La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 14 de enero de 2019

LA DESPEDIDA, por Myryam Torres Villar



Era solo un punto en la lejanía. Mi madre miró cómo se hacía cada vez más pequeño y con la voz quebrada dijo: “Ahí se va mi niña.”
Esta mañana lo he vuelto a recordar, entre el madrugón y las maletas medio arrebatadas. (Que no, que en el bolso de mano me las quitan seguro, mamá. Las albóndigas no me caben.)
La puerta de llegadas del aeropuerto siempre está a punto de estallar. Es una emoción contenida que se rompe un poco cada vez que se abre la puerta; unos abuelos abrazan a su nieta mientras la hija les reprocha: ¡Qué yo también he venido, eh!, y una niña pequeña que alarga los brazos se desgañita en interminables “mamá”. Apenas hay espacio entre el dentro y el fuera, como si se tratara de un aquí y un ahora sin tiempo. En las salidas, sin embargo, nos separamos demasiado pronto. Mi hermana nos mira, de lejos, y nos hace un gesto para que no la esperemos.
Las primeras navidades que estuvo allí no le dieron vacaciones, así que fuimos a pasarlas con ella. Ese año no hubo marisco, pero mi madre se las apañó para hacer el caldo de mi abuela y la luz del hogar viajó hasta París. Nunca se lo hemos dicho, pero la vuelta fue demasiado dura aquella vez. En el taxi que nos llevaba al Charles de Gaulle, mi padre lloró, y fue la primera vez que mi madre los maldijo. La maldición le salió muy de dentro y la pronuncia, con rabia, cada vez que escucha sus excusas o sus promesas en campaña electoral, y con amargura cuando nos damos cuenta de que el aquí y el ahora sin tiempo es solo una ilusión. 
- ¿Sabes, mamá, anoche me contó que el pasado fin de curso un alumno fue a buscarla para despedirse de ella? La escuché feliz. ¿Por qué no nos contará más lo bueno que le pasa?
Mi madre se ha levantado, me ha mirado con voz temblorosa y, como si lo arrastrara de lo hondo de la tierra, ha gritado: “¡Malnacidos! Ya sabes que no quiero decirlo, pero no tienen otro calificativo. ¡Malditos sean!” Y ha roto a llorar. Como el día que vio al avión alejarse en un punto lejano, como cada vez que la despedimos en el aeropuerto.


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