Siempre me he preguntado por qué los sistemas que
nos gobiernan actúan in extremis ante
los problemas que nos acucian desde hace décadas, incluso centurias… ¿Por qué
nos bombardean con la publicidad, animándonos a entrar en este bucle de consumo
desenfrenado y ciego que ha puesto en peligro el equilibrio del planeta, y
hasta nuestra propia supervivencia? ¿Qué intereses defienden? ¿Qué catástrofes
han de ocurrir para que la humanidad reaccione ante este proyecto de suicidio
colectivo?
Jamás se nos dará una respuesta completamente veraz,
por más que la busquemos en la maraña de explosión informativa. Ni siquiera a
aquellos que trabajamos a diario con una materia tan adulterable como es la
información. En el mejor de los casos, se nos tachará de coquetear con las
teorías de la conspiración, se nos clausurarán programas, se nos cerrarán
canales…, cualquier cosa menos dejar que un atisbo de duda penetre en la
opinión pública. Los hay que son tachados de delincuentes por escarbar en las
pocilgas de los poderes fácticos.
Desde hace semanas, el aire no huele igual, la
contaminación parece haberse esfumado de un plumazo. Realmente no huele a nada,
tampoco huele a café, como otras veces, al pasar junto a la cafetería de la
esquina, ni a tierra mojada cuando llueve...
Lo comento con los compañeros de la oficina, pero me
miran como si fuera un bicho raro. Me dicen: tío ¿No te estarás obsesionando
demasiado con el medio ambiente? ¿O es que se te ha subido a la cabeza el éxito
con el artículo que te han publicado en la revista VERDES IRREDUCTIBLES? ¡háztelo
mirar!
La respuesta de estos envidiosos no me extrañó,
aunque confieso que me tuvo toda la tarde pensando si no tendrían algo de
razón. Pero uno no puede negar la evidencia, aunque tal evidencia fuera síntoma
de que se me estuviera yendo la olla. Aquí está pasando algo raro…, ni siquiera
cuando duermo tengo sueños. Al terminar la jornada me tiendo en el sofá y me
parece estar flotando en una nube, nunca me había resultado tan cómodo este
mueble que antes me parecía un verdadero instrumento de tortura. Lo mismo me
ocurre con el colchón, aunque tenga dos muelles rotos ya ni siquiera se me
clavan en la espalda, cuando caigo en la cama es como si me desconectaran con
un interruptor.
No sé qué es lo que estarán pergeñando los cabrones
estos de la CIA o de cualesquier otros centros nacionales de inteligencia…
Bueno, me voy a dormir. CLIC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario