Un estilete en la mano, apunta a
la cuadrícula
de un papel qué para estar vivo
sobre la hoja
la palabra es crucifijo, y los
dedos, el lápiz
suave y fino. De tanto en tanto,
la memoria es de pez
dentro de la redondez del cristal
el verso está por venir.
Puede flotar entre fantasmas o
ser su propia respuesta.
Dejar sin fin lo posible,
alcanzar la voz, ser una palabra
entre temores o magia. La razón
no renunciará a latir
las veinticuatro horas del día,
espejo gastada en historias.
Es tarde, la lluvia arrecia,
parlotea y llora sobre el césped.
Voy trenzando el verso,
apuntalando cada gesto, cada yo.
Marcados por la rutina del reloj, soy la
posible nostalgia
de la meta de mi voz, temor a la
palabra que comparto.
O al silencio en las entrañas de
un dios de cuentos y dudas.
El agua del sueño cierra los
ojos, olvido el alba, soy mujer.
Palabras en mi nombre, se
apresuran a ser compartidas, son tuyas.
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