La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),
lunes, 22 de diciembre de 2025
AHORATELEO, revista literaria. Número 14. diciembre de 2025.
Entrevista a Jesús F. Creagh, autor de "La undécima plaga"
Entrevista a Perfecto Herrera Ramos, autor de "Días sin pájaros"
Háblanos
un poco de ti.
Nacido
en Berja (Almería) el 6 de junio de 1956, viví en Granada entre 1970 a 1982,
donde cursé la licenciatura de Derecho. Fue en esta ciudad donde se acrecentó
mi afición a la literatura, fundamentalmente a partir de mi experiencia en el
Teatro Independiente, donde componíamos los textos que luego representábamos.
La gente que llegué a conocer conformó mis gustos y mis aficiones literarias. Sigo
frecuentando Granada de forma regular.
Por cuestiones de trabajo (he sido Funcionario de Habilitación Nacional
en Administración Local) me vi de nuevo en Almería, donde actualmente vivo. Es
en esta provincia donde empiezo a publicar, primero, en un blog literario, y
luego en diferentes editoriales.
Miembro del Instituto de Estudios Almerienses en el Departamento de
Arte y Literatura, actualmente promuevo los Velorios Poéticos de Almería con el
colectivo Poetas del Sur Almeria.
Aunque he ganado algunos premios literarios, pronto dejé de concurrir a
ellos por diversas razones que no vienen al caso. No obstante, en alguna
ocasión, siempre que el premio a conseguir no fuese pecuniario, he concurrido a
alguno. Como ejemplo, en el año 2015 fui el ganador del Concurso de poesía
convocado por ALCER, más tarde, he fui finalista con el poemario Los Esteros de
las mareas, en la tercera edición del Premio Internacional «Francisco de
Aldana» de Poesía en Lengua Castellana, convocado desde Nápoles por el Circolo
Letterario Napoletano 2018 y finalista en el IV Premio Internacional de Poesía
Ateneo Mercantil de Valencia 2020 con el poemario Días sin pájaros.
Ahora prefiero participar siendo miembro de los tribunales de algunos concursos
literarios. Es más entretenido.
¿Qué
podemos encontrar entre las páginas de Días sin pájaros?
En Días sin pájaros encontraremos, sin duda, un tema que
traspasa casi todas sus páginas; un tema poco usual en la poesía como tema
central, que es el dolor.
Para hablar del dolor,
quizás no sea la poesía la mejor herramienta; ni siquiera la écfrasis, como
descripción literaria, pueda ayudar para describirlo.
Si la poesía se usa, debiera dejar constancia de su silencio, de su
sonido, de la pena que arruga la palabra y la hace ir a su aparente negación.
También de la amarga realidad que transita el alma en la intemperie. En cada
poema se debiera despertar el lenguaje abruptamente, despojarlo de la atadura
que trae la convención, llevarlo a otro lugar del juicio y desprenderlo del
papel para hacerlo piel, cuerpo, sangre, carne abierta y agredida; olor,
caricia en el secreto puro de la noche y el misterio; ceniza, polvo en el aire
infausto del fracaso. Solo así la poesía encuentra casa en el cuerpo, en la
palabra, en el sonido de esa palabra que trae viento de otra afrenta e impulsa
la propia para continuar desbordándose entera en la mudanza que lo hace ir
hacia la desesperada realidad del horror.
Quizás, el poeta que sufre el dolor en carne propia, debiera olvidarse
de la poesía, pero no puede escapar de un anhelo permanente: hacer que la
palabra encuentre refugio provisorio en el poema, colmándolo de dolor, de
sangre, de recuerdo. Mitigando en él aquello que no podemos olvidar. Sembrando
en él aquello que no debemos desconocer. Y ofrecer un modo de trascenderlo,
buscando en el poema sonoridad para la idea, eco en la palabra para decir
poesía, para decir lenguaje, para desentrañar con fuerza vital el dolor de la
pérdida, el dolor de la afrenta, la fatiga de la distancia y el horror de la
muerte. Pero también, la luz, la “Inverosímil
luz en la tinta sombría,/tinta que vislumbramos, sobre el papel, impura,/sobre
caligrafía de ave de medianoche,/insomne, enfebrecida, indefinible luz.”
En Días sin pájaros se ahonda el
misterio que trasciende en la escritura poética cuando se vulnera el cuerpo, la
memoria, la vida. Cuando la palabra se hace jirones y despide sus múltiples
formas en la escritura. El poema dejó de ser comunicación para volverse
contacto desde el lenguaje con la piel, con el recuerdo, con las palabras
enfurecidas.
Así, el poeta no rompe su destino entre
las palabras; muy al contrario, lo lleva a otra forma, quizás más cercana, más
dolorosa, menos vacía, y permite que su poema viaje al lector golpeándolo en la
cara, haciéndolo partícipe de la amargura, con límpida voluntad, con ímpetu,
pero también con la angustia del desamparo, del arriesgado círculo de la lucha,
de la imposible victoria sin la sangre, del secreto compartido en la disputa: toda
una realidad sonora llena de horror y de miseria. El poema recibe esa amargura
y la protege al volverla transparente en el lenguaje, al hacerla dolor en la
música que lo vigila.
Sólo una enseñanza debiera desprenderse de esa experiencia
humana que es el dolor: Mientras dure la luz no habrá descanso,/ no habrá
descanso mientras haya vida.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este
libro?
Creo
que reside fundamentalmente en la intensidad con que se explora el dolor
existencial y la búsqueda de sentido a través de la palabra poética. Más
concretamente, su fuerza radica en
transformar el dolor en presencia poética, buscando sonoridad y eco en la
palabra para nombrar lo que duele y lo que, por ello, debe ser recordado y
trascendido. Cuando se ha sufrido el dolor en carne propia, no queda otra que
tratar de superarlo o rendirse. Mi experiencia ha sido el encuentro con la luz
y con todo lo que bajo la luz da sentido a la vida.
¿Cómo
describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta
última?
Ha
sido un proceso de depuración y de creciente hondura ética y emocional, que va
desde una voz inicial atenta a la experiencia cotidiana hasta una poesía cada
vez más concentrada en lo esencial: la herida, la pérdida y la necesidad de
decir.
En
mis primeras publicaciones, mi escritura se reconocía por una mirada reflexiva,
de tono contenido, donde el poema funciona como espacio de observación y de
ajuste entre el yo y el mundo. Predomina ahí una búsqueda de forma y de ritmo,
con un lenguaje sobrio, todavía más narrativo o descriptivo, que explora la
identidad, el tiempo y la experiencia vital sin estridencias.
Con el paso de los
libros, esa voz se va despojando de lo accesorio. El lenguaje se vuelve más
tenso, esencial y cargado de silencio.
En Días sin
pájaros, ese recorrido alcanza un punto de madurez: la escritura ya no busca
explicar ni embellecer, sino nombrar lo que queda cuando todo lo demás falla.
¿Cuál
fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?
Lo
cierto es, que llevo multitud de libros a la vez. No obstante, los dos últimos
libros leídos son, por una parte una novela, “Un desierto de seda”, de Juan
Campos Reina, y por otra, el último poemario de Rafael Soler, “Memoria y no”.
La
novela de Juan Campos Reina no la elegí yo, me eligió ella. Es de esos libros
que te recomiendan, los adquieres y luego abandonas por razones diversas. Y fue
empezar su lectura y me atrapó, como me atraparon otras del mismo autor. Se
trata de una novela que se destaca por su lirismo contenido y su cuidado
estilístico. Una maravilla de prosa poética, que subyuga.
“Memoria
y no”, el último poemario de Rafael Soler, por curiosidad y admiración hacia su
autor. Hace pocos días estuvo con nosotros como poeta invitado en los Velorios
Poéticos de Almería y me hice con ella, y no pude contener mi deseo de conocer
la evolución de poeta tan singular, al que tanto admiro, aun cuando su estilo y
el mío son bastante diferentes.
