La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 14 de septiembre de 2019

MIENTRAS LLOVÍA, por Gloria Acosta



Estaba lloviendo a cántaros. Apreté el paso y cerré el paraguas ya inútil.
Al llegar el agua se colaba bajo la puerta trayendo consigo el lodo que el barranco arrastraba.
—¿La has visto?
—Sí
— No la traigas a casa.
Mi madre puso unos trapos bajo la puerta y no volvió a preguntar por su sobrina.
Mi prima había cambiado. Extremadamente delgada, envejecida y circunspecta conservaba sin embargo la donosa y enigmática  belleza que me seducía e inquietaba  desde que tengo recuerdos de ella. Su regreso era previsible. La muerte apesta a seducción cuando se espera rédito.
—Si mi hermana levantara la cabeza....
Era la frase preferida de mi madre, acostumbrada a vadear entre líneas fronterizas, sin concluir ni rematar, como su vida entera, sabiendo que esas palabras se significaban realmente en ella  puesto que su hermana nunca se habría encarado con su hija. Cuando ocurrió lo que ocurrió la justificó como quien exime las travesuras de la sinrazón juvenil, no hizo preguntas y aceptó resignada la prodición  de mi prima  y más tarde su  naurálgico abandono.
  Ella fue siempre mi preferida, la buscaba en mis  juegos y amparaba en sus interrogantes ojos mis pusilánimes confidencias. Yo siempre temerosa de todo, mimosa y retraída. Ella todo lo contrario. Mi adoración creció con los años y con ella aprendí los entresijos de las palabras conseguidoras, los gestos impostados, los silencios oportunos, todo lo que una mujercita necesitaba para moverse en el insondable mundo de los adultos o en el voluptuoso universo de los chicos. Siempre fue por delante en todo, incluso en el sexo desvelándome algunos misterios con sonrisa socarrona y mirada febril, guardando para sí otros que el tiempo desvelaría.
  Tardó  en superar la muerte de su padre y cuando su madre le presentó a su nueva pareja algo dentro de ella se incendió. Yo lo noté de inmediato porque sus silencios eran para mí un clamor, porque no hacía falta que dijera o explicara, porque bucear en sus ojos era como ver la película en primera fila, porque todo su cuerpo rezumaba un aroma que se me antojó peculiar, sutil, prohibido,
  Así era ella por aquel entonces y así la recordaba yo cuando nos encontramos mientras llovía en el  bar de entonces, cuando el tiempo de las excusas se había consumido en su transcurso y no pedí explicaciones ni ella quiso hablar del tema. Sabía que yo sabía, que su mentira estaba salvaguardada, que no había hecho falta que me lo pidiera porque yo hubiera jurado que era cierto, que yo lo vi, que era él quien la miraba de aquella manera, o lo que fuera con tal de redimirla, porque siempre conseguía lo que quería a cualquier precio. La reina de los entresijos de las palabras y de los gestos impostados, la gran actriz del mundo. Cuando mi tía denunció a su pareja, ella se marchó. A buscar trabajo, dijo. No volvió. Su madre murió queriendo creerla, amándola o tal vez odiándola y yo estuve allí, en impávido silencio.





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