Allá se quedó en El Puerto
una arboleda densa,
perdida
como la de Alberti
solitaria
como nunca,
merenderos
de vetusta madera
invitaban
a estrenar la nevera,
dos latas de cerveza
y un cartucho de pipas,
la visitaba a veces
los veranos calientes
cobijándome entre su sombra espesa
y en el aire que corría entre las ramas,
sobre la tierra de su colina me sentaba,
al fresco en la arboleda
y en la paz de mis libros
hilaba
las lecturas del incipiente olvido,
la soledad que implacable tejía
a la luz mortecina, ya a oscuras
mi arboleda perdida.
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