Y
ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Pues
sí, llevo bastante tiempo detrás de un proyecto que posiblemente se llame “Los
secretos de la escritura”, queriendo desarrollar un poema anónimo que encontré tirado
muy cerca de la casa en Almería de José Ángel Valente, que luego os trascribo.
El misterio que lo envuelve me interpela constantemente. Si alguien me pudiese
informar sobre su autoría, sería de agradecer. No he encontrado ninguna
información.
Se trata de
desarrollar, con cada estrofa del mismo como epígrafe, una serie de poemas que
respondan a lo que sugiere. Es una obra ardua y que me llevará tiempo.
Y evidentemente,
seguir con los Velorios Poéticos de Almería y las tertulias de Poetas del Sur.
Dice el poema
anónimo:
LOS SECRETOS DE LA ESCRITURA
Últimos brotes de verbal
creatividad,
atravesados por un margen
de silencio inefable.
El talismán de la mandorla
originaria,
estirpe de escritura
donde la piedra,
verbal, gravita, pende y estalla.
Salir de sí y aprehender,
en palabra circuida por
silencio,
cual mundo percibido en sus
formas liminales.
Sólo vestigios, huellas,
señales, figuras..
..consuelo de esas formas
visivas
de la esencial limitación.
Pujar, luchar, abrir resquicios
de luz
en el ámbito oscuro de lo indecible.
Proyecto de armonías, amparado
en lengua y sangre especular.
No incorporación mera de
ademanes
y cadencias; no al menos
mediante
la impronta pasional de la
conmiseración.
Aún por encima
del apesadumbrado existir,
conocer
el gozo de haber sido
materia viva ante la nada:
Sin las alquimias
de la atracción pretérita,
la palabra está exenta del
latido emotivo.
Jornada interminable,
inagotada en recurrente
revisión.
Recuerdos atrapados en un
ámbito
de oscuridades.
Sólo un verso de áspera
textura,
de matriz dolorida.
Memoria esperanzada,
como mínimo, como límite.
La transparencia o iluminación
en inviolables bordes de
silencio,
en la misma raíz de la
eternidad.
Una oquedad inalcanzable,
invulnerable al tiempo.
Resurrección del hálito vital
en la aspereza,
sólo luz y astillas.
Desnacer, siempre desnacer.
Otro será el que resucite.
Entrevista a José Luis Enríquez Sánchez, autor de "Casa madre"
Háblanos un poco de ti.
Nací en la casa de maestros de Campotéjar (Granada) en 1968 y, prácticamente desde entonces, he vivido rodeado de pizarras, tizas y horarios escolares. Vengo de una larga estirpe de maestros: mi padre fue maestro, yo soy maestro desde 1990 y mi hijo también lo es. Vamos, que en mi familia no heredamos relojes antiguos ni fincas, sino reuniones de claustro y explicaciones sobre cómo mejorar la convivencia del centro. He pasado buena parte de mi vida en casas de maestros entre Granada y Almería, así que podría decir que conozco el olor del material escolar mejor que el del café. Actualmente soy jefe de estudios en el IES Cartuja, en Granada, un puesto que me permite aprender cada día… y también practicar una virtud imprescindible: la paciencia. Mucha paciencia. En cuanto a la escritura, me ha acompañado siempre. Desde pequeño disfrutaba leyendo e inventando relatos cortos y anotando experiencias -algunas más gloriosas que otras-. Pero fue durante el confinamiento cuando pensé: “Si voy a encerrarme, que sea con mis historias”. Así que me puse en serio a escribir novelas. Casa Madre es ya mi cuarto libro y, afortunadamente, está teniendo bastante éxito. Digo “afortunadamente” porque los escritores siempre tenemos un puntito de inseguridad, pero también porque uno nunca sabe qué casa -ni qué lector- va a abrir la puerta a tu historia.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Casa madre?
