulencia de Castilla? Se pregunta Jimena, al observar, ahora, con
detenimiento, a la mesnada venida a
menos y miserables condiciones de los soldados. Que no han de poseer algunos, a
juzgar por el indumento, ni techo que los cubra.
Declinando
y como apagándose el sol en ascua viva,
hasta aquí llega un débil tañido de campana. Se oscurece el campo y dibuja al
fondo la imponente silueta a caballo de un erguido caballero, no es otro que
Albar Fáñez. Descabalga, y con el yelmo en mano, rodilla en tierra, se inclina
ante Jimena.
JIMENA:
Levantad, por dios, mi buen Minaya y
tomad el humilde asiento que para vos se ha improvisado. Pronto caerá la noche
para ensombrecer aún más mi pesar. Minaya, amigo, como bien sabéis nos vimos obligados a salir de Valencia. Y atravesando por estos
duros caminos hacia Castilla, esta comitiva se me antoja una vieja dama,
vestida de harapos que a duras penas puede avanzar con el viento en contra.
MINAYA:
Noble y buena señora de mío Cid, no desfallezca vuestro ánimo que ésta tierra
aún dispone de valientes para vengar afrentas y presentar batalla, si dios lo
quiere.
JIMENA:
Leones, leones necesitaría Castilla para echar al enemigo, mi buen amigo, y no
tantos abades bien nutridos y sumisos. Y aún nobles, parapetados en sus
castillos. No alcanzo a comprender cómo el rey, nuestro señor, contempla impasible tanta miseria.
MINAYA:
A los vasallos de mío Cid nunca les ha de faltar casa y alimento, siempre dio
buen galardón.
JIMENA:
Sin embargo se nos dice que no llegó a
tiempo el clamor de Valencia. Alfonso
ordenó la evacuación y no nos pasaron a cuchillo porque el moro se
sintió en deuda con mío Cid. El siempre dejó marchar al vencido, si es que ese
era su deseo. Llevamos con nosotros los restos de Rodrigo para dar nueva
sepultura, por esto os mande llamar, y porque quiero asegurarme de que lleguen
intactos a Cardeña. Muy a mi pesar los hemos tenido que sacar de la mezquita-catedral,
por miedo al saqueo y profanación. Hemos quemado las casas, sus moradores
sacaban lo poco que podían llevar consigo. Más parecía aquello botín de guerra;
no perdían la batalla, a juzgar por sus rostros, ganaban, Minaya, ganaban
porque sabían que el féretro de mío Cid salía con ellos.
MINAYA:
Duros hombres, como ésta tierra dura, y valientes…
JIMENA:
Aún así, guardo un viejo recelo para con los asaltantes, la razzia y
escaramuza. En esta nueva aventura me acompaña mi yerno Ramón Berenguer; le fue
otorgada por mío Cid la espada Tizona. Bien sabéis, que nos fue devuelta en las
cortes de Toledo por aquellos infames de Carrión, y valerosamente blandida en
duelo por Diego González, en reparación por el maltrato infligido a mis hijas. La
Tizona ha de ser esgrimida por gurrero valeroso, y mi yerno, aún siendo digno caballero, todavía es
demasiado joven e inexperto. En unos años, será digno caballero en la batalla.
Por lo tanto, la tizona, ha de quedar junto a mío Cid en Cardeña. Allí estarán
a buen recaudo, si así lo quiere dios. Gracias por salir a mi encuentro,
Minaya, que dios te lo premie.
Después
de esto, besó, Alvar Fáñez, las manos de Jimena y se retiró a descansar.
Crepita
aun la leña en las hogueras. Las bridas de los caballos amarradas a los carros,
descansan. Los caballos, aliviados de monturas, y la luna alzada traspasada por
algunas nubes negras. El relincho del caballo de Alvar Fáñez lo pone sobre aviso, que sin hacer ruido
alguno, se desliza por su tienda y sorprende a un grupo de velados desertores
del grueso almorávide, intentando robar los carros tras haber degollado a la
guardia.
