Era
solo un punto en la lejanía...un desdoblamiento de mi “yo”, visión más allá de
las pupilas del espejo, de las desgastadas formas de los capiteles, del corazón
de miel del jazmín. Un espacio abovedado, grácil y uterino. Alegoría onírica,
del anaquel que expresaba los primeros gestos del incunable, nanas de fuego
mecían la quietud lacerada de mis instantes. El ala y la huella convergieron,
como la cara y la cruz en una medalla de plata. Dios me otorgó la gracias de
nacer de tus entrañas, educaste mi claroscuro, y juntos seguiremos haciendo
camino, reencontrándonos, en la espiral que guardan las rosas entre sus
pétalos, seremos tierra y raíz, ecos, eternamente germinados por la luz de
nuestras improntas. Brisas espirituales de mañanas de incienso, y atardecida de
paz y creencia para nuestros cuerpos.
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