La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

miércoles, 14 de junio de 2017

Enriqueta Lozano: novia de Pedro Antonio de Alarcón y mucho más, por JUÁN RODRÍGUEZ TITOS.




Presentación



Cuando se profundiza en determinados personajes, suelen aparecer datos desconocidos francamente llamativos. Es el caso del escritor y político accitano Pedro Antonio de Alarcón (Guadix, 1833- Madrid, 1891), que no es precisamente ningún desconocido, pero se da el caso de que ninguna de las biografías publicadas –ni siquiera las más amplias y profundas– recogen la relación sentimental que tuvo con la también escritora granadina Enriqueta Lozano. Y no es que fuera algo efímero, ni intrascendente, pero ocurre que la deriva personal de Pedro A. de Alarcón, justo en los años fogosos de juventud, ha propiciado el olvido de sus orígenes sentimentales. Creemos que para tener un conocimiento más veraz del célebre autor de El escándalo es preciso conocer a Enriqueta Lozano. Así, en este artículo, además de comentar dicha relación, esbozaremos una semblanza biográfica de Enriqueta, que es un personaje absolutamente sorprendente.



Enriqueta Lozano



Hay que comenzar diciendo que Enriqueta Lozano fue, en su tiempo, una de las personas más renombradas en su tierra y fuera de ella; una escritora, en efecto, ampliamente reconocida, que gozó de la admiración del pueblo llano y del favor de personas de la más alta alcurnia. Sin ánimo de exhaustividad, diremos a este respecto que fue premiada por la Emperatriz Eugenia, por la Reina Isabel II y por el Rey Alfonso XII; y que fue la escritora española más galardonada en los concursos literarios del siglo XIX. De hecho, en los ámbitos culturales se le llamaba la Safo Granadina (comparándola a la célebre poetisa de Lesbos), y el Ayuntamiento de Granada la nombró “Cronista Oficial de esta Ciudad y su provincia”.



Enriqueta Lozano tiene el mérito de haber sido una de las escasísimas mujeres que se entregaron a la literatura en la España del siglo XIX y, especialmente, el haberlo hecho en una ciudad provinciana como Granada, donde la incomprensión y el rechazo hacia las mujeres intelectuales era la norma; por lo que hay que reconocerle, sin paliativos, una valentía poco común. Pero Enriqueta Lozano tiene, además, el valor añadido de su fecundidad literaria, pues su producción total supera en volumen a la de cualquier otro escritor granadino de su época y se empareja con la de los más fecundos de España en ese mismo tiempo. Asombra, desde luego, la  capacidad de trabajo de esta mujer, puesto que, además de atender su hogar y a su familia (tuvo siete hijos), sacrificó infinitas horas de sueño para escribir a la luz del quinqué miles y miles de cuartillas. Con profusión inusitada cultivó, en efecto, prácticamente todos los géneros literarios al uso, desde la poesía, la novela y el teatro, hasta el ensayo y la epístola, pasando por el cuento, la leyenda, el artículo doctrinal, la biografía y el artículo de costumbres.



Enriqueta Lozano y Velázquez nació el 18 de agosto de 1829, en Granada (en el nº 14 de la calle Darro del Campillo, hoy precisamente llamada Enriqueta Lozano, con todo merecimiento) y fue bautizada al día siguiente en la Iglesia del Sagrario con el nombre de María Enriqueta Josefa Elena de la Santísima Trinidad. Era de una familia media –padre oficial del ejército– en la que se sucedieron las desgracias tempranas, impidiendo que la suya fuera una niñez del todo feliz: la muerte de su madre, cuando tenía seis años, y de la segunda mujer de su padre dos años después, marcaron profundamente a la niña y determinaron una clara influencia en su vida y en su obra (una de sus novelas se titulará Una herencia de llanto).



Buena y amplia formación, primero en el Colegio de Las Dominicas y luego con profesor particular. Desde muy joven escribe y publica poesías: Ensayos Poéticos, El Ramo de Violetas, La Lira Cristiana, Perlas y lágrimas... (llegó a publicar once libros de poesía, que tal vez sean lo mejor de su producción literaria). Con tan sólo dieciocho años escribió su primera obra teatral, una comedia en verso titulada Una actriz por amor. Tan manifiestas fueron sus aptitudes literarias que pronto se incorporó al Liceo Artístico y Literario de Granada –que por entonces iniciaba su andadura– participando activamente en tertulias y conferencias, hasta el punto de que le fue concedido el título de Profesora en Ciencias y Literatura (hay que decir que, curiosamente, el Liceo se inauguró con una comedia en la que Enriqueta Lozano, con quince años, era protagonista). Colaboró en la “Revista Literaria Granadina” y en “Guadalbullón”; en 1854 colaboró también en el prestigioso “El Eco de Occidente”, que dirigía Pedro Antonio de Alarcón, con quien Enriqueta Lozano tuvo, como veremos más abajo, una relación sentimental amorosa, interrumpida, según parece, por la evolución ideológica del escritor accitano.



Ella misma fundó y dirigió dos revistas muy significativas de su época, La Aurora de María y La Madre de Familia, ya en plena madurez profesional (1875), editadas en la imprenta que la propia Enriqueta montó a tal efecto.



La fecundidad literaria de Enriqueta Lozano es apabullante. Prolífica y variada. Produjo y difundió sesenta y seis novelas –la mayoría por entregas– y un centenar de relatos cortos; los cuadernillos de sus novelas Juan, hermano de los pobres (1848), El secreto de una muerta (1860), Lágrimas del corazón (1861), Buena hija y buena esposa (1865), entre otras muchas, eran ansiosamente esperados en infinidad de hogares granadinos y de toda España. Y ella supo abastecer aquella demanda con profusión. Su obra dramática –en verso– es igualmente abundante; cabe citar, aparte de su primer drama, Dios es el Rey de los reyes (1852), La ruina del hogar (1873) y El cáncer social (1876).



Su estilo, ágil y fluido aunque sin demasiados hallazgos literarios, y su temática de un romanticismo rezagado, lacrimógeno y folletinesco –con una cierta orientación social y bastante ingenuidad– mediatizados incluso por sus profundas convicciones católicas, están muy lejos de los gustos actuales. “Enriqueta Lozano de Vilches”, su firma literaria por asunción del apellido del marido, fue todo un fenómeno literario en Granada y en España, pues no podemos olvidar, además de lo hasta aquí dicho, que se le reconoció su mérito otorgándole el Primer Premio nada menos que en veintitrés certámenes nacionales; por algo se le llamaba La Safo Granadina. En 1856 la reina Isabel II le obsequió con un brazalete de brillantes y 6.000 reales por sus versos a la Virgen de las Angustias.



Decía al comienzo que Enriqueta Lozano es algo sorprendente, y ya hemos tenido ocasión –creo– de comprender por qué. Aunque todavía quedan cosas en el tintero; falta decir, por ejemplo, que fue ella quien implantó y difundió, especialmente por la Alpujarra, las representaciones festivas de moros y cristianos; y tantas cosas más… Mujer infatigable. Fue muy admirada en su ciudad (Luis Seco de Lucena la llamó "amor y orgullo de Granada"). Los últimos años de la vida de esta ilustre granadina estuvieron marcados por los apuros económicos; tanto, que se vio obligada a desprenderse de objetos personales, algunos de tan alto valor sentimental para ella como una escribanía que le había regalado el mismísimo rey de España, la cual fue adquirida por el Ayuntamiento de Granada. Tres meses antes de su fallecimiento, la Corporación Local la nombró Cronista de Granada con una pensión de 1.500 pesetas anuales. Su muerte, –acaecida por "tisis caseosa", en su casa de Ancha de la Virgen, 10– el 5 de mayo de 1895, produjo en Granada un enorme sentimiento de tristeza. Enriqueta Lozano está enterrada en el tercer patio del cementerio de San José, señalada por un discreto monumento funerario que costeó el Ayuntamiento granadino.