Dio la
voz de alarma por no saber cuántos de ellos había. Y todos, chicos y grandes,
prestos a defenderse fueron. Jimena corrió a empuñar la Tizona, dando muerte a
uno de ellos y presentando combate a otros tantos. Después de pasar a cuchillo
a los demás, hablo asombrado Alvar Fáñez:
ALBAR
FÁÑEZ: Pero decidme ¿dónde y cuándo aprendisteis a manejar la espada?
JIMENA:
En Valencia, una vez muerto Rodrigo, fui
adiestrada por un valeroso guerrero, muy
noble caballero venido de tierras lejanas, vasallo leal a mío Cid. Así lo había
dejado dispuesto. Pero os ruego, Minaya, que de aquesto guardéis secreto. No
fue tarea fácil gobernar una ciudad siendo mujer y viuda de mío Cid. Básteos
saber que tal caballero cristiano es y, según dijo, monje y soldado a la par.
II
Al
alba, los castellanos de aquellas tierras, oidores de lo acontecido, les iban
saliendo al paso. Rodilla en tierra, alzaban plegarias al cielo por el Cid, que
en buena hora nació. Entre ellos hablan algunos, y dicen que por sus campos,
aún, el fantasma yerra. - ¡Aun cabalga
mío cid!-grita una voz de los que entre allí estaban. Se escuchan vivas:- ¡Viva
Rodrigo Díaz de Vivar! ¡Aquel que rodilla en tierra y espada hincada juro en
nombre del criador lealtad a su rey! ¡Viva, Viva! Hoy de nuevo, y ya muerto a
cruzar los campos llega.
Estos
humildes labriegos de Castilla sufren
escasez y aún hambre. Y todavía les quedan fuerzas para llorar la derrota
de sus amos, piensa para sí Jimena.
-Señora,
mi señora, -se atreve a gritar un pobre apenas vestido de estameña- no temáis.
La simiente está echada y si dios quiere, las mieses crecerán y habrá pan, y
con él ventura. –Animado, otro también alzó la voz -Dará la encina leña para el
fuego. -Se escuchan vítores, alzando aperos
y lanzas: ¡Mío cid, mío cid, mío cid…! -Los ojos de Jimena se humedecen
y dice para sí - Estos hombres, al roble se parecen. Quiera dios que nunca
falten gentes como estas en Castilla.
Una
jornada más y llegan a Cardeña, ya muy menguada la comitiva, pues muchos de
ellos en sus tierras fueron quedando. Una vez en el monasterio son recibidos
por el abad y algunos monjes. Allí se entraron, Albar Fáñez, Jimena y su dueña,
el joven Ramón Berenguer y su esposa María Rodríguez. Se celebraron
exequias y se cantaron misas por el alma de mío Cid.
Más
tarde se procedió al entierro. Allí también quedó expuesta y a buen recaudo la
espada Tizona.
Antes
de partir Alvar Fáñez, Jimena lo volvió a requerir y, en la intimidad de aquel
regio claustro, en dónde ya descansaba
el Cid, con estas palabras habló:
JIMENA:
Vos, Minaya, sois noble caballero, lugarteniente del Cid, entre nos y Dios,
quede este asunto sellado. Un último favor os pido me hagáis, coged la Tizona y
ponedla sobre mis hombros; os ruego me nombréis
dama y defensora de la fe cristiana. Y si ha de ser con las armas,
también a ello me comprometo, en el nombre de Dios padre. Tomadme pues
juramento, pues mientras vida me quede, así lo he de hacer. Así hizo Alvar
Fañez.
ALVAR
FAÑEZ: Quede con dios noble señora. Guardado
queda en mi corazón tal juramento por toda la eternidad. Y si así no lo hiciera
que dios me lo demande. Señora, he de partir sin demora, la mesnada espera.
JIMENA:
Id y que dios os guarde, Alvar Fáñez.
ALVAR
FAÑEZ. Que así haga también con vos.
J
No hay comentarios:
Publicar un comentario