En Casa Madre el lector se encuentra con una historia que, aunque comienza con un cambio de vida aparentemente sencillo, acaba adentrándose en terrenos mucho más profundos. La protagonista, Raquel, es una arquitecta en paro que, agotada por sus intentos fallidos de ser madre y necesitada de un nuevo rumbo, acepta una plaza como profesora interina en un pequeño pueblo andaluz llamado Doxa. Lo que debería ser un destino tranquilo pronto se convierte en una experiencia intensa, reveladora y, en ocasiones, peligrosa. La novela retrata con sensibilidad y conocimiento la realidad de tantos docentes - funcionarios e interinos- que deben instalarse en lugares desconocidos, adaptarse a centros nuevos y abrirse paso entre aulas desafiantes y claustros donde no siempre todo es lo que parece. Quienes se dedican a la enseñanza reconocerán situaciones, emociones y contradicciones que muchas veces se viven en silencio y a las que rara vez se les concede valor. Una parte importante de la historia se centra en Casa Madre, un antiguo palacete convertido en centro de menores dirigido con férrea disciplina por la misteriosa Miss Clare Redbutler. Dos de los alumnos de Raquel viven allí, y a medida que la profesora se acerca a ellos, también se adentra en un mundo donde las normas pesan demasiado y los secretos más aún. La intriga se construye de forma realista, manteniendo la tensión sin perder humanidad, y el lector percibe que bajo la fachada de orden se esconden verdades capaces de romper vidas… incluida la de Raquel. Junto a la trama de misterio, la novela ofrece un retrato muy humano del sistema educativo: la burocracia que resta tiempo para lo importante, las dificultades del profesorado recién llegado, la complejidad psicológica de quienes dedican su vida a enseñar y, al mismo tiempo, una mirada hermosa sobre la esencia de la educación. La relación entre la profesora y su alumnado —las bromas, los avances, las pequeñas victorias compartidas— está descrita con emoción y autenticidad, recordándonos por qué, pese a todo, merece la pena entrar cada día en un aula. La obra destaca también por la sensibilidad con la que aborda la situación del alumnado vulnerable y de entornos familiares difíciles. Muestra cómo el profesorado intenta sostener a esos jóvenes mientras, de fondo, señala una sociedad y unas instituciones que, quizá, podrían hacer algo más.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
Creo que la fuerza de Casa Madre reside en la mezcla de dos ingredientes que, a simple vista, parecen muy distintos pero que en la novela se entrelazan de forma natural: la realidad del aula y la inquietud del thriller. Por un lado, hay una mirada muy cercana y honesta al mundo educativo, a lo que vive un docente cuando llega nuevo a un centro, a sus inseguridades, a sus pequeños triunfos y a ese vínculo tan especial que se crea con el alumnado. Todo ello está narrado desde la experiencia y la sensibilidad, y muchos lectores se reconocen ahí. Por otro lado, está la trama de misterio que rodea Casa Madre, esa sombra que crece poco a poco y que envuelve la lectura en un clima de tensión y de preguntas. Esa combinación -lo cotidiano y lo inquietante, lo humano y lo oscuro- da a la novela una respiración muy particular. Y, sin embargo, sobre toda la historia sobrevuela un protagonista silencioso pero decisivo: la maternidad. La maternidad como deseo, como herida, como ausencia, como impulso vital. El anhelo frustrado de Raquel, lo que observa en sus alumnas y alumnos, lo que descubre tras las puertas de Casa Madre, todo ello añade una capa emocional profunda que sostiene la novela y que, en el fondo, es el motor íntimo de la protagonista. ¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última? Mi trayectoria como escritor ha ido evolucionando casi de manera natural, siguiendo los distintos momentos de mi vida y las necesidades que surgían en cada etapa. Mi primer libro, Diario de supervivencia: ¿Cómo sobreviví al COVID-19? (Punto Rojo, 2020), fue quizá el más personal. Nació para aliviar la angustia y el miedo que sentíamos mis compañeros y yo durante el confinamiento. Tenía toques de humor y de realismo, porque en aquellos meses tan duros necesitábamos ambas cosas para mantenernos en pie. Casi al mismo tiempo escribía Sábado Súbito (Esdrújula Ediciones, 2021), una novela pequeña, frenética y deliberadamente absurda, llena de humor y de pesadillas surrealistas. Siempre digo que es un “Jo, ¡qué noche!” (de Martin Scorsese) a la granadina, un desahogo literario que me permitió jugar con la narrativa sin reglas estrictas. Con Nueva vida: Un triángulo de destinos (Círculo Rojo, 2022) di un paso hacia un thriller más elaborado, con una trama muy pensada y trabajada. Fue un libro muy bien recibido y uno de los que más elogios me ha dado, quizá porque demuestra ese gusto por construir historias donde nada es casual. Y llegamos a Casa Madre (Ed. Nazarí, 2025), donde vuelco buena parte de mis 35 años de experiencia docente. No toda -no quería saturar al lector ajeno a la educación-, pero sí lo suficiente para mostrar el mundo real que se va a encontrar cualquiera que desee dedicarse a la enseñanza. También es, para quienes ya están en ella, un recordatorio de cómo somos, cómo hemos cambiado y cuáles son los verdaderos valores que sostienen la profesión. Todo ello envuelto en una atmósfera de misterio y con un final que no deja indiferente, que te sacude y te obliga a preguntarte qué decisión habrías tomado tú en lugar de la protagonista. En resumen, mi trayectoria ha ido pasando del desahogo íntimo al experimento narrativo, del thriller estructurado a una novela que combina experiencia vital, crítica social y emoción. Cada libro ha sido un peldaño, y Casa Madre es, quizá, el más maduro y el más honesto.
¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?
Pues he estado leyendo dos libros al mismo tiempo, algo que suelo hacer cuando me apetece alternar ritmos y estilos. Por un lado, La asistenta, de Freida McFadden. Me dejé llevar por la corriente de este best seller porque necesitaba una lectura ágil, de esas que te obligan a seguir pasando páginas aunque hayas prometido que solo leerías un capítulo más. Y, por otro lado, La isla de la mujer dormida, de mi amigo y maestro Arturo PérezReverte. Lo elegí porque siempre encuentro en su obra una lección de narrativa y de vida. Además, guardo un cariño especial hacia él: tuvo la amabilidad de leer mi tercera novela, Nueva vida: Un triángulo de destinos, y le encantó, lo cual es un regalo enorme viniendo de alguien a quien admiro profundamente.
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Ahora mismo estoy en plena promoción de Casa Madre, y lo cierto es que, por su profundidad y su dureza emocional, uno sale un poco exhausto. Es una novela intensa, de las que te dejan vacío y lleno a la vez, así que después de convivir tanto tiempo con ella me apetece cambiar de registro y divertirme un poco. Por eso ya estoy dándole vueltas a un proyecto más gamberro: la segunda parte de Sábado Súbito. Me apetecía volver a ese tono frenético, absurdo y un poquito golfo que tanto disfruté escribiendo. De hecho, el título ya lo tengo -y me encanta-, pero, por supuesto, no lo voy a desvelar todavía. Hay que mantener algo de misterio. Eso sí: prometo que, cuando lo revele, será en un lugar solemne, con fanfarria… o en un bar, que al final suele ser donde se cuentan las mejores primicias
Entrevista a Francisco Cayuela Carrillo, autor de "Las puertas del escritor".
Háblanos un poco de ti.
Me llamo Francisco Cayuela
Carrillo. Soy un escritor almeriense, natural de Carboneras. Me apasiona la
literatura en general, pero siento especial predilección por la poesía, por el
género lírico. Sin duda, es el que más me gusta. Soy muy feliz escribiendo
versos y admiro, como es lógico, a todos los grandes poetas que ha dado España.
¿Qué podemos encontrar entre
las páginas de Las puertas del escritor?
Podemos encontrar sonetos, prosas
poéticas, ovillejos, canciones, odas, elegías, relatos y sátiras teatrales.
¿En qué ingrediente reside la
fuerza de este libro?
Las puertas del escritor es el
libro que prometí dedicar a mis primeros lectores. Es una obra íntima y
personal en la que están presentes mis seres queridos. Sin duda, el amor y la
pasión por la literatura (especialmente por la poesía) son los
ingredientes fundamentales en los que
reside la fuerza de este libro.
¿Cuál fue el último libro que
leíste? ¿Por qué lo elegiste?
Platero y yo de Juan Ramón
Jiménez. Es una de las obras literarias más importantes del poeta andaluz y
premio Nobel de Literatura. Por eso elegí leer ese libro.
Y ahora qué, ¿algún nuevo
proyecto?
Sí. Acabo de terminar el primer
volumen de una obra poética que está dedicada a cada una de las localidades en
las que he estado. He podido escribir un buen número de versos a calles,
iglesias, catedrales, castillos, parques, jardines, playas y monumentos de gran
interés. Estoy muy ilusionado con este nuevo proyecto. Espero que en el segundo
volumen pueda aparecer Guadix. Sería un sueño hecho realidad poderle escribir a
sus tradiciones, a sus calles y a sus monumentos más significativos. Su
catedral me fascina, seguro que le escribiré más de un poema.
Entrevista a Rodolfo Padilla Sánchez, autor de "La pausa incesante".
Háblanos un poco de ti.
Es difícil
responder a esta cuestión sin sentir la inquietud de quien se mira en el espejo
y, como escribiera Borges, siente que es reflejo y vanidad. Pero creo que lo
ideal es hablar de dos pasiones que han condicionado mi vida desde pequeño: la
historia y la literatura.
La Historia es
resultado de los viajes que cada verano hacía con mi familia: castillos en
ruinas, monasterios románicos, la luz de las catedrales góticas, jeroglíficos
en templos egipcios… Despertaron desde muy pronto mi interés por entender el
mundo a través del pasado; primero fueron las Cruzadas y los templarios, luego
vinieron las herejías, en particular los cátaros, la mal llamada Reconquista y,
gracias a los profesores que me dieron clase en el Grado en Historia (UGR), fui
acercándome a otras corrientes historiográficas, como la microhistoria, la
historia social y de la vida cotidiana, y a trasladar mi centro de interés de
la Edad Media a la Edad Moderna, en particular al siglo XVI y a los moriscos,
que suponen mi campo de investigación en la actualidad.
También la
literatura me ha acompañado desde niño. Conservo algunos relatos muy primarios
que escribía con seis o siete años, ya marcados por lo fantástico y cierta
noción de la tragedia o lo dramático que se han ido perfilando con el tiempo
hasta configurar los temas característicos de mis libros.
A la larga, he
visto cómo esas dos pasiones se han vuelto inseparables: un buen historiador
debe ser también un buen escritor para hacerse entender y llegar a la gente, y
es en la historia donde encuentro historias que contar, aunque se llenen de una
pátina de fantasía.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de
La pausa incesante?
En La pausa
incesante he construido una colección de relatos que tienen el tiempo como
hilo conductor desde un principio in extrema res que reinterpreta el Big
Bang y, con él, el origen de la vida para recuperar y repetir el tránsito por
todas las etapas de la historia humana: la Prehistoria, la Antigüedad, la Edad
Media… Pero sometidas a la perversión de un mundo que vuelve a empezar y donde
no podemos distinguir lo real de lo onírico. En sus páginas los lectores pueden
encontrar sectas, oscuros rituales, salvajismo, luchas absurdas, obsesiones, la
búsqueda de la libertad, cuerdos incomprendidos, ironías mordaces o artículos
historiográficos que, a la manera de Borges, rescatan del olvido civilizaciones
olvidadas.
¿En qué ingrediente reside la fuerza de
este libro?
Fue Hobbes quien
escribió que «el hombre es un lobo para el hombre». Pese a la variedad temporal
y temática de los relatos, hay una idea que predomina en todos: la violencia
connatural al ser humano, la violencia como manifestación del poder. La fuerza
de La pausa incesante reside en una crítica a las estrategias de poder
en todos los ámbitos: un sistema político que busca dominar a la sociedad a
través de la ignorancia y el analfabetismo, líderes de una secta que controlan
a sus fieles mediante el castigo y el miedo, hombres que ven en tradiciones y
conformismos absurdos la justificación de causas perdidas, también niños que
padecen acoso escolar, marginados por una dinámica que equipara la fuerza y la
popularidad al poder.
