Del poemario “Fuego de invierno”
Puesta a desear absurdos, elijo el mayor. Aun sabiendo que todo pasa, que nada queda, como las naves, como las nubes, como las sombras.
Le ocurrió a mi abuelo, quiso ver a la amada veinte años después de muerta, convencido de que algo quedaría de su belleza: Un montón de polvo, una cabellera seca, huesos en desorden, como de insomnio en la tumba.
Era de esperar, y sin embargo no lo esperaba. Desde entonces hizo del adiós promesa y de la nada su futuro.
No soy mi abuelo, tampoco soy Kempis. Bendigo la piedad de las cenizas.
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