Relación sentimental de Enriqueta Lozano y Pedro Antonio de Alarcón



El año 1853, en la etapa más dulce de la vida de Enriqueta Lozano, al reconocimiento de sus paisanos, que culmina en el encargo por parte del Ayuntamiento de Granada de hacer el texto de presentación de las Fiestas del Corpus –la primera mujer en la historia que tiene tal honor–, se añade el ser agasajada nada menos que por la Emperatriz Eugenia, esposa del Emperador de Francia Napoleón III, en agradecimiento por una poesía que le había compuesto. En ese punto –con veinticuatro años, reconocida escritora, prestigiosa, cuya fama traspasa claramente el ámbito granadino–, entra de lleno en la vida de la joven Enriqueta el accitano Pedro Antonio de Alarcón, a la sazón un muchacho de 20 años, inquieto como pocos, que, tras abandonar la carrera eclesiástica y pasar por Cádiz y Madrid, está en Granada dirigiendo el semanario El Eco de Occidente y es miembro destacado de la famosa “Cuerda”.



Enriqueta conoce a Pedro Antonio en la Sociedad Económica de Amigos del País, de Granada, en septiembre de 1853. Desde el primer momento se sienten mutuamente atraídos. Son dos jóvenes románticos (educados en el momento cumbre del movimiento romántico en España) que se mueven en el mismo ambiente cultural granadino. Ambos tienen una pasión desmesurada por el fascinante mundo de la creación literaria. Ella es, excepcionalmente, una mujer triunfadora en el mundillo intelectual; él está dispuesto a comerse el mundo. De la inicial amistad pasan, en cuestión de semanas, a un trato más íntimo. Se encuentran con asiduidad. Enriqueta publica en la revista que él dirige (entre otras cosas, su primera novela, Cecilia). Se van conociendo y la relación marcha por buen camino...; pero hay algo que dificulta su fluidez. Precisamente no formalizan el noviazgo porque hay entre ellos ciertas diferencias. Inevitablemente ella va destapando su tendencia tradicionalista y religiosa, mientras que él va radicalizando sus posturas revolucionarias y anticlericales. Y todo esto, justo en el momento en que la situación política nacional está que arde con los constantes enfrentamientos entre moderados y progresistas.



Cuando llega a Granada la noticia del triunfante pronunciamiento de Vicálvaro (junio de 1854), el fogoso Alarcón se pone al frente del movimiento insurreccional en la capital granadina: distribuye armas al pueblo, ocupa el Ayuntamiento, invade Capitanía y funda un periódico para hostilizar al clero y al ejército.



Con todo –pensamos– las cuestiones políticas no habrían supuesto un obstáculo imposible de vencer para la joven pareja ilusionada, de no haberse sumado a ellas un enfrentamiento en el terreno religioso, con posturas muy drásticas por ambas partes. El que hasta hace poco tiempo fuera seminarista es ahora un escéptico militante, combativo incluso; en tanto que la fervorosa muchacha se mantiene en su profunda fe cristiana. Tienen por este hecho sus más y sus menos; a veces, incluso, auténticas discusiones ante terceras personas. La pareja comienza a sufrir un ostensible distanciamiento. Hasta que, en uno de esos desencuentros, se rompió definitivamente el hilo que comunicaba sus corazones. Efectivamente la relación quedó malherida, inviable en el terreno sentimental y difícil en el puramente amistoso; sin embargo, hay que decir que aunque algunos han pretendido una ruptura total de ambos, no es cierto, pues no cortaron completamente la comunicación, de forma que –sobre todo cuando ya Alarcón entró en la etapa más sosegada de su vida– se trataron, con más o menos cordialidad, como paisanos y como colegas.  





DOCUMENTACIÓN.-

·         Ángel del Arco y Molinero, "Enriqueta Lozano de Vilches", en Siluetas granadinas, Granada, 1892.

·         Francisco L. Hidalgo, Enriqueta Lozano, su vida, sus obras, espíritu que las informa y su influencia en el ambiente de su tiempo, Granada, 1925.

·                              A. Gallego Morell, Sesenta escritores granadinos con sus partidas de bautismo, pág. 81-82.

Oscuro parentesco, por EDUARDO MORENO ALARCÓN.

Ilustración de Ismael Canales


Acto Primero
           
            (Es noche cerrada, sin luna. Una tierra yerma. Muerte camina solitaria por los páramos limítrofes al Reino de Eros. Embozada, se apoya en la guadaña al caminar. Sopla el viento. A ráfagas. Se oye el graznido de los cuervos, primero lejano; luego más cerca. Dos sombras misteriosas revolotean tras el paso de Muerte. Parecen seguirla como una estela fúnebre. De pronto, ésta divisa una figura aovillada al pie de un árbol. A su espalda, se escucha un aleteo. Las sombras se escabullen y se aquietan, fundidas con la noche. Muerte se aproxima a la figura y la despierta.)

MUERTE
     ¡Envidia!

ENVIDIA (Sorprendida.)
     ¡Mi Señora! ¡Qué hacéis vos en los confines de este Reino!

MUERTE
     A Eros me dirijo. ¿Puedes guiarme a sus entrañas?

ENVIDIA
     ¿A Eros? Lo haré con gusto, mi Señora. Mas sólo hasta la entrada.

MUERTE
     ¿Acaso tienes miedo, vieja amiga?

ENVIDIA (Sonríe con desdén. Hay rencor en el tono de sus palabras.)
     Vuestra hermana me expulsó de sus dominios hace tiempo. No soy grata. Su poder me impide entrar.

MUERTE
     ¿Y cómo he de pasar, si ese poder también me afecta?

ENVIDIA (Ríe. Sus carcajadas son sombrías. Luego escupe con un gesto de desprecio en su mirada.)
      ¡Fingíos vuestra hermana y todo irá como la seda!
(Las dos avanzan en silencio. Vuelven las sombras. Ulula un búho. Llegan a las puertas del Reino de Eros. Bajo la puerta hay un anciano. Da la impresión de llevar una eternidad en ese umbral. Evoca una piedra más. Viste una túnica raída y aferra un cetro con sus manos sarmentosas.)

MUERTE (Pregunta al oído de su guía.)
     ¿Quién es?

ENVIDIA (Contesta en susurros.)
     Es Argos, el guardián del Reino. Aunque sabio, los años lo han vuelto confiado. Picará el anzuelo, no temáis.
(Muerte se quita la capucha y se dirige hacia la puerta.)

ARGOS
     ¿Quién va?

MUERTE (Con voz meliflua.)
     Soy yo, Argos.

ARGOS (La mira con extrañeza.)
     ¡Mi señora! ¿Qué os trae tan lejos de palacio?

MUERTE
     Me aseguro de que todo sigue en orden, fiel guardián. (ENVIDIA sofoca la risa. Tornan las sombras, vuelve a escucharse su aleteo.)

ARGOS (Con un gesto de estremecimiento.)
     Umm… Soy muy viejo, y acaso la vista me engaña. Os extraño, señora… El viento es frío, he visto sombras, nubes negras, malos augurios…

MUERTE
     ¡Basta, Argos! ¡La muerte no existe en Eros! ¡No hay nada que temer!

ARGOS (Sumiso como un perro.)
     Disculpad, mi Señora. No soy el que era… Estoy cansando… Pasad, pasad sin dilación.
(Muerte cruza el umbral del Reino. Lanza una mirada cómplice a ENVIDIA. ARGOS queda solo, cavilando. Las sombras lo rodean.)

ARGOS
     No comprendo… es ella y no es ella… ¡Pobre viejo! ¡Ya no puedo confiar en mis sentidos! Vigía de la nada, me consumo en el hastío… (Mira a los lados, sobresaltado. Con pavor creciente.) ¡Está aquí, en el Reino! ¡La sombra ha regresado! (Oscuridad y grito. ARGOS cae al suelo.)



Acto Segundo

(Acrópolis del Reino de Eros. Vida, acodada sobre un elegante pretil, contempla la belleza de los bosques, cuyos tonos dorados advierten la llegada del otoño. Ruido de una puerta al abrirse. Pasos. Aparece Muerte. Las dos se miran.)

VIDA
     ¿Qué haces aquí?

MUERTE (Sonríe.)
     Ya lo sabes, hermana, allá donde tú vayas, estoy condenada a seguirte.

VIDA (Se incorpora con desagrado.)
     ¿Acaso no tienes bastante? ¿Tal es tu sed que no te basta el resto del Mundo? Dejé que sembraras guerras, pestes, ciclones, ¿qué más quieres? ¡Este es mi Reino! ¡Tu guadaña ruginosa no hará mella en mis criaturas! ¡Aléjate de aquí!

MUERTE
     ¡Eso no es justo! ¿Por qué me haces parecer siempre como una maldición? ¿Es que no formo parte del ciclo natural? ¡No soy peor que tú! He venido porque necesito tu ayuda.

VIDA (Sonriendo con ironía.)
     ¿Ayudarte a ti? ¿Me tomas por imbécil?

MUERTE
     ¿Es posible que aún no hayas comprendido? Soy yo quien da sentido a tu existencia. Yo, quien lleva a la humanidad a cometer las mayores locuras. Por mí, todos los seres se alimentan. Sin mí, la intensidad se apaga como una vela expuesta al viento. ¿De dónde crees que brotó el instinto de supervivencia? Mira a tus fofos súbditos, ¿hasta cuándo soportarán semejante tedio?

VIDA (Furibunda.)
     ¡Basta! ¡Ya he oído antes ese discurso! ¿Por qué no reparaste en esas madres que lloraban sin consuelo? ¿Acaso has visto la mirada de una viuda destrozada? ¿Dirigiste una ojeada a esos hombres consumidos por tu huella? Tu palabrería suena vacua, hermana. Lo que yo ofrezco es algo hermoso, digno de ser plasmado por artistas. En cambio tú, ¿qué? Qué sino un mísero cadáver, y luego, la NADA.  

MUERTE
     Una paz eterna, más bien. (Breve pausa. Reflexiva.) Tarde o temprano tus marionetas rezarán para que vuelva a visitarlas. ¿Acaso podrán vivir conforme a tus reglas de igualdad? ¡Qué ingenua eres, hermana! Bien sabes que la tregua se romperá pronto. Los corazones humanos anhelan siempre aquello que está lejos de su alcance. ¿Qué has hecho con ENVIDIA?

VIDA (Seria.)
     Esa taimada no ha de entrar en mis dominios.

MUERTE
     ¡Pero alteras el orden natural! ¡Es una comedia ridícula! ¿No te das cuenta?

VIDA
     ¡Si no fuera por mis desvelos, nada valdría la pena! Me ha costado mucho hallar un lugar donde el espíritu sea verdaderamente libre.

MUERTE
     ¿Libre, dices? ¿Amputando las pasiones naturales? ¡Tus seres están cercenados! ¿Qué clase de realidad quieres mostrar?

VIDA (Dándole la espalda.)
     Aquella que vosotras habéis arruinado con vuestra hipocresía. Dime, ¿acaso la pureza es un crimen?

MUERTE
     ¿Me acusas de hipócrita? Yo jamás hago excepciones; soy la misma para todos. No distingo condición. En cambio tú, ¡cuán enormes diferencias concedes! Y es a mí a quien todos temen, a quien pintan como cruel.