Galtung
distingue tres tipos de violencia: directa, estructural y cultural. De las
tres, la más peligrosa es, en mi opinión, la cultural, porque legitima las
otras dos. En este libro trato de representar cómo y por qué nacen los
discursos culturales que hacen de la violencia algo legítimo, los caricaturizo
para desacreditarlos, para destruirlos.
¿Cómo describirías tu trayectoria de
escritor desde la primera publicación hasta esta última?
Desde mi primera
publicación en 2019 —Sobre la nostalgia y el olvido (Editorial Nazarí)—
hasta esta última, La pausa incesante (Aliar Ediciones, 2025), han
pasado seis años. Puede parecer poco tiempo, pero si releo alguno de mis
relatos anteriores veo lo mucho que ha cambiado mi estilo y la forma en que me
acerco a algunos temas aunque, en esencia, sean los mismos. Por ejemplo, un
amigo, el poeta Jaime Campillos, me hizo ver que en mis últimos relatos casi no
utilizo diálogos, que estaban mucho más presentes en mi primer libro o en Huerto
Sagrado (Editorial Nazarí, 2021), y que ahora priorizo la narración.
También me siento más inseguro al empezar a escribir, una contradicción que ya
señalaba García Márquez cuando decía que su primer relato lo escribió del tirón
y después sentía vértigo cada vez que se ponía frente a la página en blanco,
porque nos volvemos más exigentes con nosotros mismos, más perfeccionistas.
Sobre todo, han
cambiado mis influencias a medida que leo y descubro nuevos autores. Por citar
algunos ejemplos, de Mircea Cartarescu he aprendido una forma exuberante de
tratar los sueños; de Ángel Olgoso, la búsqueda de la belleza en temas oscuros
que refulgen con luz propia; de Ana María Matute, la confirmación de que la
infancia no es una Arcadia feliz; de Cesare Pavese, a ver la mitología como una
forma de explicar los miedos del ser humano, entre ellos la soledad; de Rulfo,
que son más importantes los silencios que lo que se dice.
También ha
cambiado mi forma de entender la literatura. Al principio pensaba, con
ingenuidad, que la literatura era una catarsis que me libraría de mis demonios,
de mis obsesiones; ahora entiendo que no es así y que no es necesario
deshacerse de ellos, sino entenderlos y darles forma. Ahora he perdido el
interés en la introspección, al menos como inspiración principal, para abordar
otros temas que me preocupan, como la inercia del sistema productivo capitalista
que nos condena al desencanto y la decepción, la soledad, las dinámicas de
poder, la exclusión y la intolerancia.
¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por
qué lo elegiste?
El loco de
Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas. Lo elegí por dos razones
fundamentales: la polémica entrevista que le hicieron al autor en TVE y la
muerte del papa Francisco. La historia de las religiones siempre me ha
interesado y en la carrera me acerqué más aún a las teorías foucaultianas de
vinculación entre religión y política, también cómo las religiones se
alimentaron unas de otras y la influencia que tuvieron y aún tienen en la
sociedad. No podemos entender la historia y el pensamiento de la Europa
Occidental si excluimos al cristianismo y a la Iglesia.
En este libro, Cercas, como intelectual ateo, hace un esfuerzo por entender a la Iglesia desde dentro, sin omitir temas delicados e incómodos para los religiosos que entrevista o las luces y sombras de una personalidad contradictoria como la del papa Francisco, con una mirada escéptica a los fundamentos teológicos de la Iglesia pero admirada por cómo la fe —que él denomina superpoder— mueve la labor de los misioneros de todo el mundo, en particular de Mongolia. Al contrario de lo que algunos piensen, Javier Cercas no blanquea la imagen de la Iglesia, es la mirada de un escéptico que trata de entender una institución que ha sido fundamental en la historia de Europa Occidental y aun del mundo, y si somos capaces de leerlo sin prejuicios vemos que de él se desgajan ideas de amor, solidaridad, entendimiento y tolerancia que trascienden —y deben trascender— a la religión en un mundo que padece la escalada de la tensión internacional y el ascenso de los totalitarismos.
