Romerilla se está bañando. En esta ocasión no pudo resistir la tentación y sucumbió a cumplir su deseo más oculto: Convertirse en ninfa, ondina o sirena… nunca logré saber, exactamente, a qué se refería en la placidez de sus sueños, cuando echada a su lado, disfrutaba de la paz de su profundo y relajado resuello mientras ella dormía.
Aparece feliz, entre las aguas:
Se sabe amada. Es por ello que aparece expandida, en toda su plenitud de
colores, su aura de ángel por sobre toda la brisa del bosque y se permite
libremente jugar entre las ramas y retozar en las flores.
No fue siempre así: Cuando nos
encontramos, ella andaba encogida de miedo y tristeza, sumida en la indiferente
polución del asfalto y el tráfico, en el ingrato olvido y en el desdén del
abandono. Pero bastaron unas cuantas semanas, unos besos en las benditas
almohadillas de sus errantes patas, unos susurros suaves en sus orejotas, algún
juego simple e ingenuo de quienes compartimos con ella su nueva vida y alguna
canción en la mañana… El resto, la bendición sobre días, meses y años que
estuvimos a su lado, eso, todo eso, lo puso ella.
Ahora, hace ya algún tiempo que
nos envuelve en la tierna tibieza de sus colores sólo con su aura de ángel.
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