VIDA (Suspira, hastiada.)
     Veo que sigues tan ciega como siempre. No valoras mi lucha denodada, ímproba. Pero ¿qué sabrás tú del esfuerzo? ¡Es tan fácil tu tarea!

MUERTE
     Te equivocas. Yo no te juzgo, pero tú me condenas.

VIDA (Sarcástica.)
     ¿Y por eso has utilizado a MENTIRA para entrar en mi palacio? ¿Llamas a eso nobleza? ¡Qué patética!

MUERTE (Burlona.)
     Tus guardias me confundieron contigo… Reconozco que, a veces, uso ese truco. Después de todo no somos tan distintas.

VIDA (Enérgica.)
     ¡Ya es suficiente! ¡Me trae sin cuidado lo que hagas fuera! Esta es mi casa, estas mis tierras… (Señalando en derredor.) ¡Todo lo que ves son mis dominios! ¡Vete a sermonear a otra parte! Aquí no hay sitio para ti.

MUERTE (Con tono grave.)
     No puedo marcharme. Mi trabajo ha terminado por ahora. Nadie vive ya lejos de aquí. Te pido que me des cobijo por un tiempo. Aquí tienes mi arma. De sobra sabes que en tu Reino no sirve, pues carece de poder. Mas, si lo tuviera, jamás lo emplearía contra ti. No aquí. Aunque no lo creas, te respeto. Es sólo que no comparto esta farsa. Sólo un tiempo. Después me iré si lo deseas… Si dejas que me lleve a una pareja, permitiré que la humanidad se extienda de nuevo. Crecerán y llenarán la Tierra otra vez.

VIDA (Asombrada.)
     ¿Qué veneno escupes? ¿Cómo has podido cometer semejante atrocidad? ¡Un mundo vacío! ¡Emponzoñas el aire que respiro! ¿Cómo podría confiar en ti después de un acto tan horrible?

MUERTE (Cabizbaja. Con tono sumiso.)
     Ahora soy tu sierva. Tienes mi guadaña. De ti depende que las cosas vuelvan a ser como antes. Cuando me haya ido, no volverás a verme. Te lo juro. Sólo te pido que lo medites.

VIDA (Caminando hacia la puerta. Dubitativa. Desconcertada.)
     Está bien. ¡Guardias! ¡Llevaos a esta dama al aposento subterráneo!
(Susurrando al oído de su hermana.)
     Déjame sola, necesito pensar. Esta noche sabrás mi decisión.

MUERTE
     Como quieras. Mi suerte está en tus manos.




Acto Tercero

(Una alcoba majestuosa. VIDA está sumida en hondas reflexiones. De pronto se oyen cascos de caballos que se acercan velozmente. VIDA se aproxima al ventanal.)

VIDA
     ¿Quién va?

TEMPLANZA (Ataviada con armadura. De su cinto cuelga una espada reluciente. Habla, circunspecta.)
     Soy Templanza, mi señora. Necesito hablar con vos.

VIDA
     Aguarda un momento, he de vestirme.

(Las dos se encuentran en el jardín. Conversan mientras recorren una senda flanqueada por cipreses.)

VIDA
     ¿A qué viene tal urgencia? ¿Qué nuevas traes?

TEMPLANZA (Muy agitada.)
     ¡Ay, mi Señora! ¡Algo horrible ha sucedido! Veréis: tras un largo camino, volvía a la ciudad cruzando el Valle del Sosiego; sedienta, hice un alto en la vaguada con el fin de beber agua. Hundí mis manos en las aguas gélidas del río, y, de pronto, prendido entre el ramaje que mecía la corriente, vi el cuerpo de un hombre flotando boca abajo. Con el corazón en un puño, me abrí paso a través del sotobosque. Al fin llegué a su altura. Sólo el cauce se mecía. El infeliz estaba quieto como piedra. Me lancé al agua en pos del hombre. Entonces vi la cuerda que anudaba su cintura. Liberé el cadáver, y luego lo arrastré penosamente hasta la orilla. Allí quedó tendido, inmóvil sobre un lecho de lavanda.

VIDA (Palidece y tiembla.)
     ¿Qué? ¡Pero eso es imposible! ¡Ningún ser puede hallar la muerte en Eros! ¡La guadaña de mi hermana está en mis manos!     

TEMPLANZA (Sombría.)
     Señora, tú misma podrás verlo con tus ojos si te dignas a seguirme.

VIDA (Taciturna, habla para sí. Su mirada se pierde en un punto indefinido)
     ¡Qué sombra funesta ciega la luz de mi Reino! ¡Qué aciaga zozobra ha corrompido sus entrañas…!

(Irrumpe el trote presuroso de un caballo. El jinete aparece en la senda, frente a las dos mujeres. La recién llegada sujeta las riendas. Su pulso tiembla.)

PRUDENCIA (Horrorizada.)
     ¡Señora mía, un veneno ponzoñoso yace oculto en el corazón del Reino! ¡El Bosque de la Calma está maldito!

VIDA (Con espanto en su mirada.)
     ¡Baja del corcel y explícate!

PRUDENCIA (Desciende. Apersoga el caballo a un tronco y se acerca a las otras dos mujeres. Mira hacia ambos lados con temor.)
     Acudía a las fronteras, pues debía entrevistarme con JUSTICIA. A mi regreso, sufrí una terrible caída, justo al borde del Río Dulce. Mi yegua quedó maltrecha y tomé prestado este alazán. Con tanta demora, llegué al bosque cuando moría la luz. Me adentré un poco más. Frente a mí, tendidas a los pies de un roble añoso, divisé cuatro figuras: dos hombres y dos mujeres. Parecían descansar. Bajé de la montura y me acerqué sin hacer ruido. Entonces, sobre la hojarasca, chispeó la hoja ensangrentada de una espada. ¡Estaban todos muertos! ¡Degolladas las gargantas por su filo!

VIDA (Cae de rodillas. Se cubre el rostro con las manos. Solloza.)
    ¡¡No!!


Acto Cuarto

(VIDA, sentada en su trono. Cavila, impaciente y angustiada. La tropa de escoltas aguarda en formación esperando su orden.)

VIDA
    ¡Traedme a esa mezquina de inmediato!

(Al poco aparece Muerte, flanqueada por la guardia de Eros. Recorren la estancia. Muerte se adelanta varios pasos.)

MUERTE (Con tono indiferente.)
     Tu estancia subterránea no es del todo placentera… (Ahora seria.) Y bien, hermana, ¿cuál es tu decisión?

VIDA (Estalla, con odio.)
     ¡Traidora! ¡Criminal! ¿Te atreves a hablar así después de tu infamia? Debí suponer que nada bueno traerías. ¡Qué ceguera imperdonable! ¿Cómo pude permitir que me engañaras otra vez?

MUERTE (Extrañada.)
     Pero ¿a qué viene tanta ira? ¿Acaso no tienes mi guadaña? He cumplido tu deseo y, paciente, he aguardado tu sentencia. ¿Puedo saber de qué me acusas?

VIDA (Rabiosa.)
     ¿Hasta cuándo seguirás mofándote? ¡De tu lengua viperina sólo espero la peor de las insidias! ¡Guardias, llevaos a esta víbora asesina! ¡Pagarás eternamente sin criaturas que matar!

MUERTE (Prendida por la escolta.)
     ¡Aguarda! ¿Qué clase de Justicia es esta? Si ese es tu castigo, asumiré mi pena; pero antes ¡¡exijo saber por qué se me condena!!

VIDA (Más fría.)
     Conozco tus artes, hermana. Has obrado con astucia, como siempre. Tuya es la victoria; tuyo el frío aliento que ahora cubre las praderas de mi Reino.