¿Y ahora qué? ¿Un nuevo proyecto?
Siempre hay algo revoloteando en mi cabeza, tengo el móvil lleno de notas, ideas para futuros relatos e incluso alguna novela, aunque ahora no tenga todo el tiempo que quisiera para darles forma. Tampoco me decanto por una idea concreta, aunque sí me gustaría explorar nuevas posibilidades, quizá cambiar de temas, tratarlos de otra manera o hacer a un lado el cuento y probar con la novela, poder vincular lo fantástico o el realismo mágico con lo histórico.
Reseña al poemario "Deslindes" de Santiago A. López Navia, por Carmen Hernández Montalbán.
La lectura de Deslindes, de
Santiago López-Navia me ha confirmado que la poesía, cuando es de calidad, es
el género literario por excelencia, por ser la expresión verbal más rica que se
abre a lo metafísico sin preámbulos, penetrando en lo más íntimo y sagrado del
ser humano.
El poemario hace gala del magisterio del autor, quien
conoce los recursos expresivos y rítmicos del lenguaje poético, y los ha
asimilado con el ejercicio de la escritura, de tal manera, que los versos fluyen,
libres de artificiosidad o engolamiento.
Deslindes es una toma de conciencia, un balance de la
trayectoria vital en el que el poeta se concede una pausa para mirar con cierta
calma y perspectiva lo que ha quedado atrás: Llegados a este punto mi esperanza / se vuelve
salamandra en cada hoguera. / Todo lo espero y poco me pregunto…, dice en la primera parte del libro titulada Agenda.
En esta, establece una línea divisoria entre el momento actual y lo vivido, una
demarcación que comienza con el propósito de no dejarse arrastrar por la prisa
o el vaivén de los acontecimientos, de dilatar el tiempo: No hay tiempo que
perder y, sin embargo, / qué bien perder el tiempo sin urgencia. / El debe y el
haber balanceados: / qué alarde matemático en las cuentas. Todos los poemas
de esta primera parte reafirman esa determinación de atención plena, externa e
interna: Ahora es el momento de mi vida / en que quisiera / saber el nombre
de todos los pájaros, / saber el nombre de todas las plantas, / reconocer / todos
los minerales…
La segunda parte lleva el título peculiar de Tratamiento.
Receta. Posología. En el título queda explícita la idea de que el poeta
ha de curarse de la enfermedad que produce la celeridad; el apremio impuesto
por el trasiego cotidiano, es en esta parte donde el autor se marca su hoja de
ruta o “tratamiento”: Volver a renacer desde mi hoguera / aprendiendo del fénix
las lecciones. / Quebrar el curso de las estaciones / haciendo de un invierno
primavera.
Inventario es el título que se da a la tercera parte de la
obra. Los poemas de esta parte son una verdadera delicia para los sentidos,
pues cosechan las experiencias vividas por el peregrino en constante comunión
con la naturaleza de la que pueden extraerse las mejores lecciones: Nadie
podrá quitarme este momento / este silencio en roca cincelado, / este saberme
parte de una historia / que escribe a medias el musgo con la lluvia.
La cuarta y última parte Las tentaciones del ermitaño
Antero Freire, siete poemas que representan los siete pecados capitales
y acechan el estoicismo del ermitaño, incitándolo a desviarse de su propósito: (Soberbia)
¿Y vienes a decirme que soy sabio / que abandone esta ausencia y que deponga
/ este retiro, dices, y reclame / no sé bien qué lugar en no sé cuántas / absurdas
jerarquías que no entiendo?
Poesía delicada y sonora como el discurrir del agua
de un arroyo; versos redondos que llaman a la reflexión, invitándonos a la
escucha interior, a la contemplación, a regresar a lo que nos conecta con
nuestra raíz, con la naturaleza a la que pertenecemos. Un poemario cargado de sabiduría,
belleza y asombro por las cosas más sencillas.
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