Irrita bastante perder un libro.
Siempre es por
culpa nuestra.
Porque acaso
los libros, ¿andan solos?
Si donde lo
extraviamos fue en la calle,
consuela pensar
que lo leerá
alguien.
Pero cuando no
logras
encontrarlo en
tu propia casa,
el grado de ofuscación
puede alcanzar
un tinte cuasi dramático:
revuelves la
casa entera,
de los despistes
propios culpas a otros.
Y del libro,
nada, se esfumó, ni rastro.
Cuando te
rindes
y has dado por
perdida la batalla:
agazapado en
los pliegues del sillón,
emerge su lomo
grisáceo.
Estaba allí tu
libro,
donde lo
habías dejado.. esperando.
Tú, que tantas
cosas has perdido
dejándolas
pasar,
cuando las
tenías delante.
28-1 2014
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