MUERTE (Sorprendida.)
     ¿Me estás diciendo que uno de tus seres ha muerto?

VIDA
     ¡Depón ya la comedia! ¡Esta ha sido tu última función! ¡Lleváosla y arrojadla a la mazmorra más profunda!

MUERTE (Piensa en voz alta mientras es arrastrada.)
     ¿Pero cómo evitaron su destino? ¡Nadie puede escapar a mis designios!
(Dirigiéndose a su hermana con congoja)
     ¿No lo ves? ¡Aquí carezco de poder! ¿Cómo explicas esa muerte? ¡Responde!

(La guardia lleva presa a Muerte. Salen del palacio. Vida queda sola. Sale al jardín.)

VIDA (Meditando en voz alta.)
     La brisa nocturna me hará bien. Quizá el tiempo diluya esta desgracia. Es preciso olvidar…
(De pronto, VIDA grita aterrada. De un árbol pende el cuerpo inerte de un hombre. Una soga rodea su cuello quebrado.)

VIDA (Atormentada, se arranca los cabellos mientras chilla.)
     ¿Qué clase de horror invade mi universo? ¿Qué siniestro maleficio corrompe nuestra paz?
(Oye pisadas tras de sí. A su espalda, una figura embozada se aproxima.)

VIDA (Gruñendo.)
     ¿Quién eres? ¿Qué quieres?

DESCONOCIDO (Su tono es frío, sereno.)
     He venido a verte.

VIDA (Agitada. Al borde de las lágrimas.)
     ¿Por qué incumples la Ley? Sabes que los hombres no podéis estar aquí. Es tarde. Deberías irte a casa, un terrible espanto anega el Reino.

DESCONOCIDO
     ¿Puedo hacerte, siquiera, una pregunta?

VIDA (Fríamente.)
     Hazla y márchate.

DESCONOCIDO
     Si impides al hombre tu trato, ¿cómo puedes gobernarlo? ¿Conoces lo que alberga en el fondo de su alma?

VIDA (Sorprendida.)
     ¿Cómo ignoraría una madre lo que sienten sus criaturas?

DESCONOCIDO
     Callando su voz.

VIDA (Irritada.)
     ¡Ingrato! ¿Qué sabes tú del sufrimiento? ¡Hace eones que os escucho respirar! ¿Cuánto tiempo suplicasteis mi alimento? Mil veces vi la ruina aletear sobre vosotros, ¿y quién reía en la sombra?, la misma que ahora siembra la zozobra sobre Eros. ¡Mira! (Señalando el cadáver suspendido.) ¡Ahí tienes su rastro inconfundible! ¡Ahora vete! ¡Este lugar ya no es seguro para vosotros!

DESCONOCIDO
     Entonces, nada he de temer, pues yo no soy un hombre.

VIDA (Sombría.)
     No estoy de humor para acertijos. ¡Aléjate o haré que te castiguen!
DESCONOCIDO
     ¿Castigarme? (Lanza una risa sofocada, sin rastro de alegría.) Ya lo hiciste tiempo atrás. Tu repudio y tu desprecio han sido siempre mi condena. Algo sé del sufrimiento, sí… Muchos me hablan, me invocan con la voz entrecortada. (Vida lo mira con asombro, altiva y alarmada a un mismo tiempo.)

VIDA (Desafiante.)
     ¡Qué broma es esta! ¿A qué juegas?

DESCONOCIDO (Firme.)
     No malgastes tu ira, reina de Eros. No merece la pena. Ya no. ¿Tan ciega estás que has olvidado tu semilla? ¿La simiente que enterraste? ¿La que niegas desde siempre?

VIDA (Desconcertada, iracunda.)
     ¿Quién eres?

DESCONOCIDO (Se quita lentamente la capucha.)
     ¿No me reconoces? Soy tu hijo, SUICIDIO.