Me quedé sin palabras
al comienzo de esta
incontinencia, que desata
las mieles en un jardín
maltrecho de espinas.
Me quedé a la deriva de este sabor
incierto, con el membrillo adosado
a la duermevela,
la fragancia de una orquídea desteñida,
el súbito aliño de una raíz sin tierra.
Las palabras sucumbieron al
desierto
que opera debajo de los labios.
La lengua que crece como puñales lascivos.
La odisea de un submarino naufragando en los
Yo sin saberlo, soy dueña del cántaro